bilbao - Esbelta como un bambú, algo tímida pero cercana, su aspecto dócil casa a la perfección con su discurso: paz, naturaleza, imaginación... Habla lo justo y bajito. Las frases forman susurros prolongados y gusta de mirar a los ojos. Eso impone. Muriel Barbery (Casablanca, 1969) se manifiesta tras nueve años de silencio y lo hace para hablar (con pasión) de su último libro: La vida de los elfos (2015, Seix Barral).

La escritora francesa no comparte el afán de las editoriales por las promociones ruidosas, aunque entiende el juego y participa lo justo. En breve volverá a esfumarse para practicar su pasatiempo favorito: viajar. “Llevo mal el hecho de que la gente quiera imágenes mías -anticipa-; el hecho de tener que exponerme no me agrada”. Resumiendo, le resulta complicado hablar de ella, pero no solo de ella: “Soy escritora pero no soy ni cantante ni actriz. Creo que el libro debiera de bastar, porque todo está ahí, en el texto. Cuando veo un artículo sobre mí con poco texto y una foto inmensa, me sorprendo. Cuanto más favorecemos la imagen, más terreno pierde el texto”, manifiesta en un tono terso que parece contradecir sus propias palabras.

Es la primera vez que visita Bilbao, y reconoce que la ciudad la ha sorprendido: “Se parece a Kyoto porque desde cualquier lugar puedes ver naturaleza. Ahora, apenas tengo tiempo de verla, pero prometo volver”. La intención no es baladí, porque Barbery situará una buena ración de la segunda parte de La vida de los elfos en territorio Ibérico. Y, quien sabe, Bilbao podría convertirse, una vez más, en escenario de ficción. “Si hay argumentos convincentes, estoy dispuesta a dejarme tentar. Y vuestra gastronomía es un argumento estupendo”, juguetea la escritora.

Barbery sorprendió hace nueve años con La elegancia del erizo, y con esta nueva novela volverá a dejar pasmadas a todas aquellas personas que estén esperando una segunda parte de la exitosa novela. A ella no le da vértigo esta noria llamada literatura. Al contrario: “La labor del escritor es la de seguir sus propios deseos y no la de escribir para complacer a alguien. Traicionaría a mis lectores y a mis lectoras si hiciera lo mismo que en La elegancia del erizo solo porque aquella novela funcionó muy bien. Y me traicionaría a mí misma, no podría ni mirarme al espejo”.

Con esos mimbres ha creado Barbery este cuento para adultos que es La vida de los elfos, una novela a ratos inclasificable (onírica, con guiños realistas), gestada en un mundo intemporal que se viene abajo por momentos, donde la pequeña María, que vive en un pueblo recóndito de Borgoña, y Clara, una niña de gran talento que ha sido enviada a Roma para desarrollar su don para la música, serán las únicas que podrán hacer frente a la gran amenaza que se cierne sobre la humanidad.

Se trata de una oda a la naturaleza, tal y como ha remarcado la propia escritora, narrada desde la intuición. Barbery reconoce que aprovecha cierto estado de ensoñación, el que le proporciona el alba, para teclear a destajo. “Te contaré un secreto -y regala una sonrisa amable, calibrada y verdadera-: me levanto muy temprano por la mañana y la mente está limpia, todavía no ha surgido nada que la contamine y al mismo tiempo estás lista para absorber lo que vaya a regalarte el día. Es decir, puedes retener lo que sea y a la vez liberarte”. Así, Barbery mantiene un diálogo constante con su inconsciente, que es quien, al parecer, le dicta las palabras: “Lo más difícil de la novela es el principio, saber hacia dónde se dirige tu corazón. Y luego solo tienes que seguir a tu personaje. Todo es inconsciente. Claro, tienes todo ese material inconsciente delante de ti y luego lo tienes que trabajar. Es posible hacerlo así, es lo increíble de la ficción”. Pero quiere explicarlo mejor, porque el incrédulo se resiste: “Yo he sido profesora de filosofía muchos años y cuando enseñaba era un proceso consciente, controlado, pero cuando te dejas llevar por la imaginación utilizas tu inteligencia y la conciencia que tienes del mundo, y aceptas incluso que todo eso vaya a adquirir una forma totalmente absurda. Eso es precisamente lo que te permite llegar a constataciones que no pensabas alcanzar”.

Se deja llevar por morfeo, o casi. “Sí, es como un sueño que se va desplegando, donde cada personaje va adquiriendo sentido poco a poco... A ratos también hay momentos confusos, donde no sabemos muy bien qué es lo que pasa, y luego, cuando uno se despierta, es cuando reconstituye la historia”.

Y esos personajes son, al igual que en La elegancia del erizo, dos niñas muy especiales. Así, la escritora vuelve a ensalzar los poderes de la infancia: “El poder extraordinario de la infancia reside en no ser consciente de los límites. En ese sentido, es como si fuesen todopoderosos y eso está muy cerca de la novela, de la imaginación”.

“Vuestros poderes están ligados a las fuerzas de las ficciones”, dice uno de los personajes del libro, coincidiendo con la idea que la escritora francesa tiene acerca de la fábula y la fantasía: “Vivimos en un mundo en el que no hay más que ficción. La historia que cada uno de nosotros nos contamos a nosotros mismos para saber quiénes somos es, en gran medida, ficción. Pero también tienen buena dosis de ficción los relatos políticos, religiosos, artísticos... El ser humano funciona absorbiendo y creando ficción. Vivimos en un mundo en el que no se puede disociar la imaginación de la inteligencia, son indisociables”.

Esta visión la ha reforzado en sus últimos viajes. “Viajar me ha ayudado a valorar más que nunca el poder de la imaginación, la diversidad extraordinaria a través de la cual los hombres se cuentan a sí mismos su propia historia, sus mitos, sus creencias, sus religiones... Es fascinante”, dice, mientras se deja arrastrar una vez más por su vena filosófica.

De todos modos, sigue sin encontrar un equilibrio entre la escritura y su afán por seguir recorriendo el mundo: “Es difícil lograr el equilibrio entre tener una vida lo suficientemente monacal como la que necesitas para poder escribir, y por otro lado equilibrarla con las ganas de seguir viajando. No lo he conseguido”.

Barbery cree en la fuerza regeneradora de la literatura y sabe que “los libros que escribimos nos cambian la vida”. Por ello, seguirá insistiendo y habrá una segunda y quizá una tercera parte élfica (aunque los elfos, en esta primera novela, se muestran poco): “Ya tengo el final de la segunda parte, habrá una gran guerra y hablaremos del mundo de los elfos... Y para llegar a ese punto, volveré a dejar que el inconsciente fluya”. Inconsciente para escribir pero consciente, muy consciente de que la elegancia de un erizo modesto cambió su vida para siempre.

La primera novela de Muriel Barbery (Casablanca, Marruecos, 1969), ‘Rapsodia Gourmet’ (2000) relata las aventuras de un crítico gastronómico en busca de un sabor único. A esta primera incursión en el mundo literario le siguió la novela ‘La elegancia del erizo’ (Seix Barral, 2007), trabajo optimista que deriva en cierta crítica social, amén de apostar por el amor, la amistad y el arte. Esta novela cambió el rumbo de su vida: ha vendido seis millones de ejemplares y la directora francesa Mona Achache ha rodado una película basándose en la novela.

Nueve años más tarde, regresa con una novela sobre los sueños, la imaginación y el poder que tienen las historias para construir un mundo mejor. Con ‘La vida de los elfos’ busca sorprender a lectores y lectoras que esperaban este trabajo desde hace tiempo.