Barcelona- Jean-Paul Didierlaurent reivindica el poder de las palabras para hacer que emerja la mejor versión de las personas más anodinas en El lector del tren de las 6.27, una fábula surrealista aderezada con ternura y humor negro, que ya es éxito de ventas en Francia y se ha traducido a 25 idiomas.

“Quería demostrar que el hábito no hace al monje, que gente que puede parecer muy ordinaria por su trabajo o su aspecto, en el fondo esconde algo extraordinario, lo que pasa es que tenemos que tomarnos tiempo para descubrirlo”, explicó ayer Didierlaurent en la presentación del libro ante los medios de comunicación, en el Instituto Francés de Barcelona.

El protagonista de su historia, Guibrando Viñol, ama los libros y su trabajo consiste en destruirlos, al introducirlos en La Cosa, una máquina trituradora cuyo nombre técnico prefiere no recordar.

Viñol “dedica toda su vida a no existir” y “su frustración es tal que cada día salva fragmentos de alguna obra”, justificó el escritor a su criatura.

Cada día, en el tren de las 6.27 que une París con los suburbios, Viñol lee en voz alta páginas sueltas de obras maestras o de recetas de cocina, ante el ceremonioso respeto de los otros pasajeros, y al terminar, deja los papeles en el tren, un lugar cerrado donde, al principio, “la lectura es impuesta a la gente” y al final “todos la acaban disfrutando” y, más allá de un homenaje a la lectura, la novela se convierte en “una declaración de amor a la palabra escrita y la palabra pronunciada”, expresó Didierlaurent.

A su alrededor, aparecen los personajes más disparatados, como un vigilante de seguridad que habla en verso, una princesa cuyo palacio es un aseo público, un mutilado que busca sus piernas y, por supuesto, la máquina trituradora, que es el monstruo.

“¿Para cuándo la novela?”, era la pregunta recurrente de los periodistas y conocidos cada vez que presentaba sus anteriores libros de relatos o novelas cortas, recordó Didierlaurent con fastidio. Pero al final ha dado el paso y El lector del tren de las 6.27, que fue concebido como nouvelle (novela corta, en francés), la ha convertido en roman (novela larga).

Sin embargo, él mismo se sigue considerando nouvelliste, ya que ha escrito cada capítulo como si de una novela corta se tratara, con tal de conseguir un lenguaje “claro y simple” y rehuir el “vértigo” que le producía el salto.

La crítica francesa comparó su libro con Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, pero para Didierlaurent la diferencia radica en que “no es un manifiesto contra la destrucción de los libros”, sino que la máquina trituradora es solo un pretexto.

“Demasiados libros matan al libro”, valoró el escritor, por lo que “la destrucción es un mal necesario si un libro no encuentra lectores”, dedujo.

El otro gran eje en torno al que gira la obra es “el sufrimiento en el trabajo”, tema de actualidad. Por ello, recibió un premio que “no acabo de entender” y que calificó de “un poco injusto” por parte del Ministerio francés del Trabajo.

Sin embargo, Didierlaurent simplificó: “Lo que quería era demostrar que en la monotonía de los días también hay fuentes de felicidad” que “hay que saber buscar con una actitud positiva”, reflexionó, y añadió que sigue vinculado a su trabajo de toda la vida porque le gusta mantener “los vínculos con la realidad”, a pesar de que se sienta “como una Cenicienta masculina”.

Él mismo se cuenta entre esos que “trabajan para comer, pero no en lo que les apasiona”, ya que ha trabajado durante años en el departamento de atención al cliente de una compañía telefónica.

El éxito del libro ha provocado una proliferación de la lectura en voz alta espontánea en Francia, según el autor, además de la pugna de las editoriales de todo el mundo por publicarlo y de la rápida adquisición de derechos cinematográficos por la productora francesa Mandarin Cinéma. - Efe