No son pocas las personas que a lo largo de estos 40 años han formado parte de su historia, pero sólo dos han estado desde el principio. Así que junto a Joseba Piérola y Luis Mari Iñurrategi es momento de mirar al ayer y al hoy del Coro Samaniego, formación referente de la escena coral de Álava, cuyo nombre ha llevado a no pocos lugares dentro y fuera del Estado en todo este tiempo. De hecho, el próximo mes de noviembre, sus voces viajarán hasta Praga (República Checa) para luego regresar a Legazpi y, ya en diciembre, no faltar a la tradicional cita con los villancicos navideños en Gasteiz.

Claro que antes de que esos recitales lleguen, el grupo va a celebrar con el público este aniversario tan especial con un concierto gratuito que se producirá el próximo día 21 a las 20.00 horas en el Conservatorio Jesús Guridi, una cita en la que también tomará parte la centenaria Banda Municipal de Música de Vitoria. Además, los actuales componentes de la coral contarán con la participación de antiguos miembros, ya que a todos los que han conformado su bagaje cultural se les ha invitado a tomar parte. “Luego, eso sí, nos iremos a cenar”, ríen Iñurrategi y Piérola.

Será, o así lo dicen ambos, una manera “sencilla” de conmemorar un cumpleaños en el que cada uno tiene sus deseos para ver si se pueden convertir en regalos de verdad. “Nos gustaría llegar a los 50 años y conseguir mantener tanto la calidad musical del coro, que es algo que creo que siempre se ha sostenido, como el ambiente que hay entre nosotros”, apunta Piérola, a lo que Iñurrategi añade que “con esta celebración también queremos animar a quienes se fueron de la coral para que se piensen volver al tiempo que nos abrimos a la sociedad para que haya nuevas incorporaciones” a un grupo “adulto pero que sigue teniendo un espíritu joven”.

Casi medio centenar de personas componen hoy una agrupación que nació en septiembre de 1977 como una consecuencia lógica del trabajo que nueve años antes se había empezado en el colegio Samaniego con la escolanía del mismo nombre. Los niños y niñas ya no eran tales, y para seguir cantando había que dar un paso más, de nuevo con Antxon Lete (fallecido en 2015) y María Ángeles Álvarez Ruiz de Viñaspre (directora del centro que murió el pasado mes de junio) como ejes fundamentales. “Sin ambos no estaríamos aquí. Fueron los que impulsaron todo. Ahora es más sencillo, pero entonces, no había nada y menos un colegio que fomentara actividades extra-escolares gratuitas en las que los profesores se implicaran de manera altruista. Fue algo pionero”.

En unos años de muchos cambios vitales, sociales y políticos, aquellos jóvenes encontraron diferentes motivaciones en el coro. Para empezar, la propia música. “Cantar en común te hace sentir el valor de la solidaridad, del trabajo en equipo”, según Iñurrategi. Además, estaba el hecho de que la mayoría de ellos se conocían y eran amigos desde que tenían casi cuatro años. A todo ello se unía que la agrupación era una forma también de viajar, “que era algo que nos abría los ojos a un mundo que hoy está más a mano. Conocías otras perspectivas, países, formas de relacionarte. Estabas con la gente del coro fuera de casa... era una vivencia total”.

Por supuesto, en estos 40 años ha habido vivencias de todo tipo, aunque no deja de ser curioso que ambos señalen el mismo momento cuando se les pregunta por el mejor recuerdo. Ocurrió a finales de agosto de 1983, cuando buena parte de Euskadi se inundó. La coral tenía un viaje programado a Barcelona. “Cantábamos en el salón Tinell, un lugar precioso, y Antxon hizo una pequeña introducción y dedicó el Aita gurea, que interpretábamos con un solo precioso de Cristina Martínez, a las víctimas de las inundaciones. Ahí sentimos una emoción y una fuerza tremenda gracias al público”. Casualidades de la vida o no, el mismo día que su fundador murió en 2015, el grupo también estaba camino de la ciudad condal para actuar en la capilla de la Sagrada Familia, otro instante en el que los sentimientos de desbordaron.

Grabaciones de discos, colaboraciones especiales con la Banda, la Orquesta Sinfónica de Euskadi o Arké en la ópera L’elisir d’amore, actuaciones en distintos puntos de Europa... y lo que se quiera pero “no dejamos de ser amateur y vivimos de la calidez de los aplausos del público” resume Piérola, quien tiene claro que “lo primero y fundamental es que te lo tienes que pasar bien y disfrutar”. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que no haya trabajo detrás de cada una de las 15 actuaciones al año que suelen hacer. De hecho, cada jueves toca ensayo de dos horas, aunque si hay algún evento significativo o diferente, el calendario suma jornadas de encuentro, siempre con el colegio Samaniego como punto de encuentro, más allá de que en estas cuatro décadas haya habido componentes que no han tenido ninguna relación con el centro, incluyendo algunas voces extranjeras que en su residencia temporal en Vitoria han terminado formado parte de la historia de la agrupación.

Esa senda también la han marcado sus directores, tomando Aitor Sáez de Cortazar y Arturo Goicoechea la batuta que en su día dejó Lete hasta llegar a Nagore Alangua, la actual responsable del sonido de un coro en cuyo repertorio tiene cabida desde el gregoriano hasta el folklore vasco pasando por lo que se quiera. La música y la convivencia es lo que importa, incluso a pesar de que la cuestión económica apriete. “Pagamos una pequeña cuota porque con el dinero de las subvenciones no llega ni para sacar fotocopias. Y, por ejemplo, cada viaje que supone pasar noche, conlleva un gasto personal. La cultura está muy bien sobre el papel de las instituciones pero luego no hay ayudas suficientes para el mantenimiento de estas actividades”. Eso también es parte de la realidad de un Coro Samaniego que el próximo 21 de octubre soplará 40 velas de una sonora tarta.