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Periodismo del siglo XXI (II)

Periodismo del siglo XXI (II)

Últimamente suelo ocultar mis ojos tras unas gafas de sol. No porque tome drogas o me dé por llorar en las esquinas, sino porque me gusta ver la irrealidad de otra manera: más oscura de lo que en realidad es ya de por sí. Por otro lado, hace tiempo que no tomo drogas ni lloro en público por las noches; aunque, bien mirado, y teniendo en cuenta el estado de mi mundo interior y exterior, tendría razones para hacer ambas cosas.

Sospecho que Martín Caparrós también lleva gafas de sol. Pero unas que le permiten auscultar la irrealidad con absoluta claridad. Y lo sospecho a juzgar por la mala hostia que destilan los artículos que acaba de reunir bajo el título Ahorita, un libro que ha editado (en su nueva colección de ensayo) el sello Anagrama. Los textos del argentino desnudan la gran mentira del mundo virtual y de la sociedad global en la que vivimos. Esa que rinde culto al cuerpo, vende salud y alimentos ecológicos; la misma que estima necesario hacer deporte después del trabajo y, de vez en cuando, organiza nuestros viajes y nuestro tiempo de ocio.

Martín Caparrós destapa el embuste de los tiempos modernos porque es un reportero de verdad, un kamikaze de la palabra, un cronista que ha vivido en Nueva York, París y Barcelona y se ha curtido en mil viajes por el mundo y por el corazón de la Argentina más oscura y suburbial. De ahí nació un monumental documento titulado El interior, un peregrinaje por las arterias más castigadas del país y su intrahistoria, un libro que está escrito con una prosa tan cortante y precisa como una navaja recién afilada. Y es que Caparrós mira lo que le rodea con la atención de un entomólogo: con una lente que le permite horadar las cosas, darles la vuelta y despojarlas de disfraces.

¿Qué nos dice el escritor aquí? Que es difícil contar el presente. Que nos engañan por sistema. Que estamos en la era del sucedáneo. A lo largo de milenios -dice- hemos vivido con unas pocas cosas necesarias. Hoy nos rendimos al consumo porque así lo dictan las leyes del mercado y porque todo es desechable y se pasa de moda. (Lo decía el grupo Cucharada hace muchos años: porque usted necesita lo que no necesita).

Hay una industria para todo. Estamos rodeados de aparatos inteligentes destinados a consumidores imbéciles. Al igual que los niños tienen una habilidad especial para convertir en necesidades sus deseos, los adultos nos hemos infantilizado. Si antes se inventaban cosas para satisfacer nuestras demandas, hoy se inventan necesidades. La consigna es estar al día: nadie debe dejar de comprar un televisor de cien pulgadas ni el último modelo de teléfono móvil: ése que puede almacenar toneladas de información y te permite oir (que no escuchar) todas las músicas del mundo, además de hacer miles de fotografías. Y es que nos han impuesto -como un mandamiento- la obligación de una felicidad artificial. Ya no miramos las cosas: posamos para que nos miren. Me voy a poner mis viejas gafas de sol. Todavía funcionan.