El escritor Sergio Ramírez aseguró ayer en su discurso tras recibir el Premio Cervantes que “no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura” y que cerrar los ojos ante la realidad de la violencia, el narcotráfico o el exilio es “traicionar el oficio”.
Antes de comenzar el discurso, el escritor nicaragüense, que luce un lazo negro por los sucesos en su país, dedicó el Premio Cervantes que recibió de manos del Rey a la memoria de sus compatriotas que en los últimos días han sido asesinados “por salir a la calle a reclamar justicia y democracia”.
El autor dedicó el premio también “a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales para que Nicaragua vuelva a ser república”. En su discurso, señaló que no se puede ignorar la realidad de los “caudillos del narcotráfico”, “el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestra deidades (...).
Ramírez tuvo recuerdos en su discurso para su país, sus abuelos y su madre, que fue la que le enseñó a leer el Quijote, y reiteró su admiración por Cervantes y por Rubén Darío, con quienes la lengua española hizo un viaje de “ida y vuelta”.
exilio permanente El escritor nicaragüense recalcó que como novelista no puede ignorar “la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad” en la que vive: “Caudillos como magos de feria disfrazados de libertadores” o “caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja”. “Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria... Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios”, citó el Premio Cervantes.
Ramírez subrayó que la novela debe ser una conspiración permanente contra las verdades absolutas y advirtió de que el poder, cuando no es democrático, sólo quiere “fidelidades incondicionales”. Por eso, dijo, los escritores deben ser más bien “testigos de cargo”.
una lengua sin muros ni fronteras En su discurso en el Paraninfo de la Universidad, explicó cómo la lengua de Cervantes hizo a Centroamérica el viaje de ida cuando en 1605 llegaron los primeros ejemplares del Quijote; Tres siglos después, Rubén Darío devolvió a la península “novedades liberadoras” de la lengua que recibió en herencia de Cervantes, “sacudiéndola del marasmo”. Una lengua que nunca ha dejado de ser cervantina, reconoció Ramírez, que señaló que el castellano se reinventa de manera constante en el siglo XXI mientras se multiplica y se expande: una lengua viva que “reclama cada vez más espacios y no entiende de muros ni fronteras”.
Rubén Darío fue “quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país”, ha sostenido Sergio Ramírez sobre Nicaragua, y consideró curioso “que una nación americana haya sido fundada por un poeta con las palabras, y no por un general a caballo con la espada al aire”. Y recordó cómo Cervantes se convirtió en un modelo “literario y vital” para Rubén Darío y cómo el mismo encontró al Quijote a través de su madre y maestra.
El Premio Cervantes 2017 se describió, así, como “cervantino y dariano” y defendió la independencia del escritor: “a través de los siglos la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido”. También hizo referencia en su discurso a su paso por la política cuando, tras participar en la revolución sandinista, fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990. “Si un día me aparté de la literatura para entrar en la vorágine de una revolución que derrocó a una dictadura es porque seguía siendo el niño que se imagina de rodillas en el suelo de la venta presenciando la función de títeres del retablo de Maese Pedro, ansioso de coger un mandoble para ayudar a don Quijote a descabezar malvados”, rememoró. Y es que Ramírez, novelista, ensayista, cuentista, no ha estado nunca en una torre de marfil. “Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas, porque como un novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras”. - Efe