Sol y nubes, canciones y letras logradas e intentos fallidos. Luz y oscuridad se cuelan en el cielo estrellado de ese Oeste crepuscular, soñado e interior al que canta Bruce Springsteen en Western stars (Columbia Records), disco en solitario, sin su inmortal The E Street Band. Se mueve entre el pop orquestal y el country melancólico con una colección de temas sencillos y disfrutables aunque lejos de los mejores días de un artista colosal.

“Es una joya de disco”. Lo dice Bruce, claro. Lo desmontamos desde ya. Exagera, aunque sí se eleva por encima del lamentable High hopes, su anterior colección de retales, que no merecía llevar en su portada el nombre del autor de Born to run, New York city serenade, Mansion on the hill, Racing in the street o Drive all night. Western stars es el 19º disco de estudio y el primero con temas completamente inéditos desde 2012, cuando editó el solvente Wrecking ball.

A punto de cumplir 70 años y convertido en icono estadounidense, no solo musical, Springsteen es uno de los mejores rockeros de la historia. Y sigue demostrando a su edad y en directo que quien tuvo, retiene. Otra cosa son sus últimos discos, en los que se muestra desnortado y dando una de cal y otra de arena, alternando trabajos fallidos con otros que resisten (The rising y Wrecking ball) y que funcionaron como un bálsamo social ante momentos emocionales y políticos trágicos tras las muertes provocadas por ataques terroristas y guerras.

Con Western stars Springsteen parece querer desbrozar un nuevo rastro artístico, alejado de sus últimos brochazos de rock de estadio. Y por ello toma el camino de la California de finales de los 60 y los 70, allí donde el pop soleado y orquestal se embadurnó de sonidos country. Y en esa búsqueda inspirada por músicos como Glenn Campbell o Burt Bacharach se queda a medio camino con un álbum grabado en su estudio casero de Nueva Jersey, con tomas adicionales en California y Nueva York.

Sin su banda Western stars, registrado sin su banda pero con una veintena de músicos que incluyen a colaboradores habituales como Patti Scialfa, Soozie Tyrell y Charlie Gordiano, más otros de sus años jóvenes como el teclista David Sancious, se resiente por su producción, que firma Ron Aniello y suena vacua y artificiosa en ocasiones, como cuando a los controles se afanaba Brendan O’Brien. Esperemos que para ese esperado nuevo CD con The E Street Band, que se prevé grabar a final de año, se ocupe él mismo de producirse junto a Little Steven, por ejemplo. “Es un regreso a mis canciones basadas en personajes y con extraordinarios arreglos orquestales cinematográficos”, dice Springsteen. Esa vuelta incluyen 13 canciones que suenan sencillas y agradables, levantadas sobre la voz y la guitarra acústica, y apuntaladas con la adición de arreglos orquestales, coros e instrumentos como baterías, steel guitars y teclados. Pero ninguna de ellas se convertirá en himno de su autor.

Mejor folk que orquestal El experimento funciona en Hitch hikin’, que arranca folk y minimalista para cobrar vida con unos arreglos orquestales cinemáticos de amplio espectro, como los de Chasin’ wild horses; el sonido country y vaquero de Western stars, que ofrece una melodía incuestionable; la corta, desnuda y folk Somewhere North of Nashville; y Moonlight Motel, apenas guitarra y una voz que narra los recuerdos de un perdedor en un hotel (ya cerrado y tapiado) donde él se enamoró.

El resto emociona menos, a menudo a causa de una producción orquestal vacua, como en Tucson train, o en la rítmica Sleepy Joe’s Cafe, fronteriza y con acordeón. Un lírico violín salva a la cinemática Stones y el recuerdo a Roy Orbison realza There’s goes my miracle, como el guiño a Everybody’s talking’, de Harry Nilson, lastra el impacto pop de Hello sunshine.

Springsteen echa el resto en sus letras, realistas y de lírica espartana. Y le canta a sus paisajes habituales, tanto físicos como emocionales y convertidos en clichés para algunos. A carreteras y zonas desérticas, vagabundos (músicos y actores fallidos que trabajaron con John Wayne), al aislamiento personal, a la permanencia del hogar y la esperanza, y al amor y el trabajo como motores. Porque, a pesar de las relaciones fallidas y la soledad, de las facturas y los niños, siempre “es mejor haber amado”.