Hace unas semanas leíamos cómo en Madrid se había producido un millonario robo de guante blanco directamente relacionado con el arte: cinco cuadros del artista Francis Bacon habían desaparecido del domicilio de su propietario. Los delitos de este tipo siempre nos dan pie a fantasear, a especular sobre las motivaciones de los delincuentes y, sobre todo, a imaginarnos dónde pueden estar las obras sustraídas. Quizá en el palacio de un sultán, tal vez colgados en el yate de una millonaria excéntrica? Pero, sorpresivamente, estos días no se habla mucho de este hurto. Parece ser que no son tiempos ya para hablar de arte ni siquiera sobre materias que le afectan de modo tan novelesco.

Podríamos afirmar que el robo más mediático, relevante en muchos sentidos, de la historia universal fue el de La Gioconda acaecido en agosto del año 1911. Durante los dos años que la obra estuvo fuera del Louvre, corrieron ríos de tinta. Y kilómetros de celuloide. Fue tan sonado el asunto que la gran pinacoteca francesa recibió muchas más visitas -las de los de curiosos que querían ver el hueco que había dejado en la pared La Mona Lisa- que las recibidas cuando estaba ahí colgado. Es más: el cuadro no era muy conocido antes de ese suceso, pero su desaparición lo convirtió en la obra más famosa del mundo. Y así podemos afirmar que la obra de Leonardo no sería ahora mismo tan célebre sin su robo. Se convirtió en icono popular. En algo similar a una estrella de cine pero en pintura. Ocupó las portadas de los periódicos de todo el mundo. Recordemos que el ladrón -un emigrante italiano llamado Vincenzo Peruggia- ni siquiera era un ratero profesional. Tampoco experto en arte. Escogió La Mona Lisa por ser un cuadro fácil de sustraer: mide 53 por 77 centímetros.

La investigación sobre su robo dio pie a muchas anécdotas. El propio Picasso fue investigado como sospechoso de la rapacería. Y su amigo el poeta Apollinaire. Pues ambos habían participado de alguna manera tiempo atrás en la desaparición de unas pequeñas esculturas también del Louvre, aunque al poco fueron exculpados de toda responsabilidad. Picasso habló del asunto mucho después, en 1959: “Ahora lo puedo admitir. No me porté bien con Apo en una ocasión. Fue después del caso del robo de La Mona Lisa. [?] Y le arrestaron. Naturalmente nos confrontaron. Sigo viéndolo allí, con las esposas y su aspecto de niño grande y plácido. Me sonrió cuando entré, pero yo no hice el menor gesto. [?] Cuando el juez me preguntó: ¿conoce a este caballero?, de repente me sentí terriblemente asustado y, sin saber lo que decía, respondí: no lo he visto en mi vida. Vi cómo cambiaba la expresión de Guillaume. Se le fue la sangre de la cara”. Quizá Picasso vio ahí su futura carrera en peligro, pues el autor de Guernica no fue muy solidario en aquella ocasión con su colega.

¿Cómo Peruggiani robó La Gioconda? ¿Cuáles fueron sus motivos? ¿Y cómo fue apresado y se recuperó la obra? La próxima semana hablaremos de ello.

Continuará?