Vitoria - Aunque el pabellón 44 de la calle Venta de la Estrella número 6 esté tranquilo a la espera del próximo concierto, en las oficinas de Helldorado no hay descanso. Aún así, Juan Uriarte vuelve a encontrarse con DNA ahora que toca soplar las 15 velas de su aniversario sonoro.
Cuando Helldorado nació había mucha voluntad y mucho trabajo por hacer.
-Teníamos más ilusión que medios y conocimientos (risas).
¿Qué queda de aquellos inicios y qué ha cambiado por completo?
-Quedan el espíritu y las ganas de hacer buenos conciertos, de cuidar la música en directo y de traer buenas bandas. Queda la esencia, el motivo que nos movió a levantar el proyecto. Por lo menos para mí, que soy el único que queda de aquella época. Todo lo demás, ha cambiado. Han cambiado los públicos, las modas, nuestra forma de trabajar, la ciudad, la percepción de la gente con respecto a la música en directo... Lo que permanece son las ganas de querer hacer conciertazos, de divertirnos escuchando buena música en directo, de hacer las cosas dentro de una filosofía que mantenemos y de apostar por el asociacionismo.
¿Cuántos socios son ahora, más o menos?
-Estamos por encima de los 400. Pero no se trata de tener o ser más para ganar más dinero. Queremos mantener una base social, una relación y una ilusión con ellos. Si esto no fuera algo colectivo y compartido, no tendría sentido.
Detrás de aquel grupo motor había gente que tenía una estrecha relación con la música, que tocaba en bandas, pero ¿hasta qué punto los primeros años de Helldorado fueron un aprendizaje?
-Fueron muy divertidos pero no teníamos ni idea. Es verdad que todos tocábamos en grupos y conocíamos la música al otro lado de la barrera. Pero lo que tenía que ver con programación, gestión y demás nos pillaba lejos. Y puede parecer que son trabajos sencillos, pero de eso nada. Fuimos aprendiendo sobre la marcha y nos costó algunos años y unos cuantos disgustos.
¿El peor momento?
-No ha habido un momento determinado, pero sí alguna época muy mala. Después del segundo año creo que fue lo peor. Al principio, como pasa con muchas cosas, hubo un boom por el que todo el mundo venía a todo. Tenía ganas, además, de apoyar la historia. Pero pasada la novedad, el globo se deshinchó un tanto y afrontamos la realidad. Fue una época difícil porque, además, al principio para las contrataciones tirábamos de nuestras agendas, puesto que todos tocábamos en grupos y conocíamos a mucha gente. Pero cuando esos ases en la manga se acabaron, tuvimos que hacer un trabajo con las agencias de contratación europeas y españolas que hasta entonces no habíamos tocado. Y claro, ni nosotros las conocíamos, ni viceversa. Esa fase de tener que abrir caminos y hacernos ver fue dura. Además, la gestión en ese momento la hacíamos con mucha voluntad pero poco más. No por nada, es que no estábamos preparados para gestionar aquella exigencia. Así que hasta que conseguimos recuperar a nuestro público potencial, situarnos dentro de los tours europeos y españoles, y formalizar los aspectos de gestión interna, la verdad es que vivimos dos o tres años complicados.
¿Y lo mejor?
-Ha habido cosas muy buenas, aunque creo que lo mejor es poder decir que estamos vivos, que es lo realmente sorprendente. Hombre, ha habido muchos conciertos muy grandes, aunque en términos generales creo que lo mejor es la respuesta del público. Es verdad que es minoritario, es cierto que en ocasiones hemos perdido dinero que no teníamos por la taquilla, pero la gente, en un porcentaje muy elevado, siempre se ha marchado muy contenta de Helldorado, algo que ha hecho que casi siempre quiera volver. Y eso pasa también con las bandas. Hoy todo el mundo quiere tocar aquí, salvo las muy grandes por un tema de aforo. Por eso creo que lo mejor es que hemos conseguido alcanzar un estatus manteniendo una cierta dignidad a la hora de hacer las cosas, más allá de todos los errores que hemos podido cometer, por supuesto.
