parís - Se abre el telón y aparece Christian Louboutin, el hombre que sexualizó los tacones pintando de rojo sus suelas. No se trata de un chiste, sino que es el telón de la exposición más esperada de la moda en 2020. Casi 30 años después de abrir su primera tienda, el diseñador que ha vestido los pies de Nicole Kidman, Madonna e innumerables asiduas de la alfombra roja regresa al Palais de la Porte Dorée de París en una amplia muestra donde desde hoy hasta el 26 de julio comparte su trabajo y sus fuentes de inspiración, sobre todo el cine y los viajes. Precisamente en este museo, Louboutin (París, 1964) vio con 10 años una imagen que cambiaría su vida: un stiletto tachado en un cartel vetaba su uso allí para evitar que se estropearan sus suelos. El dibujo quedó en la cabeza de aquel niño que hoy vende más de 700.000 pares al año.
Sus zapatos son tan admirados que la cantante Aretha Franklin, la reina del soul, incluso fue enterrada con ellos. ¿Cómo se convierte un objeto en icono?
—A pesar de uno mismo. Yo no he trabado para que mis zapatos sean icónicos, pero para mi sorpresa así fue. Empecé a trabajar para las mujeres, después hice creaciones para hombre, pero mi profesión inicial está centrada en ellas. Nací en un universo de mujeres y creo que de todo eso queda algo: el inmenso respeto y amor que siento por ellas. Creo que eso se siente tanto que, si alguien tiene ganas de conservar una única cosa, se decida por ese par de zapatos que la llevarán al paraíso.
Los zapatos expuestos provienen de sus archivos y de algunas colecciones privadas. Como Yves Saint Laurent, ¿también usted pensó en conservarlos desde el principio como piezas de arte?
—No, en absoluto. En realidad nuestros archivos son pequeños porque no he conservado demasiado, por no decir nada. Una mujer que trabaja conmigo desde el año 1992 me regañó porque no guardaba nada. Me dijo que ella había conservado ciertos dibujos y prototipos y que no lo hacía con la intención de robar sino para mí, porque un día sería importante. Cuando uno empieza a trabajar solo tiene ganas de ver resultados, de pasar a la siguiente etapa y no se para a mirar lo que acaba de hacer. En 1997 empezamos a guardar lo que podría valer la pena.
La exposición incluye modelos inspirados en España, como el gran paso de Semana Santa que preside la sala con un tacón bajo palio. ¿Qué encuentra en ese país como inspiración?
—Me encanta España, lo que más me gusta es la pasión del carácter español. El paso ha sido construido en la Orfebrería Religiosa de Villarreal, en Sevilla. Es un objeto en principio religioso, pero hemos retirado las cruces y todo lo que hacía referencia a la religión y he guardado la idea de la pasión. Siento pasión por mi trabajo, por los zapatos, por eso me pareció normal meterlos bajo palio, para que sirva de protección a mi gran pasión, un gran tacón de cristal.
Además del folclore, tira usted mucho del sentido del humor.
—Absolutamente. Creo que es importante no tomarse en serio. Trabajo en un sector donde hay demasiadas cosas duras, negativas y serias, así que no creo que mi misión sea aportar más negatividad, sombras y tristeza. La gente se interesa en la moda porque hace soñar, por su lado infantil, y eso es lo que he querido guardar. Pasan muchas cosas serias y es importante no olvidarlas, mantener los pies en la tierra, pero mi objetivo es aportar placer a las mujeres.
En los últimos años, las pasarelas se han inundado de deportivas, zapato que también usted ha hecho. ¿Sigue prefiriendo los tacones?
—Siempre he dibujado deportivas y cuando empezamos a hacer hombre nos dimos cuenta de que los números más pequeños se agotaban rápidamente porque eran comprados por mujeres. El fenómeno de las deportivas se ha hecho muy importante, pero no siento el mismo placer dibujándolas porque vengo de un universo de curvas. Mis dibujos son curvas, por eso me cuesta más dibujar deportivas o zapatos de hombre, porque no están en el universo de las curvas.
La única vez que no trabajó haciendo zapatos, se dedicó al paisajismo. Si hoy no se dedicara a los, zapatos, ¿haría jardines?
—Probablemente, pero hay otras cosas que me interesan. He escrito guiones y me interesa el cine, pero sé que desafortunadamente es una profesión que requiere mucho tiempo así que no intentaría dedicarme a ello ahora.
Carolina de Mónaco fue una de sus primeras clientas y ahora le ha elegido para que dirija el Baile de la Rosa sustituyendo al fallecido Karl Lagerfeld. ¿Cómo ha vivido el nombramiento?
—Me hace mucha ilusión porque Carolina de Mónaco es mi segunda hada madrina. La primera fue la directora del taller de Dior, Hélène de Mortemart, que cuando yo comenzaba con dieciocho años me concedió mis primeras prácticas. Carolina de Mónaco se convirtió en la segunda cuando un mes después de abrir mi primera tienda, en el año 1991, vino a verla. Yo nunca coincidí con ella hasta un día que una periodista estadounidense vino a entrevistarme y la vio. Dijo: ¿Qué es este lugar fabuloso al que viene gente con el perfil de Carolina de Mónaco? Sin darse cuenta hizo algo muy importante para mí y gracias a ese reportaje vinieron todos los compradores estadounidenses. Mi historia con la princesa Carolina empezó por azar pero con el tiempo se ha transformado en una gran amistad.