- The Last Dance arranca con la silueta de un hombre sentado mirando al horizonte en medio de una gran mansión. En los primeros episodios del documental ese hombre echa la vista atrás a su legado, consciente de que no hay cima en el baloncesto sin su nombre. Es Michael Jordan en carne viva. Un documental que es una mirada nostálgica al crepúsculo de sus históricos Chicago Bulls y que se emite en Netflix a partir de mañana.
Un rótulo recuerda al comienzo de la obra que la franquicia de “la ciudad del viento” venía de ganar cinco títulos en los últimos siete años y que el futuro de la dinastía corría peligro en su objetivo de ganar tres campeonatos seguidos (1991, 1992, 1993, 1996, 1997) por segunda vez, debido, especialmente, a la tirantez entre Jerry Krause (gerente general del club), que reclamaba mayor reconocimiento a sus acciones, y Phil Jackson, entrenador del equipo.
Y ahí radica el origen de muchas de las tensiones y las incertidumbres que pesaban sobre los hombros de Jordan y compañía durante ese “último baile”, tal y como calificó la temporada el propio Jackson, sabedor de que el cuento de hadas llegaría a su fin en junio de 1997 independientemente del resultado. Ya se lo había avisado Krause: “Aunque acabéis con 82-0, no seguirás”.
Jordan era el primero que no soportaba al orondo Krause (fallecido en 2017) y no perdía ocasión de ridiculizarlo: “¿Son esas las pastillas que tomas para mantenerte tan bajito? ¿O son las de la dieta?”, le espeta durante el primer entrenamiento de la pretemporada. Ya en París, antes de comenzar el torneo McDonald’s, le pregunta: ¿Vienes a echar unos tiros? Vamos a tener que bajar la canasta”.
La estrella no podía entender cómo desde la franquicia se pretendía destruir un equipo ganador y comenzar una reconstrucción que dejaría más incógnitas que certezas. “Los Cubs (equipo de béisbol de Chicago) llevan reconstruyéndose 42 años”, dijo con su característica sorna tras ganar el quinto anillo. Jackson, convencido por Reinsdorf, propietario de los Bulls, firmó un año más. Y Jordan desde el principio había ligado su futuro al del técnico, así que todo el mundo daba por hecha su segunda retirada tras la del verano de 1993. Además, otros problemas afloraban: la desconfianza de Scottie Pippen hacia la directiva tras años de estar pagado muy por debajo de lo que merecía y la locura de Dennis Rodman, cada vez más insostenible e incontrolable.