bilbao - Fue en la galería parisina de su amigo Daniel-Henry Kahnweller, entre 1907 y 1908, donde Herman Rupf adquirió las primeras piezas de la que se convertiría más tarde en una de las colecciones privadas más interesantes del siglo XX. Ambos habían estudiado juntos en Fráncfort y mantendrían durante toda su vida una estrecha relación de amistad.
A su regreso a Berna, su ciudad natal, Rupf comenzó a trabajar en la mercería de su cuñado, del que se convirtió en socio en 1908. Además de medias, guantes o botones, vendían perfumes y accesorios de moda, lo que le llevaba a tener que viajar continuamente a París, donde el mercero suizo siguió reuniéndose con Kahnweller en la galería que este había abierto. En ocasiones, lo acompañaba a sus visitas a los estudios de los artistas. Así fue como se hizo en 1907 con dos gouaches de Pablo Picasso, Follaje y Paisaje, que el artista acababa de terminar y que había tirado al suelo. Rupf, que no tenía una preparación artística previa, decidió comprárselos.
Más de un siglo después, estas pinturas se pueden ver en una extraordinaria exposición que reúne en el Museo Guggenheim setenta trabajos de artistas clave como Braque, Juan Gris, Kandinsky, Fernand Léger o Paul Klee, entre otros, adquiridas por el comerciante suizo y su mujer, Margrit.
Rupf creó su colección siguiendo un criterio personal, aunque, por supuesto, se dejó guiar en ocasiones por los consejos de Kahnweller. Tampoco poseía una gran fortuna. “Compraba uno o dos cuadros al año. Además, hay que tener en cuenta que estamos hablando del periodo más rico de las vanguardias y en el que menor precio tenían las obras de sus creadores. No sabemos cuánto pudo pagar, por ejemplo, por los cuadros de Picasso, pero no demasiado porque era su primera etapa en París. Obviamente, el mercado del arte no era el actual”, explicó ayer durante la presentación de la exposición Susanne Friedli, de la Fundación Hermann y Margrit Rupf, y una de las comisarias de la muestra junto con Petra Joos.
“Cuando comenzaron sus adquisiciones, Suiza era un país muy conservador y, en ese contexto, Hermann Rupf se descubrió como una persona con un gusto exquisito y totalmente revolucionario en aquel momento. Estaba muy comprometido con el arte contemporáneo, que era opuesto al gusto imperante en aquel momento”, resaltó Petra Joos, a la vez que insistió en que no era un millonario, sino una persona “muy interesada por la cultura que se ganaba la vida con una mercería”.
klee, kandinsky... Hasta el estallido de la Guerra Mundial, la colección de los Rupf fue creciendo poco a poco, hasta conformar un conjunto de casi treinta obras, en su mayoría cubistas. Estos coleccionistas, que actuaron en numerosas ocasiones de mecenas, mantuvieron también una gran amistad con Paul Klee y su mujer Lily. Tras la clausura de la Bauhaus, siendo considerado por los nazis un pintor degenerado, Klee se volvió a establecer en Berna. Un ejemplo claro de su estrecha relación es el hecho de que el artista obsequiaba a Hermann y Margrit Rupf con obras dedicadas en fechas señaladas como cumpleaños y novedades.
En 1946 cuando Klee falleció, el matrimonio Rupf poseía ya 26 de sus obras. A partir de ese momento, fue la viuda del artista quien quedó al cargo del legado, del que Rupf adquirió otras 17 obras.
Gracias a la relación con Klee, a principios de la década de 1930 el matrimonio Rupf entró con contacto con Kandinsky y su esposa Nina, aunque inicialmente no fue el arte lo que les unió, sino la ayuda de los Rupf en cuestiones económicas. Se hicieron con 16 Kandinskys de los que en Bilbao se pueden ver cinco.
Rupf compró un apartamento en París y se lo alquiló a Kahnweiler. Su amigo no le pagó renta, pero sí le regaló cuadros, lo que siguió enriqueciendo la colección. En 1954, decidieron ceder sus obras -unas 250 piezas y numerosos libros de arte-, en calidad de fundación, al Kunstmuseum Bern, lo que supuso una contribución muy significativa a los fondos de esta institución. En la década de 1990, la colección ya existente se amplió con obras de artistas estadounidenses como Donald Judd, Joseph Kosuth, Brice Marden, Ad Reinhard y James Turrell, y europeos como Piero Manzoni, Enrico Castellani, Lucio Fontana y Christian Megert, entre otros.
Se ha logrado reunir un grupo de obras de representantes del Minimalismo y del Movimiento ZERO, que hoy en día, se revela como una interesante continuación de la colección Rupf original, ya que en las primeras etapas de actividad de la colección se aprecia una innegable preferencia por la tradición del arte constructivista y conceptual.
Algunas de estas obras se pueden ver también en Bilbao. La comisaria de la Fundación, Susanne Friedli, destaca la composición Pedestales de Berna (2010), incluida en la muestra e ideada en 2010 por el artista alemán Florian Slotawa. El artista estudió detenidamente la Colección y su historia, y eligió cuatro esculturas -de Hans Arp, Max Fueter, Henri Laurens y Ewald Mataré- para crear una nueva obra. Slotawa ideó un pedestal, configurado con muebles que originalmente formaron parte del hogar del matrimonio Rupf, para cada una de las cuatro piezas representativas de su colección.
La colección de Hermann y Margrit Rupf, un viaje que lleva al visitante a lo largo del arte del siglo XX, se puede ver en el Guggenheim Bilbao hasta el 23 de abril.