- En 2017 inició un viaje profesional que aún no ha abandonado. Aceptó La casa de papel con la idea de una temporada cerrada y de unos meses concretos. La serie saltó a Netflix y todo cambió. Ahora rueda la quinta entrega y sabe que se acerca el final, no le importa, no le gustan que las historias se estiren como un chicle. En los últimos años ha abierto distintos frentes y también se ha convertido en Amaia, la protagonista de la nueva ficción de ETB-1, Alardea. Es una historia de mujeres que plantea los conflictos internos y externos que surgen en una persona cuando las tradiciones empiezan a cambiar y dividen a un pueblo y afectan a la familia.
La actriz del momento. Película y serie por estrenar y el rodaje de La casa de papel. Más no puede pedir.
—¡Madre mía! La verdad es que me siento muy bien. Entre La casa de papel y lo que se estrena en Zinemaldia. Además de Ilargi guztiak, tengo un papel pequeño, pero muy chulo en la película Nora, de Lara Izagirre, y también van a poner algún capítulo de Alardea. No sé cómo voy a andar para poder estar en Donostia en los estrenos de todo esto y combinarlo con las grabaciones en Madrid. Haré todo lo posible por estar. También tengo curiosidad de ver cómo han quedado los trabajos, aún no los he visto.
2019 y 2010 parecen sus años de gloria, ¿no?
—En lo laboral, sí. Desde que empezó la carrera de La casa de papel, sobre todo desde que se estrenó en Netflix, estoy teniendo muchas propuestas, pero no solo de fuera, aquí, en Euskal Herria, también un montón.
¿Había imaginado una vida a caballo entre Basauri y Madrid?
—Pues no, en absoluto. Cuando decidí hacer la serie, me lo pensé y dije que sí porque empezaba y terminaba en unos meses…
Ya ve que no puede fiarse de nadie.
—Ja, ja, ja… Es verdad. ¡Quién lo iba a pensar! Me dijeron que tenía un principio y un final redondo: No te preocupes, son los meses que hemos dicho y ya está. Eso dijeron, y ya ves tú donde estamos cinco temporadas después, ni por el forro me lo esperaba.
¿Hubiera aceptado de haber sabido todo lo que llegaba después?
—¿Sinceramente? Creo que no hubiera aceptado hacer La casa de papel si me hubieran dicho que iba a tener cinco temporadas, pero no me arrepiento. Pero tengo que situarme en 2017, el año que me lo propusieron. No conocía Madrid, iba con un poco de vértigo y miedo a lo desconocido. Me alegro de haberlo hecho porque ahora y no me importa todo lo que ha pasado. Es una alegría que haya ha habido la posibilidad de que haya tercera, cuarta y quinta temporada.
¿Se siente más tranquila?
—Mucho más relajada, entre los actores tengo un montón de amigos. Ahora tengo un pequeño trozo de red que me hace sentir mucho más segura.
Se había resistido mucho a ir a trabajar a Madrid.
—Es cierto. Yo me siento muy a gusto con mi gente, con mi vida en el pueblo, en Basauri. Pero las cosas pueden cambiar, aunque sigo pensando que prefiero vivir y trabajar aquí porque es mi lugar. Las cosas cambian y si mi salen trabajos allí, ya no tengo el apuro de ir, trabajar y volver. No se me ha hecho tan duro porque también he estado yendo y viniendo, no me he quedado temporadas largas en Madrid.
A nivel personal, lo pasó mal a final del invierno contagiándose del coronavirus.
—Fue justo el día en el que se decretó el estado de alarma en Euskadi. Empecé a toser y pensé: ya estoy con mi paranoia. Mira que tos más tonta. Pues fue coronavirus. Nos lo contagiamos entre unos cuantos del equipo, estábamos rodando en un bar muy estrechito. No me ha dejado secuelas, ni siquiera unos anticuerpos de recuerdo. No sé si puedo coger otra vez, espero que no, porque es muy desagradable.
¿Siente el miedo en el cuerpo?
—Miedo no. Precaución sí, sí el miedo a contagiar. Estoy segura de que algún tipo de inmunidad celular me queda. Lo que me da miedo es poder contagiarlo a mi gente. Tomo todas la precauciones, el gel, la mascarilla, que es un agobio en verano, pero la utilizo tal y como mandan, y guardo las distancias.
Parece que esta quinta temporada es la última de ‘La casa de papel’. ¿Tiene algo entre manos?
—Se rumoreaba algo sobre una precuela de esta serie, pero creo que todo han sido rumores. Es bueno que la quinta sea la definitiva, lo ha dicho Netflix también. Pienso que no se pueden estirar las historias como si fueran un chicle; si se hace, termina decepcionando a la gente, aburriendo. Soy de la opinión de que lo bueno y breve…
Dos veces bueno.
