Son 829 son los kilómetros que separan Vitoria-Gasteiz de Son Carrió. Es esa misma distancia, la que aún siendo en la actualidad salvable en unas pocas horas, gracias a la parafernalia del low cost, ha conseguido distanciar durante 25 años, la génesis y la realidad creativa de la obra de Santos Iñurrieta de la Fuente.
Durante este tiempo, la escasa difusión del trabajo de Santos en los mentideros vitorianos ( y en otros) ha desinformado de la objetividad de su producción artística, creativa, vivencial, de necesidad, o como se quiera definir el acto de lo que para él supone, existir.
Es en ese mismo tiempo, en el que algunos recordaban a un personaje, que poco a poco, ya había dejado de caminar por las noches vitorianas y sin embargo todavía formaba parte de ellas. Otros asociaban el urdin a sus obras, y lo hacían sinónimo de un estilo que fue y que hoy es solo una reliquia de aquel Big Bang, del que solo quedan lejanos ecos .
Y otros, los menos, asistíamos inconscientes a una evolución, que fue estableciéndose en un mundo propio. Y que ya nada tenía que ver con aquellas tonalidades azules, que fueron definición de un momento de la historia del arte y a las que alguien seguramente se referirá, en esas publicaciones en las que se pretende explicar con teorías y argumentos, lo que no siempre se entiende.
Iñurrieta genera un interés que aúna a sectores muy diferentes de la sociedad y que en muchos casos corresponden, no solo a un común artístico, si no sobre todo y por encima de lo anterior, con una experiencia de vida.
Iñurrieta es en sí un personaje. Pero Iñurrieta, además se entrega a la practica de la creación artística de un modo intenso y personal, que se convierte en una necesidad y alrededor del cual como si de un gran escenario propio se tratase, sucede todo lo demás.
La visión del entorno que él elabora, se transforma en una reflexión mordaz y siempre critica, con la que recrea un universo escenografiado sintéticamente, en el que ordena caóticamente todos los personajes de la gran farsa.
Los espacios y paisajes, al igual que los personajes, forman parte de una iconografía que se repite y se reutiliza, que se dispone de acuerdo a la necesidades de la trama.
Algunos se reconocen. Unos por apropiados o reinterpretados y otros por formar parte del espacio familiar. Los demás, casi todos, forman parte de un delirio perceptivo, en el conviven la Menina condecorada que juega al yoyó, con un cocinero negro. Una lámpara de Achille Castiglioni ilumina un bodegón interpretado de Juan Gris, al tiempo que una mosca revolotea la escena ante la impasividad de la atormentada Blanquita.
Blanquita siempre está. Pero también Menút o los gatos, los propios o los de Matisse.
Y también está casi siempre, ese contorsionista que se retuerce y arquea, ayudado algunas veces por la serpiente de su espalda o etéreo y volátil otras por sus alas invisibles.
Iñurrieta, como su personaje, realiza contorsiones sobre estos grandes lienzos y explica de manera diferente pero con un lenguaje repetido, su visión y reflexión sobre la vida y la experiencia de vivir.
Cambia de tema para seguir hablando de lo mismo. Y mientras se entretiene en ese gran mandala en el que convierte cada una de sus obras.
Esta muestra, bien podría haberse titulado, Ke usted lo pase bien? como yo me lo he pasado.
Me parece a mí.