Son pocos los que pueden presumir de haber cumplido 52 años con tan buena salud como la Azoka de Durango. Desde que la asociación Gerediaga se lanzó a organizar la primera Feria del Libro y el Disco Vasco allá por 1965, la principal cita anual con la cultura vasca ha sabido reinventarse para adaptarse a los nuevos tiempos. Circunstancias adversas como el pronunciado descenso en los hábitos de lectura o el frenético ritmo diario de la vida moderna no han conseguido hacer mella en un evento ya consolidado en el calendario. Los récords que se baten año a año dan buena prueba de ello.
Un fugaz paseo entre los pasillos del Landako Gunea certifica que el imprescindible relevo generacional está más que garantizado. Familias enteras, desde la amama hasta el nieto más pequeño, desfilan entre los estands para descubrir las novedades del sector y conocer a los artistas que visitan la Azoka, un evento con presente, mucho pasado y aún más futuro. Esa transversalidad en el perfil de los asistentes se da también entre los propios organizadores. Figuras históricas de la asociación Gerediaga van dando paso a caras más jóvenes que reciben la intrincada misión de mantener viva la llama.
Este diario reunió ayer a dos miembros de Gerediaga que representa fielmente ese relevo dentro de la entidad organizadora. A un lado de la mesa, Lázaro Milikua, que ha estado al pie del cañón año a año desde 1978 hasta su reciente jubilación; al otro lado, Arantza Atutxa, que se ha incorporado este mismo año como gerente a la asociación Gerediaga con la ilusión de apuntalar el trabajo de sus antecesores. Cada uno pertenece a generaciones diferentes, pero ambos coinciden en que el constante esfuerzo de todos y cada uno de los impulsores de la feria ha sido indispensable para llegar hasta aquí. En todo caso, prefieren no caer en la autocomplacencia y miran hacia el futuro con el anhelo de que el evento siga creciendo cuantitativa y cualitativamente.
Milikua, todo un experto en la historia de la Azoka, recuerda con cierta nostalgia la reducida y rudimentaria infraestructura con la que contaban hace ahora cuatro décadas. Por aquel entonces, la feria tenía lugar en la plaza del mercado, un emplazamiento que les parecía “todo un lujo” después de años estrujándose en el pórtico de la basílica de Andra Mari. “El cambio en la ubicación era necesario. Siempre había goteras, pero al menos era un espacio en el que la gente se podía mover”, indica.
Pese a que la dictadura franquista ya había quedado atrás, Milikua recuerda que a finales de los 70 aún encontraban serias complicaciones en el desarrollo de su trabajo. “Los bertsolaris tenían que mandar una versión traducida de sus letras al Ministerio de Cultura y las autorizaciones solían llegar en el último momento”, rememora. Atutxa, por su parte, recuerda haber acudido por primera vez a la Azoka de la mano de su padre unos años después. “La primera compra que hice es un recuerdo muy entrañable para mí. Fue un casete de canciones de Navidad. ¡Eso ahora es casi un producto de coleccionista!”, señala.
“SIEMPRE HAY UN PLAN” Combinando sus testimonios, entre los dos deducen que la Azoka ha crecido no solo en el número de asistentes, sino también en la rica oferta cultural que propone anualmente. El catálogo de actividades de los diferentes espacios que componen la cita es cada vez más extenso y variado. “Siempre hay una opción perfecta para todas las edades. Al final la Azoka consiste en hacer un plan, sea cual sea, que gire en torno a la cultura”, comenta Atutxa. En este mismo sentido, ambos valoran que en los últimos años se hayan habilitado nuevos puntos que no dejan de sumar más y más actividades a la programación.
Tanto para él como para ella, hubo un antes y un después en la trayectoria de la feria cuando se decidió ampliar las miras hacia otras disciplinas culturales como el teatro y el cine. “Ahora la Azoka es mucho más que venir a comprar unos libros o unos discos. Hay ofertas para todos los gustos”, plantea Milikua. De igual forma, creen que la cita ha servido como motor para acelerar la normalización del euskera e inciden en la importancia de la cultura como generadora de riqueza. “Es algo que no deberíamos parar de decir porque a veces se nos olvida. Por cada euro que se invierte en la Azoka se revierten otros diez en la sociedad”, precisa ella.
Ahora que se han intercambiado los papeles -él ya está fuera de la organización; ella, dentro-, los dos se dan cuenta de que la Azoka se vive de formas muy diferentes dependiendo de la perspectiva desde la que se mire. “Cuando vienes como visitante, te sumerges en un ambiente festivo. Es un plan genial para pasar el día. Pero cuando estás dentro, lo vives todo con muchísimos nervios. Quieres que todo salga bien, que la gente esté a gusto. Es una gran responsabilidad”, matiza Atutxa.
RETOS PARA EL FUTURO Los carteles que recuerdan el hashtag #52DA o la aglomeración de jóvenes que ayer asistían al concierto de Berri Txarrak dan fe de que la Azoka también pone empeño en enganchar a los jóvenes. “Creo que la clave del éxito se repite año a año: vienen de pequeños con la ikastola y al final acaban repitiendo ellos solos porque se les ofrece planes a su medida”, apunta Milikua. En cualquier caso, ambos consideran que no hay que bajar el ritmo porque la feria precisa de una continua transformación. “La venta de libros y discos, que es la Azoka per se, ya está consolidada. Ahora lo que hay que hacer es seguir reforzando otras actividades. No es solo el Landako Gunea, hay que abrirse más a todo Durango”, propone Atutxa.