Cuando el 5 de agosto de 1916 se estrena Intolerancia, su director, el estadounidense David W. Griffith, estaba muy lejos de imaginar el rechazo de crítica y público, sobre todo porque en esta película puso todo su saber artístico y narrativo, que fueron vanos para paliar el fracaso de taquilla. Considerada la primera gran superproducción de la historia del cine, en sus tres horas de duración Intolerancia (que lleva como subtítulo La lucha del amor a través de los tiempos) dibuja un cuadro de la lucha entre el bien y el mal en cuatro episodios muy simbólicos en otras tantas fases de la historia.

La conquista de Babilonia por los persas en el siglo VI a.C; la Pasión de Cristo; la Noche de San Bartolomé (la matanza de los hugonotes en París el 24 de agosto de 1572), y una huelga de trabajadores en los tiempos contemporáneos reprimida con brutalidad le sirven a Griffith (1875-1948) como paradigma de su narración. Intercalándose entre las historias, que a medida que avanza el filme van entremezclándose más estrecha y rápidamente, una mujer vestida de negro (Lilian Gish) mece sin descanso una cuna, en un plano largo apenas iluminado por una luz muy blanca.

Al fondo del plano (el recurso narrativo intencionado de la profundidad de campo, del que Griffith fue pionero), se ven tres siluetas femeninas, como las tres parcas que hilan, devanan y cortan el hilo de la vida.

Y mientras la mujer mece la cuna, unos versos de Walt Whitmann -“Sin fin mece la cuna/mientras conecta presente y futuro”- subrayan enfáticamente lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que ocurrirá. Tras el éxito (y la enorme polémica) cosechados con El nacimiento de una nación (1915), Griffith era un hombre poderoso en la industria del cine y lo suficientemente rico como para abordar de inmediato un nuevo proyecto todavía más ambicioso. Según algunos estudiosos, Griffith no encajó bien la polémica que se suscitó en Estados Unidos con El nacimiento de una nación, una película considerada por muchos como racista y apologética del Ku Klux Klan.

En realidad, en El nacimiento Griffith narra una película de aventuras en la que cuenta la situación del Sur tras la Guerra Civil americana (1861-1865) y los abusos de los denominados carpet baggers (los especuladores) y la corrupción reinante durante el conocido como Periodo de reconstrucción. El director estadounidense emplea en El nacimiento una técnica narrativa que ha pasado a la historia del cine, como por ejemplo el recurso al montaje paralelo o el llamado “el último minuto de Griffith”, que “los buenos” salven a “la chica” en el instante final.

Con Intolerancia, Griffith quería quitarse la etiqueta de cineasta racista, o de apologeta del KKK; quería demostrar que hablaba de amor y de respeto por el otro y quería hacerlo, además, en plena I Guerra Mundial (1914-1918). Quizá por eso, además de por su larga duración, y por lo complejo de la narración, la película no cuajó.

No se entendió en Estados Unidos y en Europa se proyectó con muchos cortes, hasta el punto de que en Francia jamás se pasó la historia de la Noche de San Bartolomé, lo cual nos hace pensar que, dado lo complejo del montaje, supuso el destrozo completo del mensaje que enviaba la película.

16.000 FIGURANTES La película tuvo un presupuesto de dos millones de dólares (una cifra desmesurada para la época) que Griffith financió prácticamente por sí solo, ya que también asumió la labor de productor ejecutivo, y se movilizaron miles de extras para un rodaje que se prolongó durante 22 meses. Solamente en las escenas de Babilonia participaron 16.000 figurantes, según se indica en un estudio sobre Griffith publicado por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Se construyeron a las afueras de Los Ángeles unos decorados casi de tamaño natural, tan complejos como costosos, que quedaron abandonados al término del rodaje sin que nadie supiera qué hacer con ellos.

Griffith jamás logró recuperarse del fracaso y, pese a rodar en 1919 la magistral Lirios rotos, las deudas contraídas por el desastre de Intolerancia le acompañaron prácticamente hasta la tumba.