Vitoria - Por el capricho de los vientos, cuando Chiara viaja desde Bolonia hasta el País Vasco termina aterrizando en Gasteiz, aunque su destino final es Hendaia. Viene con un doble objetivo: por un lado, completar su aprendizaje del euskera en un euskaltegi, en el que se enamora de su profesor, aunque no es la única alumna que siente lo mismo; por otro, realizar un estudio sobre los vascófilos extranjeros que como Humboldt, Landuccio (que realizó en Vitoria el primer diccionario euskara-castellano) y Louis-Lucien Bonaparte, centraron su mirada en la cultura y lengua vascas. En ese camino llama de manera especial su atención el parisino Julien Vinson y, en concreto, un viaje en globo realizado en 1875 que partió de Baiona y que, el capricho de los vientos, llevó a concluir de manera inesperada en Zizur, al lado de una Pamplona sitiada por los carlistas.
Ella y él, el personaje inventado y actual junto a la persona real que vivió entre 1843 y 1926, le sirven al escritor Patxi Zubizarreta para estructurar su nueva novela destinada al público adulto, una Julien Vinsonen hegaldia (Alberdania) que justo acaba de ver la luz, una obra que busca ser una reflexión positiva, actual, poética y abierta sobre las lenguas, y una defensa del espíritu de la traducción, del interés por el otro, frente al espíritu de las murallas. “Es una puesta en valor de aquello que tenemos porque es nuestra riqueza. No significa que sea ni mejor ni peor que el resto de las culturas, pero es que es la nuestra”, apunta el autor.
En este sentido, Zubizarreta tiene claro que “tenemos tan mala imagen de nosotros mismos después de tantos años de franquismo y de tantos años de violencia que cuando nos miramos en el espejo siempre vemos nuestra cara con ojeras”. Escapando de los extremos, del desánimo y de la euforia, “necesitamos, como el globo de Vinson, alzar el vuelo y tomar algo de perspectiva”. Así lo traslada en un libro en el que, además, hace un reconocimiento “a los euskaldunberris y a quienes miran al euskera con interés desde fuera”, así como a esas personas que, como con él hizo Mariano Ibarra en un caserío de Sunbilla cuando Zubizarreta estaba volviendo a aprender su lengua materna, “nos contaban los viejos cuentos sin prisa, con otro tempus, con unas formas de moverse y de relatar”.
Todo ello parte de la atracción que el escritor ha sentido por la figura de Vinson, un “gran polemista, rojo y ateo” que pasó varios años de su infancia en India, que fue destinado como jefe de los guardas forestales a Baiona y que aprendió euskara (de hecho, pronosticó la muerte de la lengua en varios decenios). Es ese mencionado viaje y las supuestas intenciones no confesadas que hay detrás de él, el que le sirve al autor para enganchar con la historia de Chiara y hacer que ambas transcurran de manera paralela.
“No es una novela romántica pero tiene el espíritu de los viajeros románticos”, confiesa un Zubizarreta que siente “envidia” de “los escritores del siglo XIX” y de quienes “se dedicaron a recoger los cuentos antiguos. Fueron unos privilegiados” a los que seguir de cerca.