donostia - Rossy De Palma está encantada de estar en Donostia. Para la intérprete Euskadi es como una segunda casa, ya que su madre era de Olite.
Imagino que acogió con muchas ganas la invitación para ser jurado del Zinemaldia.
-Le tengo mucho cariño a este festival y a Donostia, por lo que tenía muchas ganas de serlo. Me hizo mucho ilusión.
¿Hay diferencias entre la Rossy De Palma espectadora y la jurado?
-La verdad es que no. Creo que hay que dejarse llevar por lo que uno siente. Al final se apaga la luz, empieza la película y no puedes dejar de ser espectador. Tampoco creo que para ser jurado hagan falta unos conocimientos técnicos concretos. Si la emoción viene se te olvida todo lo demás, incluso hasta de que estás viendo una película.
¿Conocía al resto de miembros del jurado?
-Personalmente a ninguno, pero nos hemos convertido en una pequeña familia bien avenida. Lo cierto es que, que nos llevan cada día a comer y a beber a sitios increíbles ayuda (risas). Así es más sencillo estar relajado. Estando aquí no paro de hacer stories de Instagram con los platos de comida, así que me parece que tendré que pedirle indemnización al festival por engordar.
En 2015 fue jurado de Cannes, ¿nota diferencias entre uno y otro?
-Creo que comparar nunca es un buen ejercicio. Todo es diferente, pero al mismo tiempo es parecido. Hay un amor por el cine en los dos. Aquí las sesiones son a partir de las 16.00 horas, pero en Cannes había mañaneras y me iba con Guillermo del Toro y Ethan Coen a las 8.00 horas con un café en la mano.
La mayor diferencia, al menos en cuanto a películas, puede ser que una no hace ascos a las plataformas digitales y la otra sí.
-(Cortando) Pero hay una cosa sobre eso de la que no me he enterado bien. Roma ha ganado en Venecia y es de Netflix, ¿eso quiere decir que no se va a poder ver en el cine?
Al parecer, en algunos países Netflix piensa estrenarla en salas limitadas.
-No entiendo por qué no se puede ver en los dos sitios. Es como en los desfiles de moda de hace mil años, cuando no dejaban hacer fotografías porque alguien podía fusilar la colección. Ahora ya hay copiadores oficiales que muestran cómo son los vestidos y que permite a los que no tienen dinero comprarse un original, tener una copia. Se ha democratizado la moda. En el cine es igual. Si una película maravillosa puedes verla en el cine, habría que dar siempre la opción de poder verla. Incluso algún día Netflix puede rescatar estos teatros y cines que han desaparecido y transformarlos en nuevos espacios. A ver si Netflix se gasta un poco esos dineritos...
¿Ha cambiado mucho la industria del cine desde que comenzó?
-No. No me gusta generalizar pero sí que notó que los franceses van mucho a ver su cine a las salas, y aquí antes, quitando a Pedro Almodóvar o Trueba íban cuatro gatos a ver cine español. Ahora hay una generación de cineastas buenísimos y de todo tipo y la gente ya no tiene el complejo de antes. Ayer me encontré con Javier Gutiérrez y le dijé que, aunque todavía no he podido ver Campeones, menudo fenómeno han conseguido. Tengo que encuentra hueco cuanto antes para verla.
Quizá pueda verla en esta edición del Zinemaldia donde también se va a proyectar.
-También, pero ya tengo tres películas que ver al día. El otro día se fueron todos los del jurado a ver Ladrón de bicicletas juntos, que yo también lo deseaba, pero necesitó descansar el ojo para rendir con las oficiales (risas). Pero lo que te decía es que notó que las fronteras en el cine ya no son una barrera, aunque yo no creo en las fronteras y siempre digo que las únicas que existen son las gastronómicas.
También ha cambiado el papel de la mujer y su reivindicación.
-Sí, pero aunque respeto el movimiento, yo en esto soy muy electrolibre. Yo siempre he dicho que para qué voy a pedir un derecho; si es mi derecho ya lo cojo yo. Desde hace tiempo yo me tomó mis derechos por mi misma, sin que me los tengan que dar. Las mujeres tenemos un deber con nosotras mismas. Las cineastas, guionistas, productoras... todas tenemos que hacer lo que nos apetezca y no esperar a que venga algún hombre a darnos el proyecto. No me vas a ver a mí delante de una manifestación gritando queremos más. Yo me lo guiso y yo me lo como. La verdadera revolución de la mujer es hacernos más caso a nosotras mismas.
En alguna ocasión le he oído autodenominarse ‘cleptómana chic’. ¿Qué significa?
-(Risas) He sido un poco ladroncuelilla y me he llevado cosas, que no hace falta que tengan valor. Puede ser algo del suelo, una caja de tomates que me gusta o cualquier cosa. Mis amigas me dicen que un hotel en el que no te apetece robar nada no es un buen hotel. Pues eso me pasa. Me gusta coger recuerdos de lugares o rodajes que me lleven de nuevo a ese lugar.
¿Qué se llevaría de Donostia o del Zinemaldia?
-Ya me he cogido un par de piedritas de La Concha, pero hay muchas cosas que me llevaría. Yo soy Echave de segundo apellido, mi madre nació en Olite, y siempre digo que esto (señalando su nariz) es ADN vasco. Por eso siempre que vengo aquí estoy encantada y es como volver a casa. Disfruto mucho.
¿Qué le queda por hacer a Rossy de Palma en su carrera?
-Tengo miles de cosas por hacer: un proyecto de escritura ya firmado, otros musicales, quiero volver a retomar mi espectáculo Resilienza d’amore, tengo una película para Netflix dentro de nada, me gustaría también escribir algo para ellos... Tengo tantas cosas que debería reencarnarme más de una vez para acabar todo lo que quiero hacer.