El director chileno Sebastián Lelio volvió a la competición de la Berlinale con Una mujer fantástica, un retrato de la exclusión social a las personas transgénero, que compartió jornada con otro rompedor personaje femenino, en el filme polaco Pokot.
Una mujer fantástica, con la actriz Daniela Vega interpretando a Marina, la mujer a la que, por el hecho de ser transgénero, se niega hasta el derecho a dar el último adiós a quien fue su pareja, colocó a Chile en la lucha por los Osos del festival.
Fue la primera representante de América Latina a competición en esta Berlinale -le seguirá Joaquim, de Marcelo Gomes, el próximo jueves- y acudió arropada por el éxito logrado en 2013 por Lelio con Gloria, Oso de Plata a su gran actriz, Paulina García.
Vega, puntal de la película como lo fue su antecesora de Gloria, encarna en esta coproducción chileno-española-alemana a una transgénero a la que la familia del fallecido quiere expulsar de su entorno, ya que en su momento no pudieron evitar su existencia.
A la exclusión que sufriría en circunstancias parecidas una mujer a la que se considerase culpable de la ruptura de un matrimonio dado por santo se suma la ambigüedad sexual.
rechazada por todos Sobre ella caerán también las sospechas tanto de médicos como de policías, que parten de la base de que algo raro debe envolver la muerte accidental de quien fue su pareja, puesto que, a sus ojos, lo suyo no podía ser una relación de amor o sexo normal.
A las humillaciones de quienes dicen cumplir con su trabajo se sumarán las de la familia del hombre con quien compartió Marina un periodo de su vida, más dispuestos a echarla a golpes del funeral que a compartir con ella el duelo por la muerte inesperada.
Lelio opta por dejar sola a su Marina, de sacudida a sacudida, con su rostro atravesado por el dolor, el llanto o la rabia, con apenas algún momento de respiro procedente de una mano amiga.
No explica cómo se conocieron Orlando y Marina, ni tampoco explica mucho del entorno de esta. En lugar de arroparla con la complicidad que probablemente le habría dado un Pedro Almodóvar -por ejemplo-, la deja a merced de la soledad sin paliativos, como exponente de rechazo crudo que, en la vida real, sufren las personas transgénero.
Chile ha sido una cinematografía de peso en las últimas ediciones en la Berlinale -al éxito de Gloria siguieron en 2015 el Gran Premio del Jurado para El Club, de Pablo Larraín, y el de mejor guión para El botón de nácar, del cineasta Patricio Guzmán-.
Ahora regresó con Una mujer fantástica, un filme en el que Lelio rinde de nuevo tributo a un personaje que no se rinde.
La polaca Agnieszka Holland volvía asimismo al festival con Poko -Spoor-, dos décadas y media después de haber competido con Gorackza, ahora como cineasta consolidada tras sus nominaciones al Oscar por In darkness, Europa, Europa y Angry Harvest.
Su filme presenta a una mujer no domesticable, una jubilada y activista medioambiental, que vive entre bosques polacos y pretende llevar con precisión de una Miss Marple las investigaciones por los “asesinatos” de jabalíes, ciervos y todo ser animado no humano. Holland recorre esos bosques con la cámara, husmeando entre malezas como haría uno de sus animales amigos o con espléndidas vistas panorámicas tomadas desde un dron.
Los enemigos de su justiciera jubilada son cazadores, legítimos o furtivos, los policías corruptos que les amparan y matones locales que convierten sus cotos de caza en prostíbulos.
Es una película basada en una novela de Olga Tokarczuk, que acompañó a la cineasta a la Berlinale para respaldar su tesis del “holocausto ecológico”.