Hoy, grupos, prensa especializada, público... tienen a Helldorado como punto de referencia, como un lugar esencial para la escena rockera. ¿Caminando algunos centímetros por encima del suelo?
-No, no. Hombre, cuando escuchas a alguien hablar bien de nuestro trabajo, te alegras, por supuesto. De todas formas, ese tipo de valoraciones a veces pueden ser sinceras y otras interesadas. Por eso es mejor no prestar demasiada atención, aún estando agradecido de que la imagen sea tan buena. Al final, la realidad es que tenemos conciertos el próximo fin de semana, y el siguiente, y... Eso te exige que el trabajo sea continuo y no te puedes parar. Además, cuando te dicen que eres una sala de referencia, a veces pienso que no es tanto que nosotros lo hagamos bien como que otros lo hacen verdaderamente mal. A mis 50 años he tocado en bandas, he sido presidente de la Asociación de Salas Privadas de Euskal Herria, he estado en la Junta Directiva de la asociación española y sé cómo trabajan los demás. Es cierto que en los últimos cinco o seis años, el circuito de salas en el Estado y en Euskadi se ha profesionalizado bastante y que cada vez se trabaja mejor en muchos sitios. Pero también que ha habido casos en los que nuestra buena fama ha estado relacionada con la muy mala de otros.
Cuando Helldorado arranca, Vitoria tenía un serio problema con la falta de escenarios.
-Fue el motivo para ponerlo todo en marcha.
Sin embargo, me da la impresión de que 15 años después el público de la música en directo en la capital alavesa, aunque haya crecido en número y mantenga una fidelidad admirable, sigue siendo bastante minoritario.
-Sí creo que el público ha crecido. Cuando haces música que nos es mainstream (mayoritaria), como pasa con nosotros, que trabajos con la música underground, siempre vas a currar con públicos reducidos. La multitud va a lo famoso, a lo que es muy conocido. Pero en estos 15 años también ha crecido ese número de espectadores que se preocupa más por música no comercial, aunque tal vez ese aumento no ha sido tan numeroso como nos gustaría. Hace 15 años en Vitoria no había casi nada para la música en directo, el Gaztetxe y el Tapioka, con todas sus carencias. También el motivo de iniciar esta andadura fue tener un sitio un poco mejor, cuidar las cosas que pasan antes, durante y después del concierto, que cada noche fuese especial. Hay salas, por ejemplo, que no cuidan tanto a los músicos. Son empresas que contratan a una banda, venden tickets y cubatas, hacen números y te echan para que venga el del techno o el de la boda. Para nosotros cada jornada necesita su tratamiento. Nuestro proyecto va más allá de venderte un puto concierto. Y esa manera de tratar a la gente que tenemos también ayuda a generar públicos. Pero es verdad que entonces no había nada. No quiero ser chulo, pero es que es cierto: mucha de la gente que está organizando conciertos ahora en Vitoria ha aprendido en Helldorado. Hemos marcado una pauta. Sin quererlo, hemos sido impulsores de mucha gente que está haciendo cosas que también suman. La retroalimentación existe. Sabes a la perfección que no me gustan los festivales, pero sería de necios no reconocer que el Azkena Rock Festival también ha ayudado a desmitificar el aspecto negativo del rock and roll y de la música en directo. La gente ha visto que ni ha ardido el centro de la ciudad, ni los rockeros queman los hoteles, ni...
De lo que casi nadie se da cuenta es de que una programación anual como la de Helldorado supone que cada vez que hay concierto, sólo con las bandas se deja un dinero en hoteles, restaurantes, taxis...
