Juantxu decidió tomar cartas en el asunto y al primero al que preguntó directamente fue a Landa.

Espera. Tranquilízate. Dijo Juantxu.

Estaban sentados uno frente a otro en el salón gigante de la casa de Landa, a considerable distancia.

A mí esto me parece una chorrada, fíjate que hasta le colgué el teléfono a Eduardo el otro día, cuando me llamó desde las coles y me contó toda esta gilipollez, como para que tú me vengas ahora con lo mismo. Y la verdad, no me apetece seguir dándole bola a todo esto y leerme todos los capítulos. Bastante tengo con trabajar desde aquí, atender a mi hija y a mi padre, que se pasa el día buscando apaches en la ventana. Dijo Landa.

Sabes que tiene Alhzeimer. Y mi madre ingresada. Te aseguro que quien no haya pasado por esto no tiene ni idea de lo que es, como para andar con chorradas. Además, no todo lo que cuenta esa novela ha ocurrido de verdad. O sea, que se inventa bastante. Acabó por decir Landa.

Entonces, siguió Juantxu, dices que no, pero al final lo estás leyendo. Le dijo Juantxu a Landa.

¿Qué quieres que te diga? Preguntó Landa respondiendo con un sí evidente al cebo de Juantxu con esa pregunta ingenua. Landa había leído casi todo.

Lo he leído. No me mires así. Dijo Landa. Pero ya no solo es que se invente cosas, los nombres que aparecen ahí no son los nuestros. La única conexión que se podría establecer entre quien sea ese individuo y nosotros es a partir de nuestras suposiciones. Nada más. Argumentó Landa.

Yo solo estoy investigando. Porque una cosa es que nos mande ese mensaje a los móviles. Pero que lo publique me parece muy grave. Y en eso no hay invención. Si revisas tu móvil verás que el mensaje que nos mandó está puesto tal cual en el capítulo de ayer, en el veintidós. Dijo Juantxu.

Eso es cierto. Respondió un tanto cabizbajo Landa.

Y el resto. Siguió Juantxu. Porque tú los habrás leído una vez, pero yo estoy revisando todos los capítulos con lupa. Y aunque tengas razón, porque hay cosas que manipula y cambia y no han sido como ahí las cuenta, hay otras muchas que están calcadas, que son conversaciones calcadas entre nosotros, cosas que nos han pasado. Lo de que te quedaras encerrado en el camarote. Lo de tu hija, por ejemplo. Dijo Juantxu.

En ese momento Nagore entró al salón. Pero tuvo que detenerse bajo el dintel de la puerta.

¡No, no entres! Gritó Landa.

Nagore, que llegaba con una sonrisa de oreja a oreja, mudó su gesto de golpe y se puso seria, quieta, obediente.

Perdona, hija mía, pero no puedes entrar. Es por lo del virus, cariño.

Es que. Comenzó Nagore a decir.

Dime, ¿ha pasado algo?

Es que, aita, he hecho lo que me has dicho. Mientras hablabas con este señor me he quedado en la escalera, vigilando. Pero. Dijo Nagore.

Pero ¿qué?, preguntó Landa.

Pues que cuando te has ido, pues ha habido un rato que me he puesto a jugar con la foca y se me ha olvidado vigilarle. He estado saltando en los pisos de abajo, con la foca, y entonces he oído el ascensor. He subido corriendo hasta la planta del abuelo, aita. Se ha dejado la puerta abierta. Creo que se ha escapado a la calle, aita. Dijo Nagore.

Joder. Dijo Landa. Hostia. Dijo Landa. Joder. Dijo Landa.

Juantxu miraba a Landa y luego a Nagore. Nagore estaba a punto de echarse a llorar.

No te preocupes, que no se habrá ido muy lejos. Dijo Juantxu tratando de poner árnica en aquella escena.

Me vas a tener que hacer un favor. Dijo Landa. No queda otra.

Dime. Dijo Juantxu.

Tengo que salir a buscarle y te tienes que quedar con Nagore un rato mientras. Dijo Landa.

¿No se puede quedar sola? Preguntó Landa.

Comenzaron a sonar los aplausos. Se los oía como si llegaran desde muy lejos pero como si estuvieran muy cerca de aquel salón también. La noche comenzaba a posarse poco a poco sobre la pequeña ciudad.

Hazme ese favor. Dijo Landa. No tardaré mucho. Dijo Landa.

Tengo que ir al periódico. No puedo. Se excusó Juantxu.

Por favor. Dijo Landa. Por favor. Insistió Landa.

Solo será una hora, incluso menos. No andará muy lejos. Dijo Landa.

A mí no me importa quedarme sola, pero por la mañana. Por la noche me entra miedo. Tengo miedo del Gaueko. Dijo Nagore.

En ese momento, Juantxu clavó sus ojos en los de Nagore. Nagore había dicho Gaueko.

Está bien. Yo me quedo. Sal ya. No pierdas más el tiempo. Cuanto antes le encuentres, antes acabará esto. Dijo Juantxu.

Landa saltó como un resorte de su silla. Cogió las llaves de una mesa. Cogió el móvil, una chupa, la primera que encontró. Antes de salir le dio tiempo a darle un beso en la frente a Nagore, y a soltar un gracias apenas audible mientras se lanzaba a todo correr tras la puerta de entrada, escaleras abajo hacia la calle.

Cuando los saltos de Landa se amortiguaron del todo en un silencio compacto y lejano, Juantxu miró a Nagore.

El Gaueko no existe. Dijo Juantxu.

Ya, eso pensaba yo. Sobre todo cuando me lo contó mi aita. Pero es que.

Dime, bonita. Dijo Juantxu.

El otro día se encendió el móvil cuando mi padre estaba en la siesta. Y lo cogí rápido, para no despertarle. Y era el Gaueko. Me preguntó cosas sobre nosotros. Y como era el Gaueko, yo se las conté.Continuará