GASTEIZ - El autor de Tranvía a la Malvarrosa, entre otras muchas novelas, ha vuelto a su tierra y a su paisaje marino. Un paisaje que él vende como un paraíso perdido, azul, pero también como un mar rojo por el color de la sangre.
Su última novela, ‘La regata’, está centrada en el Mediterráneo, un mar que seduce y atrae pero ¿no está también pervertido?
-Lo está desde siempre, desde el inicio de la historia. El Mediterráneo tiene esa connotación de armonía, de belleza, placer, de filosofía y de arte; pero todo esto está amasado con sangre desde el inicio de los tiempos. El Mediterráneo es azul pero también es un mar rojo con sangre de verdad que nunca ha dejado de emanar alrededor de este mar.
¿Tiene más sangre que otros mares del planeta?
-Nuestra cultura ha surgido en él y en los tres dioses monoteístas que se están matando desde que se conocieron. Hemos exportado esa violencia de los dioses monoteístas al resto del planeta occidental.
¿Y el planeta oriental?
-Va de otra manera. La corriente occidental partiendo de las culturas griega y romana está destinada a ser de individuos. La filosofía oriental es diferente, dejas de ser individuo para fundirte con la naturaleza.
¿Podríamos decir que en ‘La regata’ hay amor, lujo y corrupción con el Mediterráneo de telón de fondo?
-En este libro más que corruptos son frívolos. No hay más corrupción que la necesaria, el mar es una enseñanza moral. Si tú te metes en el mar para navegar, tienes que cumplir unas reglas o te vas al fondo. Por muy frívolo o corrupto que seas siempre tienes que saber por dónde viene el viento.
¿El mar es un enemigo poderoso?
-El mar es un azar, es levantar las velas y lanzarte a la aventura, es ir por donde el viento te lleve. En cierto modo, esto purifica a los corruptos, siempre que el corrupto no sea de una frivolidad absoluta y es como un espejo cóncavo que a esos corruptos los deforma, los hace evidentes y ridículos.
El mar, sobre todo el Mediterráneo, está colmado de símbolos de grandeza y poder.
-Es otro error de los corruptos y de los frívolos, todos esos pantalanes llenos de popas de barcos impresionantes son un espejo de vanidades. En esos pantalanes se recoge toda la historia de la frivolidad nuestra.
Hablando de corrupción, la hay en todas las comunidades en mayor o menor escala, pero sorprende que la valenciana destaque por encima del resto.
-Valencia tiene un genio especial, todo lo hace festivo, todo lo hace directo, todo es inmediato, todo lo hace visible y todo es explosivo.
Estamos hablando de corrupción y no de las fallas valencianas.
-Es una corrupción visible, llena de ruidos, de naturalidad y es hacer de la corrupción una falla más. Valencia ha hecho de la corrupción una falla y como todas las fallas se está quemando.
Ha afectado a todos los sectores económicos, sociales y culturales.
-Para qué dejar alguno. Mire usted, en Valencia lo que más odian respecto de las fallas es que no ardan bien, que tarden en quemarse, que los muñecos no caigan bien, que estén solo chamuscados? En la Plaza del Ayuntamiento, donde se quema la Falla Mayor, se producen unos silbidos y unas protestas increíbles.
¿Cree usted que la falla de la corrupción no ha ardido bien?
-Desde hace treinta años para acá, todos sabíamos que se estaba quemando la falla, la corrupción existía, los muñecos existían, estaban chamuscados y no acababan de caer.
¿Y ahora?
-Parece que esa falla está ardiendo de verdad.
¿El pueblo valenciano puede aceptar con naturalidad la falla de la corrupción?
-El valenciano y cualquier pueblo. España está anestesiada, la gente tiene tantos problemas que no quiere añadir ni uno más. Por otra parte, la corrupción de la política, la de los peces gordos, la de los que mandan, en el fondo es un lenitivo para tu pequeñísima corrupción. Es como una excusa que tienes tú también para no hacer ciertas cosas.
¿Nos limpia la conciencia a los ciudadanos de a pie?
-Claro. ¿Por qué voy a pagar el IVA si el ministro equis se lo está llevando todo a manos llenas? ¿Tengo que ser yo el que declare un cuarto de baño o las reformas de la cocina? Lo peor de la corrupción es que se convierte en una niebla que baja de arriba abajo y te envuelve.
¿Podría la cultura ser un antídoto contra la corrupción?
-Aristóteles lo decía sobre el teatro, sobre las tragedias griegas: eran una purificación de las pasiones. Ver lo que sucede a los héroes, a los protagonistas: gritos, sangre, puñaladas, los estertores? sirven para purificarte. La literatura no sirve para eso, la literatura no salva ninguna tragedia, no está para eso.
¿Ni siquiera indirectamente?
-La literatura afina la sensibilidad de la gente. El arte no está para solucionar las injusticias, está para refinar la sensibilidad y a medida que tu sensibilidad se afina, toleras menos la injusticia.
Dicho así parece hasta bonito.
-Y real. En el mundo de hoy hay menos injusticias que nunca; tenemos sanidad, educación, hay viajes?
La gente se muere de hambre.
-Pero mucho menos de lo que se moría antes. Tenemos la sensación de que estamos peor que nunca, que hay más violencia que nunca y más injusticias que nunca? Somos más sensibles y, además, nos enteramos de todo; cualquier cosa que suceda en cualquier punto es como si sucediera en la acera de tu casa. Si por una evolución psicológica eres más sensible, te parecerá que el mundo es una terrible balsa de injusticias y violencia.
¿’La regata’ es un reflejo de la realidad?
-En este libro hay gente que va con la banalidad y vanidad puestas, con frivolidad. Pero sobre todo hay uno, es el protagonista, y recuerda el mar que le ha contado su abuelo, un mar que todavía era un paraíso.
¿Un paraíso perdido?
-Todos los paraísos están perdidos, se trata de ver cómo volvemos a ese paraíso que hemos regalado.
¿Y cómo se vuelve?
-Convirtiendo ese mar sangriento, corrupto, sucio y muerto en un mar interior que sea navegable por nosotros mismos.