Aunque pueda sonar cursi, sin el amor de artistas y sociedad en general por la literatura, el cine, la pintura, la música? el arte no existiría. Amarlo es un proceso fundamental, por lo tanto, para que el hecho artístico pueda tener lugar. ¿Pero es amor lo que nos empuja a, por ejemplo, adquirir una pintura de la que sentimos habernos enamorado? El amor verdadero, tal como nos lo explica el psicólogo e investigador Robert. J. Sternberg, es un complejo sentimiento que se sustenta en tres patas básicas, que conforman, según él, el “triángulo del amor”.

Por una parte debe de existir pasión; esto es: una atracción hacia el objeto amado, por fundirse con él. Por otra, tiene que emerger el afecto: conectar con lo amado, sentir cariño y ternura por él, ganas de cuidarlo. Y, finalmente, la tercera pata se llama compromiso: la voluntad de querer estar junto a lo amado en el presente, pero también en el futuro, porque entendemos que éste no es un ente fugaz en nuestras vidas; reconocemos su valor y sellamos nuestra responsabilidad por luchar por conservarlo a nuestro lado. Podríamos afirmar, por lo tanto, que en cierta medida el triángulo de Sternberg puede trasladarse al terreno del amor al arte. Sólo si en nuestra sociedad existe un amor al arte, éste podrá seguir existiendo.

Pero démosle la vuelta a la tortilla. ¿El amor es un arte?

El arte de amar es un libro escrito en 1956 por el sociólogo y psicólogo Erich Fromm que reflexiona sobre el amor como si éste trascendiera la cuestión sentimental: el amor sería un arte. Pues según Fromm el amor no deber brotar espontáneamente dentro de una relación personal como algo pasajero. Y tampoco es un mero objeto de consumo, como a veces nos vende la sociedad de hoy. Fromm apuesta por lo contrario: el amor se aprende, se cultiva, exige un esfuerzo y una dedicación. Por ello, si queremos educarnos para amar debemos actuar como lo haríamos si quisiéramos aprender un arte. Necesitamos conocimiento, responsabilidad, trabajo? para amar. También imaginación, creatividad, expresividad. Y asumir la imperfección del amor. Como se asume la del arte. Pues el artista perfeccionista, que busca pergeñar la obra de arte ideal, nunca creará nada. Y el que quiere amar, nunca podrá hacerlo si busca un príncipe azul o a una la princesa perfecta. Somos imperfectos. Y el amor también lo es. “El amor intenta entender, convencer, vivificar. Por este motivo, el que ama se transforma constantemente. Capta más, observa más, es más productivo, es más él mismo.”, sentencia Erich Fromm.

Toda obra de arte que se precie, descansa también sobre tres pilares. Como el amor, tiene tres patas. Por una parte, la idea que se quiere transmitir: el concepto. La segunda, sería la forma, pues la idea necesita materializarse. La tercera pata es la expresión; esto es, la manera en la que la idea se convierte en forma: la poética. Podríamos concluir, por lo tanto, que también el amor necesita de idea, forma y expresión para que funcione.