Siendo un adolescente, José Luis Loidi “alucinaba” con la colección de quince flautas y una armónica que tenía en su casa. Ahora, tras décadas de coleccionismo y sumar a esa pasión a su mujer Lourdes Yarza, el matrimonio cuenta con rarezas tales como tambores de la isla de Java y de Laponia, instrumentos tibetanos hechos a partir de fémur y cráneo humano y flautas de serpiente y trompetas de marfil ya prohibidas, entre sus 4.400 instrumentos procedentes de 176 países de todo el mundo. El almacén industrial de Irun en el que guardan “una de las diez colecciones más completas de Europa” parece a punto del colapso. Cualquier rincón esconde una tuba o un arpa, cualquier caja contiene en su interior entre 20 a 30 guitarras o flautas diferentes y cualquier estantería parece a punto de perder el equilibrio entre los tambores, laudes y campanas que descansan sobre ellas.
Desde 1992, este matrimonio ha expuesto sus tesoros en 121 muestras bajo el proyecto Música para ver. Sin embargo, la mayoría de los instrumentos no han salido nunca de Irun desde que los adquirieron. La mayor exposición que han realizado contaba con 500 instrumentos; una nimiedad al tener en cuenta los aproximadamente 4.400 objetos que ya han conseguido reunir.
“Es un hobby que requiere mucho tiempo. Nos pasamos fines y fines de semanas aquí metidos”, cuenta Lourdes, orgullosísima de una colección que empezó únicamente con flautas. José Luis las coleccionaba hasta que ella entró en su vida y le dijo que debía abrirse a todo tipo de instrumentos.
De este modo, después de muchos años -José Luis ya está jubilado tras ejercer como óptico y Lourdes continúa trabajando en la Diputación-, en su colección no faltan ni una familia instrumental ni un continente: de tambores de incontables etnias de diferentes puntos de África a trompas suizas de tres metros de longitud; de violines de hojalata hechos por pastores marroquíes a arpas de Myanmar que solo podían tocar manos de mujer en la corte.
Son muchísimas las rarezas que poseen, como unas trompas funerarias en la que cada una de ellas está tallada una figura familiar -el padre, la madre, la hija y el hijo- y que se colocaban a modo de máscara en las despedidas de un ser querido, o varios tambores con una mano labrada que indica que su creador había matado al miembro de otra tribu.
Los orígenes escabrosos se repiten en varios objetos más, pero ninguno está a la altura de las trompetas y tambores procedentes del Tíbet. Los primeros están elaborados con fémur humano -los de menor tamaño de niños- y los segundos los forman dos cráneos, la mitad de un hombre y la otra mitad de una mujer, y están recubiertos con su propia piel. Un instrumento ya “prohibidísimo” y al que José Luis le pone todavía más morbo si cabe al comentar que las muertes de esas personas “no debían ser naturales, tenían que ser violentas o no valían”. La muerte de animales también es una temática recurrente. Flautas elaboradas con piel de serpiente y trompas de Camerún que resultan ser los cuernos de marfil de los elefantes, algo ya ilegal pero que este matrimonio posee al haberlos adquirido antes de la implantación de la ley.
“Cada instrumento cuenta la cultura y la historia de cada zona. Son objetos que se hacían con lo que tenían a su alrededor, se adaptaban a lo que había”, justifica Lourdes, poniendo como ejemplo los numerosos objetos para rituales paganos que poseen, como una réplica de un tambor de Laponia que utilizaba el chamán para predecir el futuro. Cada familia llevaba un colmillo de uno de sus renos y según en qué parte de la superficie del instrumento cayera, significaba una cosa u otra.
Con tantos objetos, José Luis incluso se aventura a hacer un resumen de las particularidades por cada continente: “Los europeos son los que mejor hechos están, los americanos y los oceánicos son los más simples, los asiáticos los más ingeniosos y los africanos los más bellos”.
