transcurría plácidamente la tarde entre cabezaditas y pequeños sobresaltos por el griterío de algunos de los invitados de María Teresa Campos, cuando de pronto apareció la imagen larguirucha de Iñigo Errejón, caminado por los pasillos de Tele 5 con dirección al plató que Campos convierte en sala de estar, a la que solamente le falta mesa camilla y chocolatito con picatostes que ayuden a afrontar el aburrimiento amuermante de dominicales tardes.

Mis somnolientos ojos no daban crédito al desfile mediático de unos de los pensadores máximos de una formación que amenaza con derribar esquemas y modelos electorales del pasado para construir una nueva forma de reparto del poder, tras las próximas elecciones del 26-J. Es conocido del personal que las huestes de Podemos y sus gerifaltes aman la televisión, dominan la tele como escaparate para vender su rocalla política y se pirran por estar en cualquier tele, grande pequeña, carca o progre.

Que los políticos de vieja marca como Rajoy o Sánchez pasen por el espacio de María Teresa Campos es lógico y está en la naturaleza de las cosas, pero que un político anti casta aceptase envenenada invitación de la reinona de los fines de semana, tenía morbo mediático; y como era de prever la cosa no funcionó, tardaron en relajarse y adquirir tono de naturalidad necesaria para que un formato así llegue al personal, que contempló a una periodista dubitativa y un político incómodo y seco de garganta, inerme ante la Esfinge mediática que buscaba una distancia/proximidad para dominar el trance, y el muchacho tampoco encontraba el registro para vender manida mercancía. Y como estamos en precampaña electoral a tope, Tele 5 anuncia próxima presencia de la apoteósica política madrileña Esperanza Aguirre con la que el show está garantizado por acierto o por disparate, ya que Aguirre no conoce el equilibrio y la serenidad.