No se pueden contar demasiados detalles para no mediatizar demasiado al público pero el suyo es un demonio bastante raro, ¿verdad?
-Es un diablo fuera de los cánones, de lo que se espera la gente, fuera del imaginario que ha construido el cristianismo. Voy a decir esto y aquí está el límite porque si no, como decías, vamos a dar demasiadas pistas: es un diablo con el que, a lo mejor, alguien del público, empatiza. Ha supuesto un gran trabajo físico y también de carácter. Por un lado porque Paul tenía muy claro lo que quería hacer. Es uno de sus personajes preferidos, con el que lleva muchos años trabajando y eso se nota. Él se lo imaginaba de una forma muy concreta. Y por otro porque yo soy actor pero también creador y tenía mis propuestas para el personaje. Así que la creación de lo que la gente va a ver en la pantalla es el resultado de un diálogo muy grande, no con tensiones pero sí con debates sobre hasta dónde podíamos estirar el chicle más allá del tópico. El personaje tiene que producir en el público muchas sensaciones ya que empieza de una manera y termina de otra muy distinta.
¿Cuántas horas pasaba cada día para la transformación?
-Ocho horas... ufff.
Pero llama también mucho la atención el trabajo que hace con la voz. ¿Peor que lo de aguantar las ocho horas?
-No era peor en el momento, pero sí fue muy complicado en el proceso de construcción. Hay tres registros vocales muy diferentes entre ellos que me costaron mucho trabajo encontrar, también porque Paul insistió mucho en diferenciar cada una y hacerlo muy bien. El trabajo corporal no fue tan difícil, en cuanto al movimiento, porque ya había tanteado en teatro, sobre todo experimental, juegos con formas raras del cuerpo, saliéndose de lo que se supone que es natural. La cuestión era dejarnos jugar y definir muy bien qué rasgos queríamos que fueran repetitivos, qué era propio de cada fase del personaje... De todas formas, volviendo a las voces, sí fue complicado incluso aún sabiendo que podía haber después algún retoque digital. En Handia también trabajé mucho la voz. En ese caso, además con un personaje del que se contaban 25 años de un señor con la acromegalia. Al principio, iban a meter filtros en la voz y luego la dejaron tal cual. Aquí también se mete al principio algún efecto, pero luego es todo lo que se grabó y eso me da mucha satisfacción. Por eso creo, y animo a todos los que nos puedan leer, a que vayan a ver Errementari en versión original.
La película tiene muchas posibles lecturas, en realidad. ¿Con cuál se queda?
-Yo lanzo una pregunta: ¿realmente, dónde está el infierno?.
¿Cuánto de diablo tiene Eneko Sagardoy?
-Muchísimo (risas). Un día, que estaba agotado, me llevaron a un fisio y me empezaron a hacer un masaje. Reí y lloré. Y le pregunté a la fisio: ¿qué me ha pasado?. Y me dijo: es que tienes al diablo dentro. Me quedé parado. No me considero un actor obsesivo pero sí que es verdad que en este caso me he metido hasta el fondo y apostar muy, muy fuerte para no perder al personaje. Luego descubrí que a la fisio le habían chivado cuál era mi personaje y me estaba gastando una broma, pero no veas lo que me agobié.
¿Los Goya de ‘Handia’, como el suyo, pueden ayudar a ‘Errementari’ en la promoción, a quitar miedos con respecto a una película en euskera, sobre todo fuera de Euskal Herria?
-Creo que son una buena antesala en cuanto al prestigio del cine en euskera. ¿Hasta dónde va a llegar ese efecto? No lo sé, pero seguro que es positivo. Ahora bien, Errementari tiene un alma por sí misma y una fuerza, sin querer compararse con nadie, muy importante. De todas formas, con respecto al cine en euskera, no sólo hay que hablar de Handia, sino también de otras como Loreak, Amama o Aupa Etxebeste!, títulos todos ellos que han servido para que, sobre todo el público, entienda que el cine tiene un lenguaje propio que es mucho más poderoso que cualquier idioma. Una película buena lo es, la veas en euskera, polaco o kurdo. Ahora, siendo una lengua minorizada, me parece que esto tiene un valor especial.