la noche del lunes, las huestes de Carlotti infringieron una severa derrota a la mermada infantería de Vasile que contempló asombrada consumos televisivos que llegaron a los seis millones en el caso de El hormiguero y colocaron una pica en Flandes del buen hacer televisivo con la presencia de la tonadillera, reinona de la canción española y azacaneada mujer por diversos avatares del destino, Isabel Pantoja.
Lo habían anunciado a bombo y platillo y la presencia de Isabel en el programa de Motos se cerró con el remate de dos sentidas canciones en un programa en el mandó, condujo y dominó como quiso en un ejercicio de abducción del presentador Motos, que se las veía y deseaba para controlarse ante la paulista pulsión manifiesta por besar a la emperadora de la canción, que movilizó a un numeroso público enfervorecido que asistió a la presentación de un nuevo disco, un nuevo look y un renacer profesional de esta peineta de España. Pablo Motos se convirtió en un acompañante más de la clac que aplaudía enloquecida, gritaba histérica y sentía removerse su alma con las palabras de Pantoja, dominadora del combate en el que Motos rindió enseguida sus naves para no volver a plantear cuestión alguna de interés para la audiencia en un ejercicio propagandístico inusual de Motos y sus guionistas. Fue una noche de embrujo, de encanto, de fervor de fans identificadas con una víctima del destino, que espera ansiosa que se abra la puerta del amor. Cachuli, cárcel, corrupción, asuntos ausentes del diálogo embobado de Pablito y la estrella, que a media que pasaba el tiempo se enfrentaba con más soltura a las cámaras y alcanzaba momentos de caliente y excitante comunicación con su público. Le costará recuperar el sitio a un periodista que perdió el norte, el sitio y la vergüenza torera, al no saber distanciarse de quien venía con la lección aprendida y el guión estudiado.