Vitoria - Aunque dice que no está predestinado para la canción, su primera actuación en público, o así lo recuerda su madre, fue sacando lustre a sus cuerdas vocales cuando era un crío. Después de aquello, un buen día decidió que tenía que elegir entre seguir con Empresariales o meterse de lleno en el mundo de la interpretación, que ya por entonces le tenía enganchado. Como es evidente, se decidió por lo segundo.
¿Actor o cómico?
-Actor. Hombre, me he movido en la comedia en el 90% de lo que he hecho hasta ahora, pero bueno... Al final todo es un poco lo mismo, es interpretar. La comedia es, igual, mi fuerte y con lo que más a gusto me siento, por lo menos ahora. Eso sí, en estos momentos el cuerpo me pide mucho hacer teatro y hacer drama. Lo he hecho anteriormente pero me gustaría volver.
¿Por qué?
-Por cambiar de registro y porque creo que es un campo en el que tengo mucho que sacar. El corto La señora Jesús Mari [de Aitor Arenas] también tenía su parte trágica, dramática y la verdad es que me sentí muy a gusto con el personaje.
¿Cuándo comenzó todo?
-Pues dice mi madre, porque yo no me acuerdo de nada, que con seis años estábamos de vacaciones en Francia y que en un restaurante en el hotel me subió a una mesa y me canté para todo el comedor la de La Ramona Pechugona, un gran hit. Esa es la primera actuación oficial, aunque aquello quedó en el olvido. La verdad es que empecé en esto tarde, y gracias a gente que confió en mí fui entrando en distintas historias un poco así como a lo tonto. Siempre me he dejado llevar en la vida. Ahora, claro, a estas alturas de la vida y con 42 años, no valgo para otra cosa (risas).
Sin desmerecer a ningún otro trabajo, aparecer en éxitos televisivos como ‘Allí abajo’ es encontrarse con unas audiencias que no sé si dan un poco de vértigo.
-No, no da. Hombre, es otra liga en ese sentido y se nota muchísimo. Algo con tanta repercusión te pone en otro punto. Es todo agradable. Hombre, imagino que los famosos de verdad sí tendrán un problema, pero no es mi caso.
¿Todo el mundo espera que uno sea gracioso ya esté comprando el pan o de copas con los amigos?
-Sí, sí, claro que pasa. La gente está esperando que saltes la sandez de turno, que también te digo que suele pasar (risas). Esto es como todo, te lo piden y ya no te apetece.
Cortos, monólogos, series de televisión, teatro... ¿con qué se queda, porque no es lo mismo estar actuando en un bar con alguien al lado tomando una cerveza que entrar en el set de grabación de un programa en una televisión estatal, no?
-Pero esa diversidad de condiciones de trabajo también son atractivas. Cada cosa tiene su atractivo. Cuando llevas mucho tiempo haciendo lo mismo, te cansas. Por ejemplo, dices lo de la serie. Por supuesto, tiene muchas cuestiones atractivas, pero también tiene sus handicaps en forma de viajes, de estar muchas horas fuera de casa... eso también cansa. Necesitas cambiar para estar alerta porque si no te acomodas. En esta profesión, aunque supongo que sucede lo mismo en cualquier trabajo, tienes que estar muy vivo, fresco, con ganas, atento. Lo mismo que un rodaje. Pues es genial, pero también puede ser muchas horas, exteriores con frío... A la larga, variar es lo interesante.
En cortos, hasta ha estado a punto de ganar un Goya con ‘Loco con ballesta’. ¿Lo vivió como algo propio o el protagonista, en este caso, era el realizador Kepa Sojo y uno siente el proceso como más alejado?
-Yo estoy orgulloso de que me hayan podido dejar trabajar en ese corto, pero no me veo en plan: nosotros, nuestro proyecto, nuestro Loco con ballesta... Me alegré un montón por Kepa, por poder rodar con Karra Elejalde y todo, y me siento muy agradecido porque me dejasen meter el pie en ese proyecto. Pero hasta ahí. Las glorias se las tienen que llevar quien corresponde.
¿Qué le gustaría conseguir de esta profesión?
-El trabajar con gente diferente y con los de siempre. Y una vez que tengas esa posibilidad de hacer trabajos distintos, poder tener una vida cómoda. Así de sencillo y así de ambicioso.
Ahora dice que no sabría hacer otra cosa, pero en su momento la actuación no era el camino en el que estaba...
-Ahí estaba yo en Empresariales, que me tiré no sé cuántos años jugando al mus en Sarriko. Aunque estuve trabajando desde los 18 años para sacar los durillos y pagar los kalimotxos. Luego empecé con el teatro y me di cuenta de que no quería seguir con lo de Empresariales, aunque igual hubiera llevado una empresa mejor que Bárcenas.
En determinados momentos también ha estado al otro lado organizando espectáculos de humor por aquí para otros artistas.
-Bueno, es la típica historia de gente que conoce gente, para ayudarnos entre nosotros. Pero es más una cuestión de pegar cuatro telefonazos y juntar, no soy un programador. Aquí hay personas como las de Monstrenko o la sala Baratza que están haciendo programación y en un cierto nivel. Para nosotros es más una cuestión de búsqueda de determinadas actuaciones, entre otras cosas porque cada uno se tiene que dedicar a lo que sabe. Pero sí es bonito ver que se pueden hacer cosas quitando intermediarios.
