Madrid - Mikel Izal, vocalista y principal compositor de la exitosa banda española de pop-rock alternativo Izal, da el salto a la literatura con su primera obra, un compendio de relatos que, bajo el disfraz de la cotidianeidad, esconde muchas obsesiones inconfensables, tanto ajenas como personales. “Los villanos me van, aunque yo soy un tío muy bueno”, dice con sorna, tras reconocer que mucha gente pensará que algunas de estas historias, por estar escritas en primera persona para darles una mayor apariencia de realidad, tratan sobre él. “Algunos sí”, confiesa.

Se le percibe en parte, por ejemplo, en un comentario del tabernero que protagoniza el primer relato: “Me alimento de problemas, de miserias, de preocupaciones, de infidelidades, de dramas cotidianos y de toda la desgracia humana que se atreve a cruzar esa puerta. Así que bienvenido a mi mundo. Estoy encantado a escucharte”.

Aunque siempre había escrito, fue en los dos últimos años cuando empezó a hacerlo sobre “cosas más interesantes que no cabían en una canción”, como una actividad pensada como un pasatiempo, aunque tan exigente que acabó en un curso de escritura creativa. “Esto es un hobby profesionalizado, que vivo de una manera más desahogada que la música, sobre todo en épocas de sequía creativa. Nadie esperaba este libro y no había expectativas, por lo que todo es para ganar; en la música, sin embargo, después de seis años de Izal y tres discos que han funcionado tan bien, ya hay mucha presión autoimpuesta”, comenta.

Lo que había redactado pasó el filtro de su círculo cercano, especialmente el de la “sinceridad brutal” de sus padres, y coincidió con una oferta de la editorial, que, tras escudriñar las letras de sus canciones, preguntó “qué más tenía este chaval en la cabeza”. Lo que tenía, preso todavía de la mentalidad sintética del escritor de canciones, son 24 relatos cortos, que beben de su gusto por el surrealismo de Haruki Murakami, sobre todo por “su capacidad para llevarte a un mundo con apariencia hiperrealista, en el que al protagonista le sucede algo que no puede ocurrir y que, sin embargo, no parece extraño”.

En esa línea también hay cierto parecido con las historias de la serie de televisión Black Mirror y “destellos de conceptos de ingeniería o matemáticos” que denotan su pasado como ingeniero. “Me encantan las ideas bizarras. También cuento cosas cotidianas como un paseo por el barrio de Malasaña, pero son estos otros relatos extraños los que más me atraen y en los que me siento más cómodo”, cuenta el músico, que acompaña sus escritos de las simbólicas ilustraciones de David de las Heras.

Como ejemplo, la historia que lo abre, una de las que más le gustan, en la que el dueño de un tugurio es también el propietario de un ingenio mecánico instalado en el suelo del baño de su taberna, con un agujero por el que puede hacer desaparecer a quien desee. Respecto al estilo, rechaza la pedantería en la escritura o “esforzarse mucho para seguir el hilo de la página”, una cosa que ha tenido que pulir, subraya.

Aunque el título de la obra, Los seres que me llenan (Aguilar), coincida con el de una de las canciones de su último álbum de estudio, Copacabana, y de que la génesis de La gran fiesta del Fin del Mundo beba de la misma fuente que su también reciente tema El baile, descarta hacer coincidir ambos mundos. “No mezclar la música y la literatura va a ser lo más sano para mí, de hecho tienen poco que ver más allá de que cuente algo”, afirma Izal, quien no descarta llevar algún día a un formato más desarrollado estos cuentos (la novela aún queda lejos, apunta), puede que imaginando el destino de la guitarra Gibson que le desapareció en un reciente viaje de avión. - Efe