Aquel sábado quinto de cuarentena Juantxu y Unai comieron espaguetti a la carbonara. También comieron ensalada de atún y de tomate salpicada de sal, comino y bañada con aceite de oliva virgen de aloreña. Dos botellas de vino de Dominio de Berzal. Una por cabeza. En principio. Cuando llegó la noche cuatro cascos vacíos de cristal reflejaban sus rostros macilentos, mientras en la calle un aguacero barría el mundo con retumbo de tormenta.
En la comida Juantxu le explicó a Unai lo que era el principio de incertidumbre. Le habló de los años veinte. Le habló de Heinsenberg. Le habló de física cuántica. Le explicó que no es que él fuera un científico experto, pero como con la música clásica, el estudio de tantas cosas relacionadas con la física formaba parte de uno de sus pasatiempos.
Juantxu contó que había llegado a todo aquello leyendo ciencia ficción. Le dijo que los autores que le abrieron aquel camino fueron Philip K. Dick, Stanislaw Lem, Isaac Asimov y Ursula K. Le Guin. Le contó que muchas teorías científicas del veinte estaban mucho mejor expuestas en las novelas de aquellos autores que en los libros científicos. Le contó cómo Heinsenberg había descubierto ese principio con un experimento que trataba de determinar la ubicación exacta en el espacio de un electrón.
Imagínate que estás en una habitación vacía completamente a oscuras y sabes que en ella hay una pequeña banqueta. Es una habitación grande. Esa banqueta es la partícula cuyos parámetros espaciales debes registrar. Para eso cuentas con una bolsa de pelotas de tenis, que es como si fuera una lluvia de fotones detenida. Comienzas a tirar las pelotas, hasta que con una le aciertas a la banqueta. En ese momento, solo ahí puedes encender la luz. Y solamente en ese instante puedes determinar la ubicación espacial de la banqueta. Ese lugar concreto que ha sufrido un pequeño desplazamiento por efecto del impacto de la pelota de tenis no es el mismo lugar en el que estuvo antes la banqueta. Eso, contado de manera muy simple y un tanto cutre, es el principio de incertidumbre. Cuando buscas algo en la realidad, es imposible encontrar el lugar determinado en el que ese algo se encuentra, porque tu sola acción de búsqueda lo desplaza en el espacio-tiempo. Eso es lo que nos ocurre con el autor de esa novela y con la novela misma. Se mueve con nosotros. Cada uno somos una pelota de tenis lanzada hacia la incertidumbre que se esconde tras el autor. Y cada vez que encontramos una clave, ésta se mueve de lugar y topamos con otra.
Unai se tomó un vaso de vino de golpe. Se le derramó un poco por las comisuras.
Y ese libro que te estás leyendo es uno de los libros que más me han enseñado. Dijo Juantxu.
Conozco la película. Dijo Unai. Ahora, al estar leyendo el libro, me estoy acordando de bastantes cosas que tenía olvidadas. Dijo Unai.
¿Qué película?, dijo Juantxu con la boca llena de lazos largos de espaguetti.
La peli que se hizo, ¿cuál va a ser? Dijo Unai antes de llevarse el tenedor a la boca.
Espera. Contestó Juantxu.
Juantxu acabo por sorber los espaguetti y cuando los hubo masticado, rellenó los vasos de vino de Unai y el suyo.
Es que hay dos, dijo Juantxu tragando.
¡Ah, no sabía! Dijo Unai.
Tú has visto la de Soderbergh, la americana. Dijo Juantxu cuando acabó de llenar el vaso de vino de Unai.
Sí. Dijo Unai.
Pues hay otra mejor. Rusa. La dirigió Andrei Tarkovsky. No tiene nada que ver con la que has visto. Tú acaba el libro y si quieres luego la vemos.
Un par de bips sonaron en el smarfon de Unai, que vibró saltimbanqui en la mesa. Sin dejar de llevarse comida a la boca Unai lo cogió y abrió el sistema con la yema del índice de su mano derecha. Juantxu había dejado de comer para observar atentamente las acciones de Unai. Unai, cuando colocó de nuevo el dispositivo cerca de la barra de pan, se dio cuenta de que Juantxu no paraba de mirarle.
¿Qué pasa ahora? Preguntó Unai.
¿Recuerdas que te hablé, aunque no sé si lo hice, o si lo hice no sé si te acuerdas, de un colega que ha mirado mi móvil?
Sí. Dijo Unai.
Ha descubierto que tiene una de esas aplicaciones espía que te geolocalizan, graban los mensajes que recibe el móvil o que envía y también graba lo que hay alrededor del móvil. La persona que la instala puede controlar eso desde un repositorio en la nube. Eso quiere decir que lo que hablamos está siendo grabado ahora. O sea, que el Matos ese, o quien esté detrás de él, nos está escuchando.
¿Cómo estás tan seguro? Dijo Unai.
¿Cuántos correos y mensajes basura recibes al día por sms, por whatsapp, en redes sociales, en tu mail? ¿lo sabes? Preguntó Juantxu.
Unai ovilló un pequeño mazo de espaguetti con la ayuda del tenedor contra el cuenco metálico de la cuchara.
No lo sabes. Como yo. Porque son un montonazo. Y los abres. Como has hecho ahora y esta mañana. Al abrirlos activas la aplicación espía. Puede tratarse de un mensaje promocional de una web o de una empresa de telefonía. Eso es aleatorio. Yo hoy he apagado el móvil. Pero sé que nos está grabando porque tú estás recibiendo esos mensajes de los que te hablo. Y los abres.
¿Lo apago?, preguntó Unai.
No. Que siga escuchando. Es mejor. Dijo Juantxu.
Juantxu siguió comiendo en silencio. Unai siguió comiendo callado. Continuará...