Vivimos en una sociedad acelerada en la que los constantes cambios económicos, sociales? nos atropellan. En el ámbito laboral, el hecho de conseguir un trabajo para toda la vida se convierte en epopeya. Este mundo no es el mismo que hace tres, incluso dos lustros. Desde el sistema educativo es necesario preparar a los jóvenes con nuevas materias, dotarles de nuevas herramientas conceptuales. Pero, al mismo tiempo, eso sólo es posible si el profesorado se recicla, sigue estudiando, sigue aprendiendo para poder enseñar sin quedarse prontamente obsoleto. Mas este proceso pocas veces se da. Es por eso que el alumnado, acabada su formación, necesita complementarla con nuevos cursos, masters? Y una vez encuentren un trabajo, les sucederá lo mismo: tendrán que seguir formándose para adaptarse a las novedades del mundo laboral sin quedarse descolgados.
Lo mismo sucede en otros terrenos: la política, la economía, las ciencias, la cultura, la sociedad en general? mutan rápidamente. Dentro de un mundo globalizado en el que los gobiernos nacionales cada vez tienen menos poder. Un mundo en el que la riqueza se concentra en un conjunto cada vez más pequeño de personas y la mano de obra paulatinamente es menos necesaria. No hay trabajo para todos, esa es la realidad. Pero para comprender estos y otros muchos fenómenos y problemáticas complejas y vislumbrar las posibles soluciones necesitamos también disponer de un conocimiento continuamente actualizado y veraz sobre nuestra fluida realidad. Y, para ello, tenemos que reciclarnos. No podemos entender lo que sucede con experiencias adquiridas hace diez, veinte, treinta años. El problema es que siendo adultos, creemos que no necesitamos ya ser instruidos por nadie. Para eso ya leemos los periódicos, las redes sociales y vemos la televisión que, curiosamente, pertenecen a esa pequeña élite que, de facto, es dueña del planeta. Sí, nos instruyen sin que nos demos cuenta, pero mal.
Lo paradójico es que las personas que eligen actualmente nuestra gobernanza no son las que han asumido la velocidad de los tiempos haciendo un esfuerzo por entenderlos a través de la cultura. La población de éste que algunos llaman mundo civilizado está envejecida en cuerpo, pero también en mente. El voto de los viejos de mente es el voto a Trump, a Rajoy? a los populismos de derechas. Viejos mentales que votan a viejos mentales. Un populismo éste, utópico que promete que volveremos a tener todos la riqueza económica de hace décadas. Promete un modo de vida de antaño quizá -por hablar “a lo Trump”- si cerramos fronteras y devolvernos a los emigrantes a sus países de origen. Soluciones viejas para problemas nuevos, en definitiva. El populismo de izquierdas, en cambio, exige que imaginemos nuevas respuestas. Si nos es posible esa “vuelta a los viejos tiempos” habrá que pensar en una economía y cultura del futuro. Y habrá que apoyar a los gobiernos jóvenes y progresistas que crean que aprender continuamente, es ya ley de vida.