—Exacto. Sí tengo propuestas, hay una super interesante para hacer con gente de aquí en un sitio exótico, a ver si sale. También me han propuesto alguna serie tanto desde Netflix como desde aquí. Me gustaría hacer trabajos en Euskal Herria, aunque nunca descartaré ofertas de fuera.
Tiene experiencia en series de larga duración, prueba de ello es ‘Goenkale’.
—Esa es la más larga que he hecho, y creo que será la más larga que haré. Pero no es lo mismo trabajar en casa como ocurría en Goenkele, ir a Donostia y volver a dormir a Basauri.
Hablemos de ‘Alardea’, la serie que ETB-1 va a emitir en breve y que se estrena en Donostia. ¿Cómo es su personaje?
—Amaia, ese es su nombre, es una mujer muy decidida. Es profesora de infantil, le gusta trabajar con niños y tiene mucho remango. Arrastra un trauma que tiene que ver con la familia, con su padre y también con ciertas tradiciones, el alarde está de por medio. Tiene las ideas claras, pero duda a la hora de tomar decisiones para no hacer daño a su familia cuando las mujeres quieren tomar parte del alarde y el pueblo se divide. Amaia tiene sus debilidades.
Trabaja con Klara Badiola, una actriz muy reconocida.
—Es la madre de Amaia y es la bomba. Tiene las cosas clarísimas y bueno… lo dejamos aquí. No sé qué contar sin que se desvelen muchas cosas, pero es una historia muy emocionante y muy nuestra.
¿Una historia de mujeres?
—Somos las protas, estoy encantada. Pero hay hombres que tienen los suyo. Están Kandido Uranga, Matxelo Rubio, Iñigo Aranburu y otros. Tienen su peso, pero la batuta la llevamos nosotras, es legado femenino que vamos dejando. Ha sido emocionante para todos los que hemos participado en ella, hombres y mujeres.
Bastante gente de ‘Goenkale’.
—Estoy fascinada por haber podido trabajar con muchos compañeros de Goenkale. Está también Iñigo Larrinaga, hacía mucho tiempo que no nos veíamos y ha sido estupendo. Goenkale es una serie que siempre nos va a unir mucho.
¿Esperaba todo lo que le ha ocurrido en su trayectoria profesional?
—No puedes aventurar qué va a pasar en una profesión como la mía. Desde luego que no imaginaba el fenómeno en el que se ha convertido La casa de papel. Te puedo decir que yo tenía una idea más tranquila de la profesión, mi idea era trabajar aquí, el lugar donde nunca me ha faltado el trabajo, aunque sí ha habido épocas de dique seco. Fíjate que tengo que ponerme las pilas, hay por ahí una oferta para hacer algo en francés y no tengo ni idea de este idioma. En inglés algo más sé, pero no tengo desparpajo. Mi asignatura pendiente son los idiomas. He invertido todo mi tiempo en el euskera.
Netflix le ha lanzado al mundo de la popularidad de una forma muy exponencial. ¿Cómo ha asumido la pérdida del anonimato?
—Uf. Es una situación que tiene dos caras. Te da mucha alegría que la gente te reconozca por el trabajo. Pero también está la parte, que es un poco pesada, en la que al perder el anonimato pierdes la libertad. Que te señalen por la calle, que te hagan fotos de lejos y que las cuelguen en las redes es algo que no me gusta nada. Es una pérdida de privacidad casi absoluta.
Y además, difícil de controlar.
—Imposible diría yo. Hay veces que no te apetece sacarte una foto, no les importa qué tal estás o que día tienes. Algunos sí que te piden permiso, pero no es lo habitual. La gente quiere su foto y ya está. Lo que más me gusta de esta popularidad, fama o como quieras llamarla, es cuando no quieren una foto y vienen a hablar conmigo. También le he sacado una cosa buena al llevar mascarilla.
No me diga.
—Sí. Con la mascarilla, una visera y unas gafas de sol, no te conoce nadie. Ves, también se pueden sacar virtudes a algo tan incómodo como es la mascarilla. Que la gente te reconozca tanto ni es bonito ni cómodo. Te quita libertad para viajar con una mochila por el mundo y lo más gracioso es que muchos creen que estás en la obligación de hacerte una foto, que es parte de tu trabajo, pues no.
“Estoy teniendo muchas propuestas laborales, no solo fuera de aquí, también en Euskal Herria”
“Me resistía a trabajar en Madrid, pero no se me ha hecho tan duro porque he estado yendo y viniendo”
“El coronavirus que contraje no me ha dejado secuelas, ni siquiera unos anticuerpos de recuerdo”