donostia - Los espectadores podrán llorar y reír con el nuevo filme de Cesc Gay, donde Julián (Ricardo Darín), enfermo terminal de cáncer, recibe la visita de su amigo Tomás (Javier Cámara), con el que compartirá momentos intensos.

¿Piensa mucho en la muerte?

-No, y mucho menos en la mía.

Su padre, que era actor, murió de cáncer. Sería inevitable pensar en él al interpretar a su personaje...

-Inevitable. Pero no solo en él, también en amigos, familiares... Tenemos todos tanta tristeza acumulada que disponemos de todas las herramientas necesarias para hacer un trabajo así. Lamentablemente, no tenemos que imaginar nada.

La película muestra lo mucho que cuesta lidiar con que alguien se está muriendo.

-Si lo pensamos con un poco de seriedad, todo el temor que tenemos a la muerte es lo que nos pasa con casi todo lo desconocido. No sabemos por qué pero, por las dudas, nos da miedo. A lo mejor es una salvación. Y no hablo de muertes injustas y a edades tempranas, sino de vidas recorridas a lo largo de muchos años. Mi abuela me dijo que era muy agobiante ver morir a toda la gente que quieres; todo depende de dónde pongas la cámara.

Pero no es lo mismo morir uno mismo o que se muera alguien cercano...

-Es egoísmo. Queremos retenerlos, pero no nos estamos poniendo en su lugar. Esta película habla de respetar el derecho que cada uno de nosotros tiene sobre cómo vivir la vida y cómo dejar de vivir. Es un tema muy incómodo, nos cuesta enfrentarnos a eso. Obviamente, yo tengo mucho más miedo a la muerte de los demás que a la mía.

¿Comparte la actitud de su personaje de decidir libremente la forma de morir?

-Ojalá tuviera la valentía que tiene él, yo soy un cobarde. Ojalá haber atravesado esta historia me ayude algún día a poder tener el 10 % de la entereza del personaje. Aunque parte del buen gusto de Cesc Gay en esta historia es que no sabemos si el protagonista cumplirá con la promesa o no. Puede que luego sea un cobarde.

Quizá la gente no entienda el vínculo del protagonista con su perro, ‘Truman’.

-Siento una gran misericordia por todas las personas que no saben lo que es amar a un animal. Entiendo a esa gente, pero es difícil de encontrar a otro ser que cuando entres en casa después de un día duro pegue saltos y mueva la cola. Tenía un perro que cada vez que entraba en casa parecía que había vuelto de la guerra.

Uno de los temas principales es la amistad entre los dos protagonistas. ¿Cómo ha sido crear ese ‘feeling’ con Javier Cámara?

-Es un maldito payaso. En el momento en el que lo conocí tenía tres naranjas en la mano y estaba haciéndolas volar en el aire. No me costó nada conseguir esa química con él, es muy fácil. Además, es un tipo que al trabajar, le pone mucha energía a lo que hace y es contagiosa. Genera una atmósfera de trabajo envidiable. Me llamaba la atención cuando me levantaba a las 6.30 horas para ir al rodaje y tenía ganas de ir. Eso tiene que ver con el clima que se respiraba. A pesar de tratar un tema incómodo, era un placer ir al rodaje, a exorcizar y a reírnos un poco de estos personajes. Aunque he de reconocer que también hemos llorado mucho.

En la película hay un momento en el que su personaje se levanta de la mesa y enfrenta a una pareja de conocidos que no ha querido saludarle porque está enfermo.

-Me encanta ese momento. Pero hay que tener cuidado, porque no hay que pasar factura porque sí. Mi personaje está en carne viva, pero aun así mantiene un equilibrio. El tipo no tiene filtro. Tiene una sentencia determinada, sabe que lo suyo tiene un corto plazo así que no mide las consecuencias de lo que dice o hace. Es una liberación. Es interesante saber qué haríamos si nos dicen que tenemos un tiempo determinado de vida. Me causa gracia la forma en la que se lo toma el protagonista.

Momentos como ese hacen que, a pesar de ser un tema duro, la gente se haya reído en el cine.

-Qué alegría, yo no he podido ver la película terminada y quiero que la gente reaccione de esa manera. Pero la verdad es que la vida es así. Puedes estar viviendo una situación dramática y en medio de una mala situación, una señora dice algo y te ríes a carcajadas. Si no pasara eso, no podríamos ni respirar. Y en el filme eso se hace visible, es una habilidad que tiene Cesc Gay.

El director tiene la virtud de presentar personajes totalmente reconocibles y humanos. ¿Capta lo mismo en la mayoría de los directores con los que trabaja?

-No. Es muy difícil encontrar guiones con alma. Cesc hace cine de autor, ya que desarrolla del todo su idea, y no es lo más frecuente. Cuando pasa esto y puedes trabajar con ello, es espectacular.

Su hijo también es actor. ¿Cómo lo lleva como padre?

-Está haciendo un camino propio que ha valido para que le tengan en consideración. Lo que más me gusta es que está trabajando con sus herramientas y no se deja intoxicar. Aun así, siempre hablamos sobre el tema y le doy consejos, podemos estar charlando hasta las cuatro de la mañana.

En el filme, pasa lo contrario. No hay mucha comunicación entre el protagonista y su hijo Nico...

-Creo que hay mucha conexión, pero últimamente no hay diálogo. El hijo está al tanto de todo lo que ocurre y respeta la decisión del padre. La escena en la que ambos se abrazan me gusta mucho, y más cuando nos enteramos de que estaba al tanto de lo que ocurría. Como espectador, me gusta sentirme respetado y eso lo noto cuando me hacen pensar.

Hace un par de años afirmó que quería tomarse un año sabático, algo que nunca ocurrió. ¿Cuándo descansa?

-Si me siento movilizado por algo, me subo al proyecto. Cuando se tiene la oportunidad de leer un texto de estas características, es difícil de escapar. Me encanta el trabajo y tengo mucha energía, pero me cuesta no tener espacios entre película y película para vivir. Aun así, cuando se termine la temporada de teatro, planifico un tiempo para descansar antes de embarcarme en otra aventura.