Bilbao- A sus 75 años y mientras ultima las grabaciones de sendos discos con Arturo O’Farrill y Gonzalo Rubalcaba, el pianista Chucho Valdés asegura: “Tocar a diario es una necesidad para mí, como el comer”.

El año pasado se pasó por Bilbao para homenajear a su grupo Irakere y ahora recala en Getxo Jazz. Es ya un visitante asiduo...

-Y estoy contentísimo por ello, quedamos muy contentos de tocar allá. En esta ocasión, actuaré con el cuarteto de Afro-Cuban Messengers con un repertorio muy variado y con varias obras nuevas. Creo que va a gustar muchísimo porque el grupo es muy bueno.

La formación será más reducida que en Bilbao, ¿verdad?

-Sí, no incluye sección de metales. Vamos con la base, el esqueleto del grupo. Hay alguna incorporación respecto al año anterior: Gastón Joya (contrabajo), Rodney Barreto (batería) y Yaroldy Abreu (percusión).

Le gusta mucho trabajar con músicos jóvenes. ¿Qué le aportan respecto a otros con mayor experiencia?

-Me permiten una retroalimentación. Yo aporto experiencia y sabiduría ante el trabajo y ellos, un nuevo punto de vista y arrojo. Juntando ambos sale algo muy bonito y bello.

El nombre de su banda, ¿es un homenaje a los Jazz Messengers de Art Blakey?

-Fue una banda que influyó muchísimo en mi primera etapa como músico de jazz; fue una escuela que desarrolló el trabajo de muchos músicos. Ahora, pretendo hacer algo parecido.

Llega sin disco nuevo...

-El último de estudio es Border-free, que grabé en 2013, aunque después edité un concierto en directo del tributo a Irakere, el año pasado. Y ahora estoy a la espera de que se publique el próximo en estudio, para después de verano.

¿El que ha grabado con la orquesta de Arturo O’Farrill?

-Es un tremendo disco, un tributo doble: a mi padre, Bebo Valdés, y al de Arturo, Chico O’Farrill. Y hay más todavía, ya que en el álbum han tocado mis propios hijos y los de Arturito. Dos familias de nietos.

Lo verá como un disco muy especial, entonces.

-Hay tres generaciones involucradas en él, y se muestra el trabajo de tres escuelas diferentes: de la Chico y Bebo, la mía y de Arturo, y la de nuestros hijos. Hemos grabado temas de los homenajeados, uno compuesto por Arturo y yo, de nuestros hijos... Han llegado a tocar ellos sin nosotros. Sale el 15 de septiembre a la venta e incluye Bebo, canción que compartí con mi padre, ahora con un arreglo precioso. El original lo toqué con Branford Marsalis.

Hablando de discos especiales, uno inolvidable es ‘Juntos para siempre’, el que compartió con su padre.

-Es uno de los más importantes de toda mi vida. Fue como retomar lo que hacíamos juntos cuando yo era muy jovencito.

¿Cuando le enseñó a tocar el piano?

-Claro. Aprendí de él, y sigo aprendiendo todavía.

¿Qué valor le da hoy a los discos, en un tiempo en el que casi no se venden? ¿Son la excusa para salir de gira y tocar en vivo?

-Son el trabajo, el arte del sonido... Lo que queda; y a veces son maravillas, aunque no todo lo que se graba se publica. Ahora hay otro sistema de venta de discos, apenas se compran en tiendas. Eso sí, la música sigue funcionando en otras plataformas. Por ejemplo, en Spotify está casi todo. Yo estoy entrando en la nueva era y compro por otros sistemas, y no tengo el disco físico en la mano. El mundo está cambiando mucho, y no va a parar.

Regresemos a ‘Border-free’. El título lo dice todo: sin fronteras. ¿Así ve su música?

-Solo hay una música, aunque ofrece dos tipos: la buena y la otra (risas). Lo demás no cuenta, tal y como decía el gran y refinado Duke Ellington. Todo vale si es bueno, el traje que le pongas luego...

¿El jazz convierte en irrepetible cualquier concierto? Lo digo por la improvisación, que lo convierte en único cada noche.

-Se pueden tocar los mismos temas un centenar de veces... pero los vas a oír siempre distintos. Es lo mejor del jazz, la improvisación y la creatividad constantes. Eso desarrolla mucho al músico, no lo ata.

Ni con los estándares, como prueba usted con ‘Son de la loma’, sus homenajes a Ellington o ‘Adagio’, de Mozart.

-La improvisación siempre está ahí, desde la música que hago en los años 70, rompiendo estructuras de la música de jazz y la afrocubana.

El año pasado tocó en la Casa Blanca y este año lo ha hecho en Cuba, con motivo del Día Internacional del Jazz. ¿Cómo fue?

-Muy emocionante y un sueño para los músicos de mi generación que La Habana fuera la sede tras la visita de Dizzy Gillispie hace casi 40 años. Estuvieron Herbie Hancock y todas las escuelas de música, tocando para ampliar conocimientos. Fue un acontecimiento histórico.

¿Volvería a tocar en la Casa Blanca con Donald Trump?

-(Risas). Está usted hablando de política y yo soy un músico. No es mi especialidad (risas).

Parece haberse iniciado un alejamiento entre Estados Unidos y Cuba con Trump.

-Chico, el acercamiento nunca ha parado, al menos el musical. El intercambio sobre los escenarios, en los festivales o por correspondencia siempre ha existido. Eso no lo ha podido parar nadie.

De hecho, las músicas de ambos países tienen las mismas raíces: África y el ritmo, ¿no?

-Claro. El jazz es música afroamericana y después de muchos siglos llegó la influencia de Europa. Y a Cuba también porque tenemos raíces de música española, de compositores como Falla y Turina, por ejemplo. Hay muchas cosas en común.

¿Recuerda el primer piano que vio?

-Recuerdo a Bebo tocando, no sé qué edad tendría yo, pero era muy niño. Estaba mucho tiempo allí, sentado a sus pies, mirando y aprendiendo.

¿El piano seguirá con usted hasta...?

-Creo que hasta el final; siempre que pueda, claro. Tocar el piano a diario es una necesidad para mí, como el comer. Si no lo hago, me falta algo. En todos estos años no he parado, el piano es mi vida. Por eso practico y compongo mucho, incluso para orquestas sinfónicas. En un mes saldrá el proyecto con Gonzalo Rubalcaba, y grabaremos a final de año.