bilbao - La caja Quemando el tiempo (Warner) devuelve a la primera línea a Ramoncín, un pionero del rock callejero pero ilustrado que se convirtió en el enemigo público nº 1 por su lucha contra la piratería y que tuvo que ser absuelto en un juicio por su labor en la SGAE para recuperar su buen nombre. “Sigo en filo, jugándomela”, asegura el músico, que se reivindica como Ramontxu y nos recibe con un sonoro “egun on” para hablar de una caja con grandes éxitos, versiones remozadas, un inédito y un documental con colaboraciones de Miguel Ríos, Echanove, Loquillo, Burning o Felipe González.
Vuelve a la primera fila...
-No es malo quedarse en la segunda. Desde 1992 sé que es bueno parar, al menos de cara al público, de vez en cuando. Paré porque llevaba desde 1977 casi a disco y gira por año: nueve en total y un directo. Llenábamos pero no me sentía bien, no quería sentirme como si fuera a la oficina.
Si hubiera muerto en ese momento, su imagen sería otra ¿no?
-Me daría igual (risas). Seriamente, si pudiéramos preguntar a Hendrix, Joplin, Cobain, Winehouse, Jim Morrison o Lennon todos desearían llegar a los 70 años. Su mitología no habría cambiado, como la de Clapton, que sigue vivo. Y aquí, ¡qué pena de Urquijo o Antonio Vega!
La reedición de ‘Arañando la ciudad’, un disco clave del rock en español, y esta caja, ¿son un acto de justicia?
-A partir de ahora vamos a celebrar el 40º aniversario de muchos discos (risas). La reedición fue el anticipo de esta caja, ya que Warner ha absorbido mi catálogo de EMI. El momento fue delicado porque tuve que resolver asuntos urgentes y extramusicales, y pasó desapercibido.
La caja es muy ambiciosa, incluye éxitos, un documental...
-Sí, vive en torno al documental sobre mi vida y carrera, que es excelente y se acerca a la verdad objetiva; a la absoluta es imposible. Y crece con esas versiones curiosas, un inédito y un grandes éxitos con las canciones originales, algo que nunca había hecho. Y con mejor sonido. La caja es un impulso para el futuro.
Decía lo de la justicia porque usted, junto a Burning, La Banda Trapera y Tequila le dieron mayoría de edad al rock estatal.
-Yo hice un disco, como Cover Band, para rendir pleitesía a pioneros como Los Canarios, Los Brincos, Los Salvajes o Lone Star, pero sí, tienes razón, mi debut fue el primer disco de rock en castellano con letras originales y lenguaje de la calle. Fue en 1978, antes que Tequila y Asfalto. Y en Barcelona estaban Sisa y Pau Riba. Y más que un acto de justicia, lo es de memoria. Y en este país es muy ligera.
Los jóvenes actuales no conocen su historia.
-Algunos sí, pero es cierto que se ha perdido el oído musical. Oyen música pero no sabe quién la toca, dónde, con qué músicos o productor. Ni conocen la cara del artista, ni tienen que ahorrar para comprar el disco, como hacíamos nosotros en el Rastro. Eso es afición. Hubo un momento en el que la industria se equivocó y apostó por el consumidor, no por el aficionado. Se vivía muy bien vendiendo 30.000 copias a pasar a no ser nada si no colocabas 300.000 mil. Se apostó por un formato de consumo y se perdió la mitología del vinilo, que está regresando ahora.
¿Le ha fallado alguien en el documental?
-No. Solo Bunbury, alguien que se ha pringado mucho por mí sin necesidad y que si no aparece es porque le pilló fuera. La premisa era decir claramente lo que se pensaba, sin cortapisas. No quería algo hagiogáfrico, pero tampoco que estuvieran quienes me odian (risas).
Le tildan de guerrillero, Quijote, gran creador, hombre comprometido... ¿Se ve reflejado en el documental?
-(Risas). En algunas cosas, sí; no en todo porque no soy tan simple. Rechazo lo malo y también me equivocaría si me creyera todo lo bueno. Nadie tiene toda la razón, pero sí hay detalles que dan la clave de lo que soy. Sé bien de dónde vengo, como se ve en el documental con esas reuniones con mis amigos de siempre en la taberna de mi barrio, entre Atocha y Legazpi. Sigo yendo allí, no he ido para grabar. Toda esa gente ha estado en mi vida y me preocupa lo que piense de mí.
El Loco dice que a una estrella del rock la define su número de enemigos. ¿Usted supera entonces a Elvis y Springsteen?
-(Risas). A Springsteen le odian ahora por estar en un yate de lujo con los Obama y Tom Hanks, como si no fuera multimillonario desde Born in the USA. Los republicanos dirán que menudo héroe de la clase trabajadora. Esas son reflexiones que hacemos todos. Y si encima eres activista y te metes en charcos, apaga y vámonos. Quien se posiciona es lógico que no guste a todo el mundo. No lo hacen ni esos cantantes melódicos o de pop latino, que son puro mainstream y no se meten en nada.
¿Se llegó a sentir un apestado?
-No, eso se siente en mi medio y entorno. Hubo medios de comunicación y personalidades que tuvieron cierto cuidado conmigo, no les convino relacionarse en su momento y hoy están esposados o en la cárcel. Me acuerdo del alcalde de Valdemoro... allí está, en su sitio. Estaba previsto para un concierto o un programa... pero no convenía. Algunos me llaman ahora, pero no iré... salvo que me ofrezcan un millón de euros.
Su lucha contra la piratería acabó desmadrándolo todo ¿no?
-Fue un despropósito. Ahora me dicen que tenía razón y que el tiempo lo pone todo en su lugar, pero lo que yo viví... Ahora, a los periódicos, las televisiones, las radios, el fútbol y el cine les pasa lo mismo que a la música, que ha llegado una nueva manera de ver las cosas y no se previó nada. Dije que si hubiera una dirección que se llamara jabugo.com y con el clic salieran lonchas por la impresora, no compraba jamón ni Dios. No lo entendieron, tenían la libertad de descargarse todo con un clic. Y el anónimo me da igual, me jodió que a la gente de los medios les hiciera gracia. Algunos están ahora sin trabajo o les pagan menos.
El mundo de la música no le arropó tampoco.
-Es un colectivo basado en la competitividad y en los números, aunque hay gente dueña de sí misma como El Loco, Bunbury o Miguel Ríos. Ellos dieron la cara; a otros les dijeron que no la dieran y se acojonaron. Y los peores son los hipócritas, quienes dijeron no comprenderme y luego ponen la mano y se lo llevan. Incluido gente que va de auténtica pero dice una cosa con la boca y otra con la cartera. Fui un gilipollas, el colectivo no existe. Pero no siento odio ni desprecio.
“Somos lo que los demás creen que somos”, dice. ¿Cómo es Ramoncín?
-Soy una persona absolutamente verdadera, no digo auténtica, ya que hay mucho disfraz. Nunca he ido contra mis pensamientos, jamás me he comido lo que pienso. No espero más reconocimiento que el de mi gente cercana.
Tituló un disco ‘La vida en el filo’ y ahora lo retoma para el documental.
-Ahora significa otra cosa. Yo no he salido del alcohol y las drogas, no he tenido una manera perniciosa de vivir la vida. Me refiero a que sigo en el filo, jugándomela todo el rato. Como cuando me la jugaba con los polis, tocando en la cárcel o en Arrasate en un tributo a Pakito Arriaran, un chaval al que mató la Contra en Nicaragua.