-Cuando se apoya de manera tan importante a los grandes eventos mientras a los que estamos aquí no se nos acompaña, siempre se dice que es por el retorno económico. Pero qué duda cabe de que los pequeños, granito a granito, también hacemos. Todos los fines de semana sabemos que ocupamos hoteles, y no sólo con los grupos, que a Vitoria viene mucha gente de fuera esas noches. Además, hablando del tema de los festivales, nosotros trabajamos con gente de aquí, tanto en el caso de trabajadores como de proveedores, mientras otros hay veces que subcontratan a empresas de Galicia o de Andalucía para las barras, la seguridad y otras historias. Ese dinero no se queda aquí y debería hacerlo cuando las instituciones públicas ponen una parte importante de los presupuestos. Estoy convencido de que si un día se hicieran números de lo que aportamos los escenarios de los bares, incluso el Gaztetxe, las salas privadas y nosotros, algunos se darían cuenta de lo que sumamos cultural y económicamente. En este último aspecto, de hecho, más de lo que muchos se imaginan. Y eso algún día debería ser reconocido por las instituciones y tendrían que cuidarnos un poquito. Somos de aquí, trabajamos aquí, con gente de aquí, para generar aquí. No me refiero a que nos tengan que dar una ayuda económica u otra, pero qué menos que un reconocimiento y un apoyo.
¿Cuántas veces ha pensado en por qué Helldorado no es más grande?
-En los últimos tres años, alguna que otra vez, afortunadamente. Pero durante muchos años, el espacio siempre ha sido muy grande. Es verdad que en estos últimos tiempos, las cosas nos están marchando mejor y hay días que se agotan las entradas. Claro que nos gusta ganar dinero pero tampoco sentimos la necesidad de contar con más aforo.
Y mire que al principio eran muchos los que no veían nada claro la ubicación en un polígono industrial.
-Era el gran handicap, salir del centro. Pero con el paso de los años, esa barrera se ha roto. Además, estar en un polígono tiene grandes ventajas: no molestamos a nadie, tenemos un gran parking, no hemos generado ni una sola denuncia en 15 años y el hecho de que por aquí no se pasa sino que hay que venir, nos limpia de un sector importante de cretinos de la noche.
Por cierto, de puertas hacia dentro ¿hay preparada alguna celebración con las personas que cada semana trabajan para hacer realidad la oferta de Helldorado?
-Sabes qué pasa, que todos los sábados son una Nochevieja para nosotros. Celebramos todos los días que abrimos (risas). Sí que vamos a repetir algo que ya hicimos el año pasado y es tener un día solo para los socios. Esta vez lo haremos el 25 de noviembre.
Una vez le pregunté sobre qué músico quería ver en este escenario y su respuesta fue Lemmy Kilmister con alguno de sus proyectos paralelos. Eso ya es imposible, así que, ¿algún deseo más?
-Estuvimos dos veces a punto de traer a The Head Cat y por tanto a Lemmy, pero... Con todo, tampoco tengo algo que diga: sí o sí. Además, nuestro papel es otro. Hay un montón de bandas nuevas, grupos con grandísimos músicos que ya tienen publicados sus tres, cuatro o cinco discos, que en sus países son algo, que están creciendo y generando, que nos sorprenden, que hacen música que está viva hoy y que son las formaciones que nos interesan. Es un ámbito que me hace ilusión. Hay bandas muy buenas que están haciendo cosas interesantes ahora. Eso es lo que nos gusta, aún sabiendo que eso conlleva un riesgo porque nunca sabes cuál va a ser la respuesta del público.
La celebración oficial del aniversario se producirá dentro de nada con el regreso de Sex Museum, la primera banda que tocó aquí, dos noches seguidas. Además de tener que hacerle un día de estos una placa a Fernando Pardo y compañía, ojalá las visitas de los madrileños se produzcan durante muchos años más, ¿no?
-Sex Museum siempre ha sido una banda maldita. A lo largo de los 30 años que celebran ahora, les han ninguneado en todos los sitios. Pero ahora, por fin, empiezan a estar reconocidos y en eso creo que Helldorado ha ayudado. Ellos tienen mucho cariño a Vitoria porque siempre han tenido aquí seguidores y se sienten de una manera especial. Esta vez vienen dos días porque siempre dejan gente fuera y, además, van a hacer dos repertorios diferentes. Y habrá sorpresas... Efectivamente, ojalá podamos seguir muchos años juntos, encontrándonos, aunque ya veremos si aguantamos todos (risas).