En las tardes de domingo, en las sobremesas de su casa de Araia, el aita de los Ruiz de Gordoa cogía entre sus manos la trikitixa. Tocaba para sus hijos y poco a poco les iba engatusando con los sonidos. Javier, el mayor de todos, fue el primero en querer saber más sobre la música y su padre decidió mandarle a Alsasua, a que aprendiese de Enrike Zelaia. Por entonces, Joselu Anayak no era ni siquiera una idea, pero sin todo aquello, el grupo más veterano de la escena alavesa nunca hubiera sido posible, un quinteto inseparable que en este 2017 que ahora se está despidiendo ha cumplido 40 años de trayectoria, cuatro décadas en las que su nombre se ha convertido en inseparable para cientos de plazas y escenarios de cualquier punto de Euskal Herria.
A Joselu fue su hermano Javier quien le empezó a enseñar, aunque también encontró otro apoyo formativo en Rafael Mendialdua, fallecido este otoño. Después llegaron el Conservatorio Jesús Guridi y estancias en Pamplona, Bilbao y, por fin, Madrid, donde llevó a cabo sus estudios superiores de música. Para entonces, eso sí, ya había empezado a tocar con diez años en el Casino de Araia (“una de las primeras veces, el portero no me dejó entrar porque no se creía que era músico”). Fue en la localidad alavesa donde el grupo -completado por Andoni, Félix y Jesús- dio sus primeros pasos como tal a finales de la década de los 70 del siglo pasado. “En aquellos años se demandaba mucho la música de baile aunque nuestra idea era hacer música de todo tipo. Claro, a mi hermano Javier le gustaban mucho las guitarras eléctricas, The Beatles, los Rolling... y allá empezamos, ensayando en casa. Teníamos a los vecinos contentos”, ríe Joselu.
Las zonas de la Llanada y la Sakana fueron sus primeras áreas de acción. Se cantaba en inglés, castellano y euskera, aunque en este último caso “había poco repertorio de música para bailar y teníamos que hacer nuestros arreglos y adaptaciones”. Los sonidos tex mex y las rancheras se fueron haciendo hueco rápido, sobre todo en el último caso porque “en Navarra nos pedían mucho”. Poco a poco, la banda fue entrando también en los circuitos de Bizkaia, Gipuzkoa e Iparralde, aunque en estas cuatro décadas ha habido conciertos en localidades de Burgos o Soria, por ejemplo.
Eran finales de los 70 y principios de los 80, había muchas salas de conciertos y se trabajaba durante los fines de semana de todo el año: “recuerdo que íbamos a algunas localidades de la Ribera, por la zona de Tudela, y la gente más mayor nos miraba al principio un poco sorprendida. ¿Qué hacen estos vascos y cantando en euskera? Pero luego hacías migas con ellos y todo fantástico”.
En ocasiones, acudir a las fiestas de una localidad suponía estar tocando durante tres días seguidos en el mismo lugar -“alguna noche, alguno llegó un poco tarde donde dormíamos y se encontró la puerta cerrada”-; o actuar en escenarios que consistían en carromatos o unas tablas de madera más o menos bien puestas -“en más de un sitio teníamos que poner cartones porque si no, el micro y la guitarra te daban descargas”-; o atender a las peticiones del público y modificar los conciertos -“cuando se bailaba más agarrao veías que entre el público había alguno que ya conocías y que te guiñaba el ojo para que la canción durase un poco más”-. Las anécdotas son miles: “recuerdo de manera especial un año que nos subieron a tocar a las campas de Urbia, para actuar en un encuentro que se hace allí entre alaveses y guipuzcoanos. Nos dijeron que si hacía falta nos subían en helicóptero. Al final subimos con los instrumentos, nos pusieron un generador y sin problemas. Fue una romería muy bonita hasta que las nieblas empezaron a bajar y ahí se acabó el concierto”, recuerda Joselu, quien reconoce que tal vez la única espinita que le queda al quinteto es no haber podido aceptar, por cuestiones de agenda laboral, una invitación para acudir a Argentina.
El directo es su medio natural. “Ahora hay veces que actuamos al mismo tiempo para los abuelos, los padres y los hijos, y conocemos a las tres generaciones”. Pero también han entrado en el estudio en varias ocasiones, la última este mismo año. “Los discos están bien como algo representativo del trabajo que haces, pero el directo tiene otra cosa, otro feeling. El directo es una emoción, aunque haya más errores, es otra comunicación”. Conciertos en los que la gente joven de hoy “baila más de lo que se puede pensar; los que ahora tienen 40 años bailaban menos en su momento que los que están por los 20 en la actualidad; cada vez hay más afición por las danzas vascas y eso se nota, por ejemplo”.
Con todo, muchas salas de baile han cerrado y las costumbres han cambiado. Por eso, aunque haya excepciones, la agenda de actuaciones se centra ahora en los meses que van desde San Prudencio hasta El Pilar. “Ahora puedes disfrutar más de la familia, porque cuando nuestros hijos eran más pequeños, estábamos de un lado al otro. Se echaban de menos. Pero hemos tenido la suerte de que nuestras compañeras se han sacrificado. Nos conocieron así, con esta vida, y lo han asumido, pero tienen mucho mérito”.
Toca, eso sí, mirar al futuro. “Este año de aniversario ha estado bien, pero el mejor festejo es poder estar entre los cinco y con el público”. No hay truco para haber llegado hasta aquí. “En el escenario siempre puede haber tensiones, pero es cuestión de encontrar el equilibrio. Lo importante es mantener ilusión y las ganas. El hecho de ver a la gente disfrutar nos llena de emoción, la gente es nuestro motor”. Por ello, “mientras los hermanos tengamos salud y estemos bien, vamos a seguir”. Y que dure por mucho tiempo.
‘Araiatik Jaliskora’ (1989)
‘Ondo ibili’ (1991)
‘Pausorik pauso’ (1992)
‘Laugarren dantza’ (1993)
‘Hator hi ere’ (1995)
‘Gau jaiak’ (1996)
‘Ibili hadi’ (2000)
‘Beti eta betiko’ (2017)