- Son tiempos de muchas preguntas para el sector cultural que no encuentran demasiadas respuestas. De hecho, incertidumbre es la palabra más repetida desde hace casi dos meses. Desde su experiencia profesional, Roberto Gómez de la Iglesia -responsable de la consultora c2+i y presidente de asociación profesional para el fomento de la innovación en cultura y la cultura de la innovación en Euskadi, Karraskan- mira al presente y futuro en estos momentos de pandemia.

En realidad, el sector cultural no ha salido todavía de la crisis de 2008 y ahora viene esto, que ni siquiera se puede calibrar por completo qué consecuencias va a tener.

-El sector en su inmensa mayoría está paralizado como están otros, eso es evidente. Lo que pasa es que partimos de una realidad que hay mucha gente a la que le cuesta ver: éste es un sector, en general, muy precario. Esto nos está poniendo delante de un espejo que es un tanto particular. Lo hemos visto, por ejemplo, con las dificultades que está habiendo para afrontar el tipo de ayudas a los agentes del sector, para definir cómo se articula esa ayuda. Parece que no hay otras herramientas aunque haya propuestas como la que hemos realizado desde Karraskan con Kultursistema, que no han sido consideradas como elementos a tener en cuenta. Con lo que nos vamos a encontrar es con la aceleración de una realidad que ya estaba antes. Una causa de fuerza mayor ha hecho visible la fragilidad de este sistema. Un sistema en el que tenemos muchas entidades públicas o soportadas por fundaciones que tienen estructuras más o menos estables y cuyo objetivo, en teoría, es trabajar para generar un sector vivo, dinámico y estable, pero que en realidad son organizaciones que se autoalimentan a sí mismas, produciéndose una descompensación clara entre las estructuras de apoyo y el apoyo real al sector. Ahí tienes a muchas pequeñas organizaciones intentando sobrevivir en un sector que, para algunos, está compuesto por pedigüeños que están sobrefinanciados públicamente. Cosa, por cierto, que no es verdad. Así que lo que tenemos ahora es un retrato de un sistema ineficiente que va a tener, salvo que seamos muy imaginativos, niveles de mortandad muy altos en cuanto a proyectos y organizaciones.

¿Y ante eso?

-Pues una de dos. O se repiensa el sistema y lo hace básicamente desde el papel que el sector público tiene que jugar con respecto al privado; o no va a cambiar nada. El otro día tenía una vídeoconferencia con cinco amigos que son trabajadores públicos de la cultura. Legítimamente ellos estaban preocupados por si esto les va a afectar a la paga de diciembre o... pero yo les decía: no sé si sois conscientes de que trabajáis en un sector, no para la propia retroalimentación de vuestros departamentos; deberíais trabajar para la generación de un tejido cultural estable. Quiero confiar en que va a darse esa reflexión. Necesitamos, por supuesto, la ayuda de emergencia, pero también que alguien lidere el empezar a pensar en el mañana. Y ahí sí que tenemos un problema de liderazgos políticos y sociales, también dentro del propio sector.

La gran preocupación ahora parece ser saber quién va a salir vivo de todo esto.

-Está claro que hay un primer estadio que es el de la emergencia social. En estos momentos hay que intentar que todo el mundo tenga cubiertas las necesidades básicas. Y no hay que perder de vista, en este sentido, que en nuestro sector hay mucha gente en una situación muy, muy complicada. Aunque también tengo que decir que hay gente que llora mucho y resulta que no está tan mal, pero bueno. Pero superada esta primera fase, va a llegar un momento en el que nos tenemos que enfrentar a la construcción de un nuevo modelo. ¿Qué papel queremos que jueguen las artes y la cultura en la sociedad? Esa es la primera cuestión. No qué papel queremos que jueguen las artes y la cultura en el sector de las artes y la cultura. Porque esa segunda pregunta nos lleva a donde ya sabemos, a donde estamos, a una irrelevancia social. La gente no entiende qué hay detrás del mundo de la cultura, qué tipo de trabajo hay, el valor que aporta más allá de lo referido al entretenimiento. Hay una primera reflexión que tenemos que hacer todos. En Álava, como territorio, también. ¿Queremos que la cultura siga siendo organizar unos ciclos de música, apoyar a dos o tres festivales y tener mucho cemento o vamos a empezar a pensar en cómo las artes y la cultura van a ayudar a tener una educación mejor, una sanidad mejor, una convivencia mejor, una industria más innovadora...? Es una reflexión que nos la tenemos que tomar ya muy en serio. No solo depende de las instituciones públicas, también del sector. El propio sector sigue enamorado de sus productos sin pensar cuáles son las necesidades sociales a las que tenemos que responder. La clave es: ¿lo que hacemos, qué mueve? Necesitamos transparencia, que tiene mucho que ver con la apertura, empezando por los sectores público y privado, apertura entre ellos y hacia otros mundos. También transferencia, es decir, cómo nos conectamos con otros sectores para enriquecernos mútuamente haciendo propuestas más híbridas. Y otra cuestión importante es la transcendencia, porque o somos trascendentes o no somos nada. Tenemos que centrar muy bien el tiro sobre cuál es el rol que queremos que las artes y la cultura jueguen en el futuro de nuestra sociedad. Y para eso, insisto, tenemos que dejar de ver solo lo que hacemos para entender mejor por qué, para qué y cómo lo hacemos. Ahí está gran parte de nuestro valor. La oferta no garantiza la demanda, ni su diversificación ni su cualificación. ¿Vamos a seguir considerando a la cultura como la guinda del pastel, el elemento decorativo, el complemento al turismo... o qué papel queremos tener?

