sevilla- Por sus venas corría la sangre del último rey de Escocia. Y su ADN acumulaba genes de nobles, aristócratas y monarcas de España a lo largo de seis siglos. Pero sus vínculos sanguíneos también le unían a Euskadi. Entre los tatarabuelos de la duquesa figura un plebeyo vizcaíno, Simón Gurtubay Zubero (1800-1872), hijo de un modesto menestral de Igorre que emigró siendo muy joven a Bilbao para dedicarse al comercio de los pellejos. No tuvo demasiada suerte y orientó sus ambiciones hacia la importación de bacalao. Un error, legendario en la historia de la villa, cambió su fortuna. Durante el segundo asedio carlista a Bilbao, en 1836, una errata tipográfica en un telegrama por el que encargó a sus proveedores: “Envíenme primer barco que toque puerto 100 o 120 bacaladas de primera superior”, al ser tomada la o disyuntiva por un 0, hizo que Gurtubay recibiera 1.000.120 piezas.
Ello palió la penuria de la ciudad sitiada, popularizó el consumo de bacalao y le convirtió en una de las primeras fortunas bilbaínas que le permitió casar a su nieta, María del Rosario Gurtubay y González de Castejón con Alfonso de Silva y Fernández de Córdoba, décimo séptimo duque de Hijar. Su bisnieta, María del Rosario de Silva y Gurtubay contrajo matrimonio en Londres con el décimo séptimo duque de Alba, con quien tuvo una hija, Cayetana, la duquesa.
Pero Cayetana Fitz-James Stuart era además habitual de Donostia, propietaria del Palacio de Arbaizenea, acudió allí religiosamente durante más de sesenta veranos. Heredado de su primer marido, Luis Martínez de Irujo, el palacio fue la residencia familiar donde los duques pasaron parte de sus vacaciones estivales. En Donostia tuvo grandes vivencias y allí se enteró también de la muerte de su padre. “Él estaba en Suiza y yo recibí un recado en San Sebastián, me llamó la Reina Victoria Eugenia y me dijo que se había puesto malo de repente”, contaba la duquesa.
Habitual en el balneario de La Perla, donde se le solían agolpar rendidos admiradores, y amante de los mejores restaurantes guipuzcoanos (le entusiasmaban los chipirones con cebolla de Casa Nicolasa), uno de los últimos veranos se animó a balbucear en euskera el himno de San Ignacio. El tema causó tanta conmoción que invadió las redes sociales.
Cayetana también visitaba la costa vizcaína. De hecho, hace dos años se dejó ver junto a su marido, Alfonso Díez, y varios amigos por Getxo. Se acercó a los acantilados y comió junto al molino de Aixerrota. Hace tres años recibió en la capital vizcaína el premio Bilbotarrak. Algo que tampoco fallaba durante sus veranos vascos era la visita a tiendas de antigüedades en Biarritz o Donibane Lohizune donde, en su opinión, se sentía más anónima. - C. L.