Como aquel fisgón James Stewart que observaba a sus vecinos a través de su teleobjetivo en La ventana indiscreta, el confinamiento ha convertido nuestros días en la versión 2.0 de este clásico de Alfred Hitchcock al que, con esta particular coincidencia, se rinde homenaje en el cuadragésimo aniversario de su fallecimiento. Escayolado e inmovilizado en una silla de ruedas como consecuencia de un accidente laboral, la mirada de aquel curioso fotógrafo al que James Stewart daba vida en La ventana indiscreta (1954) adquiere hoy tintes de realidad ante la particular situación de cuarentena a la que en estos días hacemos frente.

Alfred Hitchcock (Londres 1899-Los Ángeles 1980) era el genio del suspense, sí. Pero ¿quién dice que no era también un visionario? Los ojos azules de Stewart, metido en la piel de un aventurero reportero gráfico, se mueven con desenfreno detrás de la lente de su cámara para captar todo lo que ocurre al otro lado de la ventana de su casa. ¿No es eso lo que, a ratos y de manera disimulada (o no tanto), hacemos todos en la era del confinamiento cuando nos vemos obligados a permanecer en nuestros hogares?

La ventana indiscreta fue uno de los grandes títulos del cineasta, una de aquellas películas que reunía (y reúne) todos los ingredientes del cine hitchcockiano: el voyerismo, el papel de la mujer, la particular relación hombre-mujer, los giros argumentales, el suspense y, cómo no, las pizcas de humor para cerrar una historia en la que el espectador, como Stewart, deseaba no parpadear para no perder detalle.

Detalle es, sin lugar a dudas, uno de los términos que define la pulcra y cuidada cinematografía del genio Hitchcock, quien se acercó al mundo del cine gracias a su temprana afición a la pintura, logrando su primer trabajo como rotulista de películas mudas dentro de la sucursal londinense de la compañía americana de producción y distribución Famous Players-Lasky.

Fue guionista, director artístico y ayudante de dirección antes de tomar las riendas de su primera película, que llegaría en 1925 con El jardín de la alegría. En cambio, el éxito comenzaría dos años después con El enemigo de las rubias (1927), sugerente título en castellano que da pie, curiosamente, a su obsesión por las mujeres de pelo claro.

No obstante, sería 'El hombre que sabía demasiado' (1934) la película que llamó la atención de Hollywood quien, a través del productor David O. Selznick, vio en el londinense un diamante en bruto. Tanto éxito tuvo la versión original de este título que Hitchcock volvió a dirigirla, bajo el sello estadounidense, en 1956, contando además con dos estrellas del panorama hollywoodiense como James Stewart y Doris Day.

OBSESIVO

Fue, sin embargo, Rebeca (1940), su primer filme americano, el que realmente abrió las puertas de Hollywood al cineasta londinense, con el que, tras lograr el Oscar a la mejor película, todos los actores deseaban trabajar. Pero Hitchcock, haciendo gala de su introversión y su carácter quisquilloso y obsesivo fue muy selectivo a la hora de elegir el reparto de sus películas y vio en la belleza fría de las mujeres rubias su principal objeto de deseo. Grace Kelly, Tippi Hedren, Ingrid Bergman, Joane Fontaine, Doris Day, Vera Miles, Kim Novak o Janet Leigh fueron algunas de sus musas, aquellas que brillaron ante las cámaras pero no tuvieron la mejor experiencia de rodaje detrás de ellas.

Mucho se habla del trato de Hitchcock hacia sus, quizás mal llamadas, musas. Su mente retorcida, aquella que le permitía crear ese universo de suspense que comenzó a alzar el vuelo en los años 50 con Extraños en un tren, Crimen perfecto, Vértigo o Con la muerte en los talones y que se consolidó en los 60 con Psicosis, Los pájaros o Marnie, la ladrona, era excelente para crear guiones únicos y originales pero le jugaba malas pasadas en el trato con sus actrices.

Cierto es, por otro lado, que resulta imposible desvincular el término suspense del cine de Hitchcock, sería absurdo intentar hacerlo. Sin embargo, es en torno a su figura donde se crea una seña de identidad única. Su magnífica técnica para crear suspense es parte del éxito, pero es su propia imagen, siempre presente en todas sus obras, la que convirtió al genio londinense en una estrella de cine.