Rondaban las doce y media de la noche. Jorge Drexler, y los asistentes de Omara Portuondo, ayudaban a la veterana cantante a bajar del escenario mientras las música seguía sonando. La doble sesión del viernes terminaba entre aplausos y un público que no paraba de bailar. Así se cerraba la penúltima jornada en un Mendizorroza que asistió a una de esos carteles a los que el Festival de Jazz le tiene acostumbrado al personal, en los que el género que da nombre al certamen se va de paseo y se toma un respiro.
Con el polideportivo casi lleno, el personal se las tuvo que ingeniar para buscar sitio, sobre todo ante la decisión del certamen de mantener inhábil el fondo de uno de los laterales por una cuestión de estética para la televisión, lo que en una noche de mucho calor y de tanta asistencia causó unas apreturas innecesarias que recordaron a otras situaciones no muy recomendables como lo que se vivió en su día con Norah Jones. No se puede estar en misa y repicando.
En ese ambiente, le tocó abrir a Drexler, que ha hecho un paréntesis en su gira en solitario para rodearse de su banda habitual y hacer unos cuantos festivales, incluido el de la capital alavesa. Temas actuales y de trabajos anteriores se fueron sucediendo mientras el cantautor desplegaba toda su simpatía con los presentes. De hecho, al final del recital se bajó del escenario para bailar con quienes se habían acercado hasta las tablas, construyendo una improvisada fiesta, que era de lo que se trataba. Eso sí, a pesar de contar con compañeros de viaje experimentados en el género, no hubo ni siquiera un simple guiño a lo que sustenta el evento en el que el uruguayo se encontraba.
Tras él llegó el momento de Portuondo. Simpática, cercana, con constantes apelaciones al público... la cantante, que está en plena despedida de los escenarios a sus 88 años, ofreció al pabellón lo que esperaba bajo la dirección de un Roberto Fonseca que se tuvo que triplicar para conducir el concierto, llevar a sus músicos e intentar controlar a Omara, empeñada en boicotear, con mucho humor, el ritmo que estaba previsto. Ella quería alargar los temas hasta no se sabe dónde, él buscaba la manera de que la gente y la intérprete no se aliaran demasiado en su contra.
Faltaron muchas cosas y sobraron otras tantas, pero llegó un momento en el que a Mendizorroza le dio todo igual, porque lo que quería era compartir con ella esta última oportunidad de encontrarse y hacerlo desde la alegría de vivir, bailar y cantar. Guantanamera, Dos gardenias y Soy cubana, entre otros temas, se fueron sucediendo entre las constantes preguntas de Omara a los presentes: “¿se la saben?”. Pues sí, casi todas. Y, de hecho, el grupo se podía haber ahorrado el billete de la cantante encargada de los coros porque ni se la escuchaba.
Así, al final de la actuación, llegó un momento esperado por muchos, el del encuentro de Portuondo y Drexler, que se cantaron dos temas juntos, cerrando con un Bésame mucho en el que, todo hay que decirlo, ella, desplegando toda su simpatía, quiso dar envidia al personal recibiendo los besos de él: “¡ay! me besó”. Antes, eso sí, Drexler leyó a Portuondo el poema escrito por la tarde tras la prueba de sonido, un regalo hecho desde el cariño y la admiración. De esas dos cosas hubo mucho en la doble sesión. De jazz... Eso es otra historia.