MADRID. De verbo brillante y fuerte carácter, el director que más veces se ha puesto al frente de la Orquesta Nacional de España (ONE), en torno a 500, presumía de nacionalidad y contaba complacido el porqué de su apellido, a la vez que aprovechaba la circunstancia para hacer una defensa cerrada del potencial del talento musical español, con el que años de "dejadez educativa" no habían conseguido "acabar".

Se añadió el "de Burgos" porque al "comisario político" de los años 50 le parecía "muy extranjero y casi sospechoso" lo de "Frühbeck Frühbeck", aunque él hubiera nacido en la ciudad castellana, en la que su padre, un óptico, se había establecido "maravillado" por su clima y a la que llevó a vivir a la que entonces era su novia, además de prima segunda.

Frühbeck, con 110 años de conciertos de media al año, había conseguido superar la "edad fatídica" para los directores de los "cuarenta y tantos" -"se mueren muchos de infarto", decía-, y gozó desde los 60 de "una nueva juventud" y muchas glorias profesionales, aunque pensaba que "lo bueno" estaba por venir, porque la música, argumentaba, es "eterna e inacabable".

Este Marco Polo del 33, con giras de 30.000 kilómetros en un mes y siempre cargado de kilos de partituras, era un prodigio de "impulso vital", al que no cansaban los viajes sino los aviones y que aguantaba conciertos larguísimos sin dar nunca muestras de agotamiento...

Hasta el pasado 15 de marzo, cuando sufrió un vahído mientras dirigía a la Sinfónica de Washington, en el Kennedy Center de la capital estadounidense.

Frühbeck empezó a mostrar signos de cansancio a las dos horas de dirigir y cuando faltaban diez minutos para que concluyera "Pini di Roma", de Respighi.

Se apoyaba cada vez más en la barandilla del podio y pareció que se iba a caer, aunque consiguió recuperarse y concluir, ya sentado, la pieza, y luego levantarse para recibir una ovación "increíble" del público.

Al regresar a España se puso en manos de su hija y su hijo, ambos médicos, que determinaron su ingreso en la Clínica Universitaria de Navarra.

Allí estuvo desde el 13 de abril, y el 4 de junio su familia anunciaba que se retiraba "a causa del proceso canceroso" que padecía.

Temprano intérprete de Haydn y Mozart y entregado a "sus" clásicos, de Beethoven a Bach, de Korsakov a Ravel, pasando por Albéniz y Turina, que también orquestó, aquella noche en Wasghington interpretó piezas de Debussy y Rachmaninoff con el plato fuerte de "El fuego brujo", de Falla, una de sus temas más repetidos.

Pero el que le gustaba especialmente era el "Requiem" de Brahms, que dirigía de memoria, porque, se reía socarrón y con "la luz de la inteligencia" en los ojos, le acercaba "sin temor" a la muerte.

Su curiosidad musical no se veía nunca saciada, y era "muy partidario" de contemporáneos como Claudio Prieto, Antón García Abril, José Peris, con el que había coincidido en Munich, Luis de Pablo, Tomás Marco, Cristóbal Halffter, Lorenzo Martínez Palomo o el vienés Rainer Bischof.

Director musical de orquestas de "fuste" e invitado habitual en las mejores del mundo, el que fue director titular y artístico de la Dresden Philharmonic, de 2004 a 2011, lo era desde 2012 también de la Danish National Orchestra.

Frühbeck llevaba a sus espaldas decenas de interpretaciones de la "Novena" de Beethoven, que le conmovía, porque esta "banda sonora de la humanidad y la superación" conseguía, como pocas, conectar con el público.

La Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE), que él dirigió entre 1962 y 1978 y de la que era titular emérito, atesora decenas de anécdotas referidas a su carácter, que era tan intenso como su amor por la música.

La OCNE había anunciado el pasado mes el lanzamiento de su sello discográfico y que sería su "magnífica" versión de "Carmina Burana" la que inauguraría la colección, porque, a pesar de su intensa relación, no había ningún registro fonográfico con él.

Él iba a ser el invitado estrella de la presentación, pospuesta, precisamente, por su enfermedad, como lo sería del título que tenía previsto dirigir en el Teatro de la Zarzuela, "Los diamantes de la corona", de Barbieri, en noviembre, porque su cabeza y su agenda seguía en plena forma, pero el cuerpo, como él decía, "ha aguantado hasta donde ha aguantado y Dios ha querido".