Alguien puede decir que esa reflexión tiene que llegar, pero que ahora necesita tener algo caliente que comer sobre la mesa.

-Por supuesto. Lo primero es atender las necesidades básicas. ¿Pero cuál es el problema? Que el sector es mucho más complejo. Como no hay una descripción y un mapeado real de cómo es el sector, nos vamos dejar mucha gente fuera porque hay agentes y organizaciones que no tienen capacidad de interlocución, que no pueden llegar a la mesa de un consejero o de un ministro; porque hay muchas actividades difícilmente clasificables; porque... ¿Qué pasa? Pues que estamos utilizando mecanismos de interpretación muy ineficientes para resolver un problema de urgencia. Las herramientas que tenemos no representan, ni con mucho, al 20% del sector. Y ahí tenemos que empezar a repensar cómo nos identificamos, clasificamos, denominamos y cómo queremos estar representados. Tenemos sistemas de información deficientes y, además, tenemos modelos del XIX para afrontar una realidad que ahora sí es del siglo XXI. Nuestros modelos de organizaciones museísticas, de mecanismos subvencionales, de infraestructuras culturales... responden a los modelos del XIX. Pasa, por ejemplo, con el auditorio que íbamos a tener en Vitoria, es una infraestructura del XIX por muy moderna que sea. Tenemos que empezar a pensar en nuevas prácticas, modelos, usos, formatos, expresiones, objetivos de la práctica cultural, etcétera. ¿Quién va a pensar en esto si resulta que la gente que está haciendo planteamientos más innovadores es apartada? ¿Quién va a liderar el cambio? Ese es un gran problema. ¿Y desde dónde? Porque, claro, si el cambio se plantea solo desde el propio sector, la inercia nos va a poder, sobre todo si los que estamos hablando en un momento dado tenemos una edad en torno a los 60 años. Tenemos que rejuvenecer el debate y abrirlo a otros ámbitos. Ya no valen las miradas unidireccionales. Ni en este sector ni en ninguno. ¿Vamos a volver al mismo tipo de programación con el mismo tipo de estructuras, con los mismos programas de apoyo? Las cosas no van a cambiar de la noche a la mañana, pero evidentemente tenemos que decidir si queremos ser trascendentes o no.

De todas formas, son reflexiones que siempre están ahí, que se recogen en libros blancos de la cultura, en planes estratégicos..., pero que luego nunca se llevan a la práctica. ¿La situación actual puede ser el verdadero acicate?

-El riesgo de que pase lo de siempre es alto porque somos humanos y tenemos una tendencia tremenda al autoengaño y a pensar que somos más listos que los otros. Uno de los grandes problemas que tiene el mundo de la cultura y del pensamiento es que nos hemos quedado habitualmente en muchas reflexiones conceptuales pero sin que haya pasos a la práctica. No quiero ser más papista que el Papa, pero nosotros hemos demostrado, después de más de 500 proyectos, que es posible que las artes y la cultura tengan un efecto diferente en el mundo de las organizaciones sociales y económicas. Pero tristemente seguimos siendo una experiencia pequeña en el océano cultural. Hacer las cosas es posible, simplemente hay que atreverse.

¿Cómo se podría o debería abordar un trabajo específico con la sociedad?

-Hace un tiempo, una consultora que trabajaba para una gran empresa y que estaba haciendo un proyecto en el ámbito cultural me dijo: oye Roberto, una cosa que me sorprende es que mis propios compañeros y mi cliente -que era una institución pública- siempre hablan mal del sector. Y yo le dije: ¿crees que alguien que desprecia a un sector puede ayudarle?. Ahí tenemos un primer problema. En general, y también es responsabilidad del propio sector, se ha generado una situación en la que donde debería haber confianza y apoyo mutuo, hay desconfianza e incluso a veces desprecio. Y eso está proyectado en la sociedad. Cuando la gente lee un libro, por ejemplo, no tiene ni idea de lo que hay detrás. Alguien debería contárselo. Ahora de repente nos estamos dando cuenta de que la ciencia es importante. Lo mismo con la sanidad. ¿Pero qué pasa con la cultura? Yo, por ejemplo, soy muy contrario a esta sobredosis de cultura gratuita. Dar tanto contenido gratuito devalúa todavía más lo que somos. No se puede ofrecer tanto sin un acompañamiento pedagógico para que la gente entienda qué hay detrás de la producción y de la creación cultural. Hay que trabajar la demanda y eso no es solo incrementar el número de espectadores o que los mismos vengan más veces. La cuestión es hacer una tarea mucho más pedagógica sobre el valor emocional, ético, crítico y de pensamiento, de identidad que la cultura tiene. Y eso ligado a lo concreto. Además, hay otra cuestión. Lo digital como nuevo paradigma está ahí, vale, pero vamos a intentar hacer entender a la gente que la vivencia en directo sigue siendo diferente.

¿Hay algo de esperanza, viendo la situación actual, para el futuro más inmediato?

-Sí. Yo soy un optimista por definición. Si no, como gran parte de la gente del sector, hubiera tirado la toalla hace mucho. Creo en el papel transformador que puede tener lo que hacemos. Va a haber un momento en el que vamos a tener que volver a buscar significados. Es decir, para qué y por qué hacemos lo que hacemos. La sociedad está carente de significados, de relaciones, de encontrar sentido a muchas cosas. Y vuelvo a lo de antes. Necesitamos liderazgos sociales y políticos que sean atrevidos y que se planteen que otra forma de vivir y producir es posible. No podemos decir que la cultura construye eso de manera abstracta. Demostremos, con acciones, que la cultura construye eso. La mayoría de los agentes culturales siguen enamorados del producto sin saber en realidad para qué lo hacen. Yo soy optimista, pero también peleón.