Los /as de mi generación descubrimos el poder de la publicidad con la emisión del último spot del año que moría y el primer spot del año que nacía en los tiempos de la Navidad y Año Nuevo. Y así los momentos más cotizados del monopolio televisivo coincidían con estas emisiones a las que se sumó posteriormente el anuncio anual de lotería para el sorteo extraordinario donde los haya.
Los jerifaltes del Organismo Autónomo de Apuestas y Sorteos varios han decidido cambiar el criterio publicitario a tenor de los palos y críticas que recibieron el año pasado con el spot navideño de los afamados cantantes y que resultó ser un bodrio de escasa calidad y nula eficacia comunicativa. Más notoriedad por el escándalo que por el mensaje, que tampoco es moco de pavo en la actual sociedad de consumo.
Este año ha tocado dejar de vacaciones al divino y luminoso calvo, olvidarse de arpegios y cancioncillas y centrarse en relato de navidad, en historia de verdad, en narración con toques sensibleros al estilo Dickens, eso sí, en pleno siglo XXI y con la crisis asomando en una historia del vulgo con dos protagonistas magníficamente encarnados por Julián Valcárcel y Alfonso Delgado que hacen vibrar los planos casi en silencio de una historia de amistad, solidaridad, generosidad y buenos sentimientos. Un magnífico guión, escaso en palabras pero poderoso en situaciones que reconocemos como propio de la bondad humana con dos tipos tallados en la emoción y la sencillez del compartido premio. En momentos críticos como los que vivimos, reflejar emociones, sentimientos básicos, actitudes positivas ayudan a empatizar los mensajes y hacen de las imágenes camino correcto para enviar mensaje a millones de consumidores de esta Navidad que ya ha comenzado. Es la fuerza de la imagen mediática y la fecha más entrañable del año.