ras quedarse sin cotilleos que contar -o más bien dónde contarlos- Jaime Cantizano presentó en Antena 3, en el verano de 2012, un clon del programa Furor que catapultó a la fama a Alonso Caparrós en esta misma cadena hace un millón de años. Lo que entonces tuvo cierta gracia (la vergüenza ajena que provocaba el bailoteo inicial del presentador potenciaba la empatía) se convirtió en un karaoke con pruebas facilonas para que famosos en horas bajas y presentadores de la cadena se comportaran como en una noche de borrachera, pero sin alcohol a la vista. La música corría a cargo de Sergio Alcóver, el coreógrafo de Fama ¡a bailar!, que se había hecho pinchadiscos como Horacio (chiste para viejunos).
El programa acabó con la segregación por sexos del original, pero no con los famosos minipuntos que pasaron a denominarse minicantis, y eran una réplica en miniatura del presentador. ¿Lo pillan? Los espectadores tampoco. Y para que la onda expansiva del absurdo llegara a todas partes, los equipos de famosetes que se enfrentaban pasaron a denominarse los Bemoles y los Guacamoles, no fuera que alguien se creyera que esta verbena -en la que Cantizano se reservaba el primer baile de karaoke, como el novio de una boda- fuera en serio.
Pese a que Antena 3 lo colocó chupando rueda del éxito de Tu cara me suena, también en pleno prime time, el programa pinchó nada más arrancar y acabó arrinconado a las tantas de la madrugada.
Les faltó una sintonía pegadiza como aquella de Furor que imprimiera algo de personalidad a este anodino programa, y una silla en la que su presentador se quedara quietecito un rato poniendo el contrapunto a los desbocados concursantes. Pero sobre todo, les faltó la sabia combinación de desgana, chulería e ironía que le ponía Alonso Caparrós y las ganas de implicar al espectador en lo que allí pasaba. A cambio, sufrimos a un sobreactuado Jaime Cantizano que se esforzó muchísimo por quitarse la etiqueta de cotilla y parecer enrollado echándose cansinamente al suelo un programa sí y otro también fingiendo que le desbordaba una diversión invisible a ojos del espectador.
Dando la nota fue, en definitiva, un programa con mucho público alborotado y famosos gritones a los que poco les importaba desafinar, como esos vecinos que celebran una farra nocturna a destiempo, cuando el resto del bloque madruga o prepara un examen. Lo que no tuvieron en cuenta es que lo suyo se arreglaba con solo apretar un botón en el mando a distancia, así que seis programas después, sin terminar siquiera el verano, Antena 3 puso la nota final: Do, re, mi, fa, sol, la... fin.