“Hoy en día los precios se han disparado”
Cinco continentes, 176 países, 4.400 instrumentos y todas las ramas instrumentales cubiertas. Con tanto donde elegir, de tener que salvar a uno solo de un incendio, ¿cuál escoger? “Es muy difícil, no solo por su valor, sino porque cada uno tiene una historia detrás junto a nosotros”, cuentan entre los dos, ya que su pasión por la música del mundo llega hasta tal punto que uno es capaz de terminar la frase del otro.
Pero puestos a elegir hay dos joyas que sobresalen en la colección. Una es una flauta de pan de Perú de 800 años de antigüedad, la más vieja que tienen y que jamás se han atrevido a exponer, y la otra es una lívica de Papúa Nueva Guinea que imita el sonido de un pájaro de la zona al frotar la mano contra su superficie y cuya cotización es enorme por las pocas piezas que han llegado hasta nuestros días. De hecho, en el Estado únicamente hay dos, por lo que musicólogos y académicos franceses se han desplazado varias veces hasta el almacén de Irun para poder estudiarlo.
El número de instrumentos es tal, que la pareja no ha repetido nunca una exposición. Las han hecho por familias, continentes, países, y hasta por acontecimientos históricos y rutas como la de Marco Polo.
Normalmente son ellos mismos los que seleccionen las piezas, que también documentan y fotografían en un pequeño estudio que han construido en el mismo almacén. Todo ello lo suben, además, a la página web músicaparaver.org. No se les escapa nada. De memoria son capaces de identificar prácticamente cada instrumento del planeta y la historia que tiene detrás. Son una enciclopedia musical. Una cualidad que les ha valido para hacerse con auténticos chollazos como un tambor sudafricano comprado por diez euros en un rastrillo francés en el que lo habían confundido con una silla o dos trompetas de China de casi dos metros de longitud y que el vendedor creía que eran candelabros. Desde la llegada de Internet hacerse con estas rarezas es más sencillo, “pero también más caro”. “Menos mal que comenzamos la colección en los 80, porque hoy en día se han disparado los precios y sería imposible”, afirman estos ahora rastreadores de Ebay en busca de gangas con las que engrosar su almacén.
En otros tiempos, en cambio, hacerse con según qué objeto era una auténtica odisea. El festival de folklore de Portugalete y la Exposición Universal de Sevilla de 1992 fueron algunos de sus obligados lugares de paso. Cada año se presentaban en el municipio vizcaíno yendo al albergue en el que los participantes del certamen se alojaban con el objetivo de negociar la compra de alguno de sus instrumentos. Allí se hicieron con un címbalo en plena URSS. “Recuerdo que la mitad del grupo despistaba al miembro político que les acompañaba, mientras la otra nos lo vendía. Nos hicieron salir disparados en el coche, porque si les pillaban podían ir a la cárcel”, cuenta Lourdes.
En la Expo se hicieron también con un par de instrumentos volviendo a negociar con los exhibidores de madrugada y recientemente, en Polonia, tuvieron que adentrarse en un bosque deshabitado para hallar al último carpintero que hace un violín específico de una región.
“En todos estos años nos ha pasado de todo. Podríamos contar páginas de anécdotas”, aseguran de unos viajes que hasta día de hoy siguen haciendo en coche junto a sus dos hijos.
Pero, con 4.400 instrumentos en su haber, ¿les falta algo? “¡Por supuesto! Aunque no mucho. A nivel europeo, por ejemplo, solo nos falta un arpa celta y un tamboril de la Provenza”, contestan.
rarezas de cinco continentes. Entre las joyas que esconde su colección está una flauta de pan de Perú con 800 años de antigüedad e instrumentos que ahora están prohibidos de adquirir como tambores y flautas tibetanas realizadas con cráneo y fémur humano, respectivamente. También pueden encontrarse flautas con piel de serpiente entre los centenares de instrumentos de aire que poseen. Entre sus últimas adquisiciones está una lívica de Papúa Nueva Guinea casi desconocida y que ha llamado la atención de musicólogos y académicos franceses.