La semana pasada hablábamos del mayor robo de arte -o el más famoso- de la historia: el hurto -un tanto rocambolesco- de La Gioconda perpretado por el italiano Vicenzo Peruggia. El episodio sucedió el 22 de agosto de 1911. Proseguimos con el relato. Vicenzo había trabajado años atrás por un periodo corto de tiempo en el Louvre, museo que acogía -y acoge- la Mona Lisa. Había colaborado en la colocación de la puerta de cristal que protegía esta obra como cristalero que era. Con el uniforme de empleado del museo -una bata blanca- que aún conservaba de su pasada labor en el Louvre, el italiano no tuvo que planificar mucho el robo: se introdujo en la pinacoteca haciéndose pasar por un trabajador más y esperó ahí hasta la hora del cierre. Se escondió en uno de los armarios que utilizaban los copistas para guardar sus pinceles, caballetes? y allí pasó la noche. Al día siguiente -lunes y, por lo tanto, el museo estaba cerrado- salió de su refugio, descolgó La Gioconda y la guardó debajo de su bata. Recordemos que es un cuadro pequeño. Queda claro que las medidas de seguridad en el Louvre eran poco eficaces. Peruggia conocía bien el recinto museístico, pero al intentar salir cometió un error: la llave que abría la puerta que le permitiría abandonar el museo, no encajaba. Habían cambiado la cerradura posiblemente. No podía escapar. Quizá tendría que volver a su refugio de nuevo.... Pero entonces uno de los fontaneros que trabajaba en el museo al ver que un empleado del Louvre estaba en problemas -pues el italiano iba vestido como tal- le abrió la puerta. El fontanero ni se percató que la Mona Lisa estaba en esos momentos apoyada en una pared, tapada con un trapo, pues Vicenzo forcejeaba con la cerradura y necesitaba para ello tener las manos libres. Fue un robo bastante torpe, por lo tanto. Producto de la suerte, en gran medida.

Mas, ¿qué motivación puede tener un joven y humilde trabajador para robar una obra de tal calado? Venderla en el mercado era imposible. Y más aún después de ocupar cientos de portadas de diarios y revistas de todo el mundo. La Gioconda era una patata caliente.

Dos años pasaron hasta que Alfredo Geri, un marchante de arte de Florencia, acudió a una comisaría para informar de que una persona quería devolver la Mona Lisa a Italia pero exigiendo 500.000 liras por el favor prestado. El marchante qudó con Peruggia y éste fue detenido con facilidad. Confesó que él sólo quería devolver el cuadro a Italia pues pensaba que Napoleón en una de sus incursiones lo había sacado en su día del país junto con otras obras italianas. Vicenzo desconocía que la obra había llegado a Francia más de dos siglos antes de Napoleón como producto del regalo de Leonardo a Francisco I, monarca francés en 1515.

Se dice que detrás de Peruggia había alguien más: el artífice real del robo. Que el italiano sólo era un peón. Lo curioso es que después de siete meses de condena, Vicenzo fue puesto en libertad pues se reconoció que había sido un delito patriótico.