ni los más conspicuos y sabios historiadores de la tele son capaces de explicar la transformación sufrida de un festival cutre y casposo en un espectáculo de masas que anuncian para el día de hoy doscientos millones de espectadores ante las pantallas. El actual festival de la canción de Eurovisión es un espectáculo de masas, acorde con la dinámica televisiva y cubierto por más de mil quinientos periodistas como gran evento televisivo que es.

La Unión Europea de Radiotelevisión, UER, es una asociación de televisiones y radios públicas creada para defender sus intereses frente a la competencia de las cadenas privadas europeas hace varias décadas. Las cadenas públicas europeas, sometidas al control gubernamental, inventaron en 1956 un festival para la promoción musical y el brillo de unas teles que se presentaban como paradigmas de la excelencia profesional.

La historia de la participación de los países, solamente sesenta han conseguido el triunfo una o más veces, muestra un concurso acorde con intereses discográficos o alianzas a favor o en contra de determinados países según la geopolítica del momento. El comportamiento de los jurados ha dado mucho que hablar y últimamente el gran público se ha incorporado a la confección del veredicto final gracias a lo digital. Para olvidar muchos de los hispanos nombres que se han enfrentado al trago de Eurovisión, desde las hermanas Salazar hasta el friki Rodolfo Chikilicuatre, auténtico artista bizarro entre engominadas brillantinas y espectaculares vestidos de firma y costo.

El festival se ha hecho glamuroso, digital, espectacular y digno de una agrupación de televisiones que hacen de la luz, los escenarios y los movimientos de cámara, un circo en la noche más mágica del mes de mayo, por lo que el festival de Eurovisión es un inexplicable caso mediático de resurrección y renacimiento.