i el prefijo tele, en griego, significa “a distancia” o “desde lejos”, la televisión debería saber qué hacer hoy. Pero no. Después de dos meses de confinamiento, con la audiencia cautiva y desarmada por el virus, la tele no ha definido un modelo de programación alternativo. A lo más, las cadenas se las han apañado para seguir funcionando en precario. Siguen en shock, con la publicidad en mínimos históricos y sin ofrecer proyectos que ayuden a estimular el ánimo y el consumo y alentando la bronca política cainita, tan española. Solo Iñaki Gabilondo hizo su aportación en el canal #0 con Volver para ser otros, una reunión por videoconferencia de sabios de todo el mundo sobre las repercusiones y salida de la crisis. Fue brillante.
Ahora, Risto Mejide se ha lanzado a una imitación con Conversaciones en Fase Zero. El plagio es monumental, delictivo. Es lo mismo que Gabilondo, pero en rústica. ¿Qué podrían decir de sustancial María Teresa Campos, Iniesta y dos baloncestistas? Menos mal que Javier Cercas, el mejor novelista español actual; y Manuela Carmena evitaron el desastre con sus lúcidas apreciaciones. Una modesta audiencia para empezar, el 5,8%, auguran el final temprano de un churro audiovisual, un Chester de pacotilla, salido de la productora que fabrica telebasura para Telecinco.
Si exigimos a los políticos talento y unidad para salvar y cuidar a la gente del coronavirus, cabe requerir a la televisión que se ponga a cooperar con las empresas y el empleo mediante un plan de inducción al consumo, por el comercio, el turismo, la hostelería y la cultura. ¡A gastar, a vivir, a trabajar! No pretendo que prestigien la industria, la investigación y la educación, porque es demasiado pedir. Abandonen ya la estrategia del miedo y la pendencia. Si hubo alguna vez necesidad de una televisión útil, este es el momento.