ntre Bi anai y Hil Kampaiak circula la misma sangre. Ambas comparten el mismo ADN, las dos transitan por idéntica cartografía. No hay ninguna duda sobre su origen. Parece claro que, si cruzamos ambos títulos y les hacemos dialogar entre sí, ese análisis arrojaría una conclusión definitiva: pertenecen al mismo narrador. Dicho de otro modo, ese narrador, Imanol Rayo, emerge como un autor con una mirada definitivamente definida. Parece saber lo que quiere y obra en consecuencia. Y algo que se agradece: esgrime coherencia en tiempos blandos de estrabismos y miopías que nublan a los profesionales para asumir encargos o para mal coser piezas a medida ajena.
No es el caso de Rayo y si en Bi anai tejía una hermosísima tragedia transida de panteísmo y empapada por las señas identitarias de Euskalherria, en Hil Kanpaiak redimensiona su carta de presentación con la ayuda de un argumento policíaco. Cine vasco al 100%, en las antípodas del oportunismo de souvenir, Rayo, bressoniano sin disimulo, exigente sin componendas, reconduce la novela de Gorrotxategi, como antes lo hiciera con el relato de Atxaga, hacia sus propios referentes estilísticos. Aunque el argumento suministra un proceso de investigación: un enigma por desentrañar y un pasado por desvelar, los intereses de Imanol Rayo afrontan el misterio del crimen al estilo de Georges Simenon. No importa tanto el quién sino sus circunstancias: el cómo, el dónde y, sobre todo, el porqué. En Hil Kanpaiak, las campanas suenan por un pasado devenido no tanto en el interrogante a resolver, sino en la angustia por superar. En algún modo, Rayo coincide con el Oliver Laxe de Lo que arde; aquí, como allí, un fuego arrasador deviene en consecuencia, no en causa. La que pone en marcha todo el entramado aparece de improviso, en forma de una osamenta humana semienterrada en las estribaciones de un baserri desde donde sus propietarios llaman a su hijo Néstor para que les ayude. Y Néstor, el que es recordado, el que llega a la meta, eso significa el nombre, deviene en testigo de cargo de un relato que hace de la relación fraterna, como en Bi anai, la perversa ampliación del primer crimen de la humanidad. El origen de la violencia humana.