2016 declinaba cuando se oficializó la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan... y este 2017 también puede catalogarse como Año Dylan tras la publicación, este fin de semana, de Triplicate (Sony), un nueva incursión, en este caso triple, en el cancionero clásico estadounidense del genio de Minesota. Por si fuera poco, Malpaso concluye la publicación de sus libros con sus memorias y la prosa surrealista de Tarántula.

Tempest, el último álbum con material original de Dylan, data de 2012. Resulta curioso porque en él, como en toda su obra del siglo XXI, su maestría y brillantez (en músicas y textos, basta en escarbar en canciones como la escalofriante Workingman’ blues #2), palpitaba viva y arisca. Y entonces, imprevisible como siempre, se descolgó con Shadows in the night, su primera incursión en el cancionero clásico de USA, con temas en su mayoría popularizados por Frank Sinatra (“la montaña que hay que escalar”, dijo), al que siguió un segundo capítulo, Falleng angels.

El músico septuagenario sigue con el traje de crooner en el que se embutió hace más de dos años en Triplicate, su primer álbum triple y el nº 38 de estudio de su carrera, en el que reincide con 30 nuevas grabaciones de clásicos del cancionero americano. Siempre sorprendiendo, vuelve a darnos lo contrario de lo que se espera de él. Tras la concesión del Nobel, podría haberse reivindicado con una obra propia y a su altura. Incluso a la de los tiempos contaminados y oscuros que asolan su país.

Pues no, nuevo corte de mangas del maestro con Triplicate, un disco que no era necesario (¡suma ya 52 versiones!), pero que sigue sonando disfrutable en su revisión de estándares popularizados por Sinatra y compuestos por Irving Berlin, Jerome Kern, Hoagy Carmichael, Richard Rodgers y Oscar Hammerstein, entre otros mitos, y grabados junto a Tony Garnier (bajo), Charlie Sexton y Dean Parks (guitarras), Donnie Henon (steel) y George Receli (batería), con el apoyo eventual de un grupo de metales con arreglos de James Harper.

El repertorio se divide en tres CDs con títulos propios: el primero centrado en la pérdida amorosa; el segundo en el amor, real o soñado; y el tercero, con un tono más otoñal y nocturno. Entre trazos de blues, jazz y country, y siempre pivotando sobre la steel guitar y una voz menos arisca de lo habitual, Dylan bucea entre clásicos como Stormy weather o That old feeling, con el fantasma de Chet Baker flotante, y temas más desconocidos, caso de la triste It’s funny to everyone but me, a ritmo de jazz suave. Y mientras se polemiza sobre si este fin de semana podría recoger el Nobel aprovechando dos conciertos que ofrecerá en la capital sueca, él sonríe y entona My one and only love, cual clon de Johnny Hartman aunque sin el melancólico saxo de Coltrane como contrapunto.

libros Triplicate ha venido precedido por la publicación, a cargo de Malpaso, de tres libros centrados en Dylan. El primero fue Letras completas, que recoge todo su cancionero en versión original y traducido al castellano. Y recientemente se han editado sus dos libros. El primero, Tarántula, escrito a mediados de los 60 aunque se editó en 1971, propone una diabólica catarata de imágenes surrealistas, prosa poética y verborreíca repleta de metáforas (a veces incomprensibles) y juegos de palabras. “Pesadilla de manuscrito de garganta cortada arriba y abajo y contempla la profética y ciega lealtad a la zorra ley, Cupido mensual y los fantasmas intoxicantes del dogma...”, sirve como ejemplo. Realmente enmarañado.

El segundo, más accesible y ¿real?, es Crónicas I, un primer volumen de memorias, de momento inconcluso, que ofrece recuerdos seleccionados de manera imprevisible, ya que se centra en su llegada a Nueva York (narra su encuentro con John Hammond y su travesía por los clubes del Village), pasa a los 70, ya sin el traje de mito generacional, y concluye, antes de regresar a los primeros amores y discos, en Nueva Orleans, cuando grabó Oh Mercy con Daniel Lanois. Hasta entonces, escribe, “me había vuelto rutinario”.

A pesar de las carencias del rescate, arroja una luz, a veces cegadora, sobre sus influencias musicales y literarias (“los libros eran algo fantástico”); el oficio de autor y cantante (”un negocio extraño que al mismo tiempo maldices y amas”); las canciones (”son sueños que debes luchar por hacer realidad, países ignotos en los que hay que penetrar”); el folk (el suyo era “fuego y azufre, trascendía de la cultura inmediata”); la cultura mayoritaria; el peligro de los sueños; y la moral “usurpada por el poder”. Sin intermediarios, de su puño y letra.