n el término de Muruzabal, entre los cruces de Adiós y Obanos, el visitante se dará de bruces asombrado con otra joya navarra del románico peregrino. Santa María de Eunate, iglesia a la que se llega a través de una explanada, presenta una singular estructura octogonal con arquería del siglo XIII, cubierta de nervios cuadrangulares. Vinculada a la Orden del Temple, se le asigna el lugar central en un geométrico escalonamiento de capillas funerarias entre Sancti Spiritus y el Santo Sepulcro de Torres del Río y ofrece una portada gemela a la de la parroquia de Olkotz.
Quienes gustan de buscarle a Eunate su lado mágico, basados en iniciáticos argumentos, esgrimen la teoría que vamos a desarrollar. Quien esto escribe, por su parte, prefiere no mojarse y quedarse con la flácida pero sincera conclusión de que vaya usted a saber.
Enclavada no por casualidad en el punto mismo donde convergen las dos ramas del Camino de Santiago, la que viene de Jaca y la de Orreaga-Roncesvalles, en su pasado fue capilla funeraria, hospital de peregrinos y, sorprendentemente, faro indicador para quienes pudieran perderse en el camino jacobeo.
Eunate está enclavada en un lugar mágico, en un cruce de corrientes telúricas conocido por esotéricos y cabalistas no elegido al azar por los templarios. Observada de Norte a Sur, la corriente desciende de Donibane Lohizune atravesando las concentraciones megalíticas de Lesaka, Oiartzun, Ezkurra y Leitza; cruza nada menos que la sierra de Aralar, montaña sagrada de los vascos, bordea Iruñea y, tras atravesar Eunate, continúa por el Sur hacia el Moncayo. De Este a Oeste, la corriente viene de otra montaña mágica, el Aneto; cruza enclaves tan manifiestamente esotéricos como San Juan de la Peña y Leire y, tras atravesar Eunate, penetra de lleno en la zona megalítica de Araba como Kanpetzu y Biasteri, para cruzar seguidamente otro punto tradicionalmente esotérico como es San Vicente de la Sonsierra y discurrir ya paralela al camino de Santiago.
A mayor abundamiento, los iniciados observan que la planta octogonal del edificio es ligeramente irregular y -dicen- no por descuido del arquitecto sino porque cada uno de sus ocho ángulos apuntan hacia lugares bien concretos y con una intencionalidad manifiesta. Así pues, y basados en su estructura como si de un sextante cósmico se tratara, nos encontraremos con que los ángulos del octógono de Eunate apuntan hacia lugares tan mágicos como Zugarramurdi, Lourdes, el monte Turbón -montaña legendaria de las tierras aragonesas-, la sierra de la Demanda con su monte sagrado de San Lorenzo, las cuevas prehistóricas de Cantabria -la de Altamira, entre ellas-, el santuario de San Miguel de Aralar y el Moncayo, ya citado.
Aún le buscan mayores envolturas mágicas, echando mano de las leyendas que envuelven a la iglesia de Eunate. Una de ellas habla de cierta reina aquí enterrada nadie sabe cuándo, y sin que conste documento alguno de tal dignidad funeraria; los iniciados están convencidos de que esa figura legendaria de la reina enterrada responda simbólicamente a la imagen de la Gran Madre u otras divinidades femeninas de los cultos ancestrales y que los templarios, fundamentalmente sincretistas, trataron de armonizar con el culto a la Madre Virgen.
Tan originales teorías podrán no pasar de hipótesis, como las 100 puertas de su traducción euskérica no pasan de dos, que son las que hay. Lo cierto es que añadirle misterio a tan exquisita y original obra de arte siempre es gratificante y una razón más para que el visitante le eche una ojeada a este templo solitario y apacible.