El pasado fin de semana me acerqué al festival gráfico Mazoka. Festival que tuvo lugar en el antiguo Depósito de Aguas de nuestra ciudad. Un recinto infrautilizado, dicho sea de paso. Uno de los espacios más singulares de Gasteiz necesitaría de un presupuesto digno y adecuado para poner en marcha en él iniciativas pensadas, ex profeso, para el propio lugar. A muchos de nuestros representantes políticos se les llena la boca hablando de sus actuaciones en nuestra ciudad encaminadas a la atracción del turista cultural, pero después no se preocupan de cuidar lo que precisamente puede ser de interés para el foráneo. Y el antiguo Depósito, muy bien restaurado en su día -y reactualizado- por el arquitecto Roberto Ercilla, lo es.

Pero retomando el hilo: todo muy bien en Mazoka. Estupendamente organizado, montado, diseñado el festival. Me encontré con bellos dibujos e ilustraciones volcados en múltiples soportes: postales, camisetas, bolsas, copias enmarcadas a bajo precio... Los dibujantes e ilustradores te explicaban amablemente sus productos cuando te acercabas a los stands atendidos por ellos. Todo inmejorable en lo relativo a la venta. El espacio estaba abarrotado de potenciales clientes. Éxito de público. Compré dos decorativas reproducciones enmarcadas -realizadas con mucho gusto- para regalar a mis púberes sobrinos. Pero para mí, formado en la escuela TMEO, no encontraba nada. Quizá porque no soy de dulces refrescos. Me gusta el vino. Aunque al beberlo me parezca ácido, amargo, algo salado y dulce a la vez, el vino tiene carácter, personalidad. Te atraviesa. No es amable. Como el arte que me gusta. Pero recorriendo el espacio me topé con un stand que desentonaba del resto: un chaval, manos en los bolsillos, medio repantigado encima de la silla, exponía desordenadamente una montaña de dibujos sobre una indecorada mesa. Sobre ella, un cartel escrito a mano con un rotulador indicaba: “1 euro”. Me acerqué al dibujante y le dije “Tío, no puedes vender tus dibujos a un euro”. Me miró con cierta displicencia, como diciéndome con la mirada ¿y a ti que te importa?. Los dibujos, eran originales. Sin lápiz previo. Tirando de un humilde Pilot. Sobre varios tipos de papel, la mayoría -me imagino- rescatados de múltiples fuentes. Estaba realizando allí mismo los dibujos. Cogí uno de ellos y le dije: “Toma diez euros, un euro es muy poco dinero por un dibujo”. Me miró, rebuscó en sus bolsillos y me devolvió nueve respondiéndome: “son a un euro, pero te agradezco el gesto”. Le entendí perfectamente. Yo soy igual de chulo.

Entendí la labor de este dibujante como una crítica un tanto improvisada al mercantilismo del arte. Días más tarde alguien me comentó que éste había vendido más de 250 dibujos. Obviamente, no se hizo millonario. Pero quizá lo que yo entendí como crítica al sistema comercial del arte, no sea tal. Quizá el dibujante en cuestión ha echado previas cuentas y ha visto que el asunto le sale rentable. O quizá ambas cuestiones confluyan?