Yo he visto llorar a Arnold Schwarzenegger. ¿No se lo creen? Pues es absoluta y rigurosamente cierto. Y sino, pregúntenle al director de otro de los eventos cinematográficos de Donostia. Pregúntenle a Josemi Beltrán, director de la Semana de Cine de Terror. Él fue el responsable de que yo le viese llorar en 26ª edición de ese festival -también se lo pueden preguntar al público allí presente-. No piensen mal, no le agredió ni nada parecido. Lo que hizo fue programar una película en la que a Arnold se le aflojó el lagrimal. ¿Siguen sin creerse que el hombre que fue Terminator, Conan el bárbaro, John Matrix, Hauser, Jack Slater, el Señor Frío y Trench ha llorado frente a una cámara y ha dejado que le graben? Sí, lo hizo, en una película llamada Maggie, de Henry Robson. Se trata de una película sobre zombies y les aseguro -probablemente, tampoco me creerán en esta ocasión- que es un auténtico dramón sobrenatural. Resulta que en esta película, el que fuera gobernador de California -dentro y fuera de la pantalla ha sido tantas cosas que las maneras de referirse a él no acaban nunca- encarna a un cariñoso padre que desea compartir los últimos momentos con su hija, después de que haya sido mordida por un zombie, y esté a puntito de convertirse en una no-muerta. El ganador del título de Mr. Olympia -ven, otra vez- decide pasar tiempo con su descendiente, antes de su transformación. En un momento de extrema pena Arnie se pone a llorar. Extraño porque porque le atribuyen una frase en la que afirma que los músculos le sirven para guardarse sus sentimientos. No fue el caso. He de confesar que en aquella ocasión mi acompañante y yo también lloramos, pero de risa. No solo nosotros, todo el patio de butacas estalló en carcajadas. Alguno dirá que es habitual que el público de la Semana de Fantástico y de Terror se descojone de lo que está viendo, no obstante, creo que ver a Schwarzenegger en un papel tan alejado de sus personajes habituales lo único que produce, da igual la ocasión, es hilaridad. En mi imaginario ver a Schwarzenegger llorar era algo innimaginable. Es lo que tiene el cine, que todos los días te sorprende y te hace soltar más de una lágrima, de tristeza y, les aseguro, de absoluta felicidad.