Una de las consecuencias de la crisis para los monologuistas es que es más fácil contratar a una persona sola y, por tanto, se han convertido en una fórmula muy habitual.
-Lo más importante, en ese sentido, son las necesidades técnicas. Un monologuista puede actuar en cualquier sitio, da igual cómo sea. Eso ha ampliado el abanico de lugares, pudiendo llegar a muchos sitios en los que, con otras propuestas escénicas, sería imposible. Pero como punto negativo te diría que el monólogo ha terminado por fagocitar al café teatro. La gente sólo quiere ver monólogos, gags, esa estructura que todos tenemos en la cabeza, que está muy bien pero es que también hay otras cosas.
¿Al calor de este boom, no hay mucho supuesto cómico que de gracia no anda sobrado?
-Eso pasa con todo lo que es un éxito. Es como lo de la gastronomía. Ahora resulta que todos son cocineros estrella. Sí que ha surgido en España algo que es nuevo. La mayoría de los que hacemos monólogos somos actores que tenemos comedia dentro. Pero ahora se está viendo aquí cada vez más que hay gente que no es actor o actriz, que es monologuista, aunque tal vez luego llegue a ser actor. Lo que no puede ser es que porque tengas cuatro ideas graciosas creas que estás preparado para subirte a un escenario. Un monólogo no es sólo soltar un texto delante del público y ya está.
Por cierto, de Gorka Aginagalde en ‘Cotillas en 3D’ ¿se ha separado temporalmente, es un cese definitivo de la convivencia...?
-Qué va, si el 18 estamos en Málaga. Lo que pasa es que por los proyectos de cada uno, los rodajes, la propia distribución teatral -que está de aquella manera-... no siempre es fácil cuadrar la agenda. Pero con Cotillas en 3D no podemos parar. Con Cotillas nos pasó que la fuimos transformando tanto que llegó un momento en que nos dimos cuenta de que teníamos entre las manos otro espectáculo y por eso nació ese segundo montaje. Ahora andamos de nuevo con ganas de retomar su camino. Pensamos en hacer otra función pero nos dijimos que ésta todavía está sin explotar del todo. Aunque también te digo que una cosa no quita la otra porque hay un proyecto de hacer otra obra más gorda. Pero bueno, poco a poco.
¿Hay alguna temporada laboral en la que está a tantas cosas que necesita parar un segundo para saber qué toca en cada momento?
-Me ha pasado, no creas. Tienes que ir a bloques y organizarte bien porque si no... La verdad es que yo soy un poco desastre, pero ahí vamos. De cada personaje, quiero saber cuanto antes la información porque me gusta rumiar cada uno.
Con determinados personajes para televisión que usted ha hecho bastante, ¿termina cansado?
-No, no. Sabes lo que pasa, es que no me veo.
Y eso que en la televisión se ha tomado la costumbre de repetir un programa 800 veces...
-Sí, es algo que está bien porque te mantiene en el disparadero pero también hay momentos que dices: por favor, si ahí tengo una cara de pimpollo que no puedo (risas). Es el sistema en el que estamos, no lo he inventado yo.
Seguro que alguno piensa que cada vez que aparece en una repetición toca cobrar...
-(Risas) Sí, sí, y cada vez que pillas el coche le pagan un extra a los trabajadores que lo hicieron.
¿Tal vez el cine es lo que le falta a su camino?
-Sí, seguramente. La primera película que he hecho ha sido Rey Gitano [de Juanma Bajo Ulloa] en la que tenía un papelito. Acabé muy contento porque además trabajé el primer día de rodaje y me quedé muy satisfecho. Sí tengo ganas de repetir pero tampoco tengo un ansia desmedida. El tema es que vengan proyectos interesantes y atractivos.
Si alguien está empezando ahora y le pide un consejo...
-Haz cosas, tus cosas. No se trata de salir en la televisión o de hacer cine sin más. Eso es una consecuencia de un trabajo. Me da igual que hagas bares o lo que sea, se trata de interpretar porque es lo que te va a dar experiencia, tablas y posibilidades. Y, por supuesto, seguir formándote, pero se trata de hacer y hacer, y para eso no necesitas muchas cosas.
¿Cómo es en el papel, por así decirlo, de consumidor de cultura?
-Soy un enamorado del cine y de las series. Básicamente, tengo un cine montado en casa y soy comprador compulsivo de películas. De hecho, ha llegado un momento, y me ha pasado recientemente dos veces, de conseguir títulos que, en realidad, ya tenía. Nadie me puede hacer un feo por descargarme las películas porque gasto como un príncipe árabe (risas). Es casi como un hobby, es decir, una cosa es el cine en sí mismo y otra el coleccionismo de películas. Con las series estoy ahora un poco saturado porque me da la impresión de que las fórmulas están un tanto agotadas y hay pocas cosas que te sorprendan.
¿Se ve de director?
-No, no creo. Sí me veo pudiendo elaborar un proyecto porque ideas no me faltan. Pero la dirección... algo he hecho en teatro, aunque, como en todo, yo prefiero que cada trabajo lo hagan los profesionales especializados.
Después de aquel estreno cantando cuando tenía seis años, ¿el salto a la música...?
-No me quieres oír cantar, de verdad (risas).