donostia - Siempre interesada en “cómo se trasmite el arte en el espacio educativo”, actualmente Fernández compagina sus tutorías de dirección y guion del Máster en Teoría y Práctica del Documental Creativo de la Universidad Autónoma de Barcelona con su participación en la cooperativa audiovisual Drac Magic y, por primera vez este año, en Cinema en Curs. Estudió Educación Social en la UPV/EHU y luego cursó Realización de Televisión, Cine y Vídeo en la Escivi de Andoain, para terminar en el máster de Documental de Creación en la Pompeu Fabra de Barcelona. Allí surgió el proyecto Las letras de Jordi, que pasó por las residencias Ikusmira Berriak y que ahora competirá en la sección New Directors del Zinemaldia.

¿Ha sido un viaje largo el que le ha traído hasta competir en la sección Nuevos Directores?

-Ahora, cuando sé que la película se va a estrenar en el Zinemaldia, lo veo como un lugar lógico para un trabajo que ha pasado por Ikusmira Berriak. No ha sido tan largo, en realidad.

Comenzó con el proyecto hace unos tres años, cuando estudiaba el máster de Documental de Creación en la Pompeu Fabra de Barcelona.

-Para aplicar al máster era necesario presentar un proyecto y presenté uno relacionado con el Santuario de Lourdes. A raíz de la investigación que tenía que hacer dentro del curso para el proyecto, conocí a Jordi, y de ahí salió la película. Han sido un cúmulo de pequeñas cosas inesperadas.

¿Cómo cambió su visión?

-Pasé de un proyecto sobre un documental observacional sobre Lourdes a intentar hacer un retrato sobre una persona. Acabó, además, no siendo eso, sino casi el retrato de dos personas que se han conocido.

Explíqueme, ¿quién es Jordi?

-Es un hombre de 51 años que tiene parálisis cerebral y que se comunica a través de una tabla de cartón con letras. Es una persona que ha sentido a Dios durante mucho tiempo de forma muy cercana; y que cuando lo conocí se encontraba en plena crisis de fe.

¿Cómo lo conoció?

-En mi intención de realizar un documental sobre Lourdes conocí a un grupo de peregrinos que viaja anualmente al santuario. Además, se reúnen una vez al mes en un centro religioso. Me acerqué a ese grupo, me introduje con la cámara y filmé alguna reunión. Al revisar el material en casa, descubrí a un hombre que, a pesar de estar en un grupo que está regido por ciertas normas y rituales, es rebelde y no responde ante eso; me llamó la atención y me puse en contacto con él. Comencé a juntarme una vez a la semana durante dos horas con él y a tener conversaciones sobre todo lo que se me ocurría que le podía preguntar.

¿Jordi accedió pronto a participar?

-Todo surgió de forma muy orgánica. Es lo bonito de los documentales, estar abierta a lo que surge en el camino y a focalizar el interés en eso que vas descubriendo. En este caso, tenía claro que quería hacer una película pero no tenía tan claro por dónde tirar. La pretensión con la que me acerqué a esa persona fue cambiando constantemente. Al principio quería filmar un encuentro, luego se convirtió en dos, luego en tres... Y luego le comenté que quería seguir filmando con él.

¿Cuánto duró el rodaje?

-Unos seis meses, yendo casi cada semana a la residencia en la que vive. Iba sola, con mi cámara y mi equipo de sonido y mi trípode. Grababa las conversaciones al mismo tiempo que transcribía y reescribía la película. También hice varios rodajes con equipo, acompañamos a Jordi a Lourdes e hicimos otro en la residencia, pero finalmente no se quedaron en el montaje.

Comenta que ‘Las letras de Jordi’ se ha convertido en un filme sobre dos personas que se encuentran. ¿Cómo se siente al introducir su yo en la cinta?

-Era algo que quería evitar. Hasta ahora en todos los cortometrajes aparezco yo en imagen, o como voz, o aparece gente de mi entorno. Quería romper con ello.

Pero no lo ha hecho.

-Inevitablemente salgo en la película. Sin querer es una manera de relacionarme con lo que hago. No puedo desvincularme. Al final filmo pensando en la película pero el interés es honesto. No tengo problema en salir y no me genera pudor, porque quien más se muestra es Jordi. Pienso que a ciertas personas que no le gusten este tipo de trabajos, le puede molestar mi presencia.

¿Ha sido un trabajo emocionalmente difícil?

-A ratos, sí. Durante el máster trabajamos mucho la escritura y yo no puedo escribir sin filmar. Hubo algún momento que era de abrirse y exponerse mucho e intentar llegar al interés más profundo del porqué de la necesidad de hacer esta película. Siempre toca cosas propias que no tienen por qué mostrarse en la película pero que han sido necesarias para poder llegar a cierta profundidad.

¿Qué le dio al proyecto su paso por las residencias de Ikusmira Berriak?

-Me dio confianza. Pasas tiempo pensando, escribiendo, tomando decisiones... Escribí el dossier muy concentrada, siendo consciente que tienes que trasmitir bien para que otra persona lo entienda. No solo la forma, sino también la emoción que quieres transmitir. Que seleccionaran el proyecto lo viví con ilusión; fue bueno para el proyecto en sí mismo.

¿Hasta dónde le gustaría llegar con ‘Las letras de Jordi’?

-Me gustaría sentir, después de una proyección, que la gente se ha emocionado y que ha llegado al público lo que quiero transmitir. Agnès Varda decía que lo mejor que te puede pasar es que te den las gracias por haber hecho una película; creo que eso es una gran aspiración.

Ya había participado en el Zinemaldia con dos proyectos fruto de la Capitalidad Cultural Europea 2016. Junto con María Elorza dirigió una de las piezas de ‘Kalebegiak’ y el corto ‘Gure hormek’.

-En ese momento, con María formaba el colectivo Las chicas de Pasaik. Cada vez que te ofrecen la oportunidad de hacer una película, consolidas tu trabajo, tu mirada, una manera de hacer. Con María y Aitor Gametxo hicimos Irudi min-tzatuen hiztegi poetikoa; luego hicimos Agosto sin ti; luego una instalación de vídeo... El hecho de que ganásemos una convocatoria para participar en Kalebegiak, que iba a generar un interés en la ciudad y que era una película grande con cineastas consolidados, o que nos ofreciesen una pieza para Hormek diote, en aquel entonces lo recuerdo como un estímulo creativo muy interesante. Kalebegiak también nos dio cierta visibilidad. Tanto una como la otra fueron muy importantes; nos permitieron ganar confianza en lo que hacíamos.

¿Qué dificultades tiene un cineasta joven para llevar a cabo un proyecto? ¿La financiación?

-Yo no he tenido problemas para financiar esta película. Nada más acabar el máster lo presenté a Ikusmira Berriak; allí nos dieron el premio REC y al poco se nos concedió una ayuda del Gobierno Vasco. ¿Qué dificultades? Sin este tipo de ayudas que van apareciendo por el camino hubiese costado muchísimo más un proyecto así. No sé si es tanto ser joven, como el tipo de película.

¿La ficción lo tiene más fácil?

-Para llegar a la ficción, creo que previamente tienes que haber conseguido un corto que ha ganado un premio en algún lugar. En el camino que yo transito, que se sitúa en un entorno más heterodoxo, en el que se puede mezclar videoarte con documental o se trabaja la no ficción o el documental, desde un nivel más creativo, ciertas ayudas pueden ser un poco herméticas.

¿Siempre es así?

-Desde hace unos cinco años ha habido una apertura hacia este tipo de trabajos, no solo en Euskadi, sino en todos los niveles. Solo hay que mirar a Locarno, al documental de Oskar Alegría que ha competido en Venecia o la selección de la cinta de Maddi Barber para Zabaltegi-Tabakalera en el Zinemaldia. Existen otros tipos de trabajo que se seleccionan y que llegan a otras posiciones que los legitiman. ¿La dificultad que comentabas? Se encuentra en lo hermético de la burocracia. Tiene que haber espacio para todo tipo de trabajos.