Vitoria - Desde hace algo más de dos décadas, Gani Mirzo tiene su casa musical y vital en Barcelona, aunque eso no significa que este músico kurdo pierda de vista ni su ciudad natal, Qamishli, ni su estado de origen, Siria. De hecho, ha desarrollado distintas iniciativas solidarias para con su país, como la publicación en 2014 de Kampo Domíz, un disco cuyos beneficios se destinaron a los campos de refugiados. Hace año y medio, en una de sus visitas a su lugar de origen, ante los desastres de la guerra, ante la pobreza, la miseria y la inseguridad que palpaba sobre todo entre los más pequeños, el instrumentista y profesor se encontró con una escuela de música “donde había alegría”. En este momento, “pensé que algo teníamos que hacer”, aunque a su vuelta a la península no encontró apoyos para afrontar ningún proyecto.

La situación cambió, eso sí, cuando Mirzo se encontró con Jesús María Alegría Pinttu y Músicos Sin Fronteras. La organización, en el marco del acuerdo de colaboración que mantiene desde hace doce meses con la Escuela Municipal de Música Luis Aramburu, le propuso crear un Banco de Instrumentos con la idea de poder mandar a Siria las herramientas necesarias para apoyar la formación de los niños y jóvenes, y servir de base para la creación de una orquesta sinfónica.

La apuesta, como ya ha contado este periódico en las últimas semanas, se convirtió en realidad, en un primer momento, con la colaboración del Conservatorio Jesús Guridi y la Academia de Folklore, aunque en este tiempo se han sumado centros formativos de diferentes puntos de Euskal Herria, a lo que hay que sumar la aportación realizada, por ejemplo, por la firma valenciana Consolat de Mar. En el caso concreto de lo recopilado en la capital alavesa, asciende a 45 los instrumentos recibidos, aunque Pinttu estima que el número final será mayor. “No esperaba tanta respuesta, es emocionante”, apunta Mirzo.

De todas formas, esto es solo el principio del camino. Ahora llega lo más importante, es decir, realizar el viaje a Siria y hacer efectivo el gran objetivo de toda esta aventura: favorecer la educación musical y cultural en un país roto por mil sitios. “Ojalá que el sonido de la música sea más fuerte que el de la guerra”, desea Mirzo, quien, por cierto, va a afrontar esta vuelta a su país de origen con el encargo de Músico de Fronteras de formar una banda de txistularis. “Se lleva hasta una partitura de Celedón”, asegura Pinttu.

Eso sí, el presidente de la ONG no se olvida de algo importante, el coste del transporte (1,5 euros por kilo, según el alavés). “Quiero pedir a todos los músicos que si pueden, realicen conciertos solidarios para poder apoyar” esta iniciativa. Y es que el dinero es como la guerra, siempre están ahí